Ambiente

13/8/2020

El derecho a una alimentación sana en este régimen social

Un debate con el veganismo. 

Tribuna Ambiental

En el último tiempo, con el creciente movimiento ambiental protagonizado principalmente por la juventud, han florecido todo tipo de debates alrededor de la “crisis climática”. Si bien es un movimiento que cuestiona al sistema capitalista y los estragos que éste causa a nivel socio-ambiental, muchas de las salidas que se proponen, aunque se reivindican anticapitalistas, no siempre se plantean derrocar el actual régimen social. Entre esos debates, uno se centra en el cuestionamiento del consumo de carnes e incluso de productos animales, con el veganismo como la salida, además de planteos de todo tipo de cambios en la forma en la que producimos alimentos, sobre todo terminando con el monocultivo.

En este debate hay un dato que es insoslayable: la actividad ganadera es una de las principales responsables de la emisión de gases invernadero, sumado a que para realizarla se sigue ampliando la frontera agrícola-ganadera arrasando con los bosques nativos, de nuestro país y del mundo. En Argentina, un destino principal de esta industria es el comercio exterior, como se ve en un informe de la Cámara de Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (Ciccra) que registra que la exportación de carnes en el 2019 tuvo un aumento interanual del 47,7 %, pasando a representar un 25% del total de la carne producida. Este aumento se da en el cuadro de un retroceso del consumo interno por la crisis y una caída de largo plazo de la producción, relacionada con el avance sojero. Es decir que sin el pan y sin la torta, nuestro país carga con todos los perjuicios de este tipo de producción mientras los grandes capitalistas de la carne obtienen su beneficio de comercializarla al exterior.

El acuerdo impulsado por el canciller Felipe Solá, que pretende convertir a la Argentina en una factoría de “chanchos chinos” levantó la preocupación no solo en los agrupamientos ambientales sino también en el sector científico. En medio de una pandemia originada por la cría y comercialización de animales silvestres, no extraña la preocupación por el aumento de la producción porcina que en 2009 fuera responsable de la pandemia de Gripe Porcina (H1N1). De nuevo vemos como la primarización de nuestra economía es el destino que pretenden los capitalistas para rescatarse de esta crisis que se vio  agravada por la pandemia.

Es en este escenario en el que hay que enfocar el problema del consumo. Argentina es un país semicolonial, atravesado por los designios del imperialismo y los choques intercapitalistas que caracterizan al período de crisis, con el aumento del desempleo y la pobreza que empujan a las mayorías populares a comer en comedores cada vez más requeridos, y la pérdida del poder adquisitivo de quienes “gozan” de seguridad laboral por la demora de las paritarias, los recortes salariales y el pago del aguinaldo en cuotas. Es en estas condiciones que debemos caracterizar cómo una familia trabajadora tomas decisiones sobre su alimentación en las góndolas de los supermercados.

El problema del consumo y la alimentación sana en el capitalismo

Quienes han optado por la decisión ética del veganismo, o incluso del vegetarianismo, ciertamente no la tienen fácil, comenzando por el sistema de salud, aunque hoy no reciben los malos tratos o intentos de “conversión” a los productos animales tan seguido como hace algunos años, tras la publicación de estudios que respaldan la viabilidad de este estilo de vida y principalmente gracias al activismo de lxs profesionales de la salud que abogan por este estilo de vida -o aunque sea la posibilidad de elección de los pacientes. Con el cambio de los tiempos, las voces reaccionarias dentro la comunidad médica saben guardarse o se remiten a la derivación.

La idea fundamental que levanta el veganismo es la transformación social por medio de los hábitos de consumo. ¿Es esto viable?

No podemos reducir el problema acerca de la producción de alimentos que debería llevar a cabo la humanidad para salir de la crisis ambiental capitalista a un problema del consumo de la clase obrera. Son los Estados capitalistas y la clase social que los dirige, tanto las burguesías imperialistas como de las naciones oprimidas, las responsables de la producción de alimentos en las condiciones contaminantes en las que se da: el monocultivo y las granjas industriales de animales que aumentan año a año las emisiones de gases invernadero y arrasan con recursos vitales como el agua y los bosques nativos, despojando de las tierras a pobladores originarios y campesinos.

La producción de alimentos es la que ordena la demanda, y no al revés. El consumo entonces está dirigido en esta sociedad capitalista por el mercado, que es la expresión tangible de los choques entre los distintos bloques capitalistas en su afán por aumentar la tasa de ganancia. Este mercado sufre los bandazos de la falta de planificación inherente al régimen: el consumo se ve atravesado entonces por la producción anárquica del capital, por las estrategias de marketing que poco tienen que ver con las necesidades de la población y por el establecimiento de los precios que sólo es imputable a la clase capitalista.

Bajo este régimen de producción, ¿tenemos derecho a elegir cómo alimentarnos?

La realidad es que los regímenes veganos no están incluidos en la formación académica básica de nutricionistas y mediques, siendo los especialistas pocos y pocas veces accesibles por cobertura médica.  Si consideramos solamente el acceso al asesoramiento nutricional que se necesita para llevar adelante este estilo de vida, quienes vivimos de nuestro trabajo lo vemos difícil a la hora de pelear con obras sociales vaciadas por las burocracias sindicales y  hospitales públicos saturados incluso antes de la pandemia.

Pero adentrémonos de lleno al problema del consumo, desde la “elección” hasta la góndola. Si fuéramos extremadamente reduccionistas podríamos comparar el precio de un paquete de fideos o de arroz con el de un paquete de lentejas, veríamos que el precio de las últimas supera el doble de los primeros. Pero sumemos a eso lo que sale un kilo de naranjas o mandarinas, puesto que se necesita Vitamina C para absorber el hierro de las lentejas. Y con eso nos quedamos cortos, ya que aún hacen falta proteínas, minerales y vitaminas que, si no se obtienen de los productos animales, a veces deben ser suplementados farmacológicamente (cómo la vitamina B12). Ciertamente estos problemas nutricionales no pueden ser solucionados a base de carne tampoco, lo que nos llama a preguntarnos: ¿tiene acceso la clase obrera a una alimentación sana?

Como planteamos anteriormente, el consumo interno de carnes ya había descendido el año pasado y a esto hay que agregar el intento del gobierno de reponer un 10,5% al IVA sobre la leche, cuando los monopolios lácteos dibujan a su antojo el precio que recibimos en las góndolas. Ubicados en este escenario es claro que una familia trabajadora, incluso con la “seguridad” de un salario, no puede elegir qué come.

Pensándolo desde un aspecto educativo también emergen otras conclusiones. En nuestro sistema educativo materias cómo Educación Física o Ciencias Naturales podrían tomar este cometido, pero… ¿quién educa a lxs docentes? Los mismos que pretenden cerrar profesorados y recortan los salarios. Incluso con un docente bien formado, a voluntad, tiempo y sudor propio, ¿ qué hacemos con los kioscos escolares en los que abundan los snacks y las hamburguesas, y donde en el mejor de los casos habrá una tarta o ensalada? Lo mismo sucede en los bares y comedores universitarios, así como en los comedores escolares, donde la gran mayoría de nuestres niñes acude a recibir una o más comidas al día. La desidia del Estado hacia ellos es palpable, sobre todo en tiempos de pandemia, con graves denuncias de faltantes y con una indignante escasa variedad de los productos que se reparten por familia. Quienes planifican esos menús no han pasado nunca por un consultorio nutricional o pediátrico.

¿Cómo puede entonces la clase obrera decidir sobre su alimentación si está totalmente despojada de la educación, asesoramiento médico y medios económicos para tomar esas decisiones?

Vivimos en un mundo atravesado por el hambre y la violencia. El régimen social en el que vivimos es originalmente violento, puesto que nos despoja de nuestro trabajo y de los productos de la tierra. La lucha por el derecho a alimentarse es una lucha fundamental para la clase obrera. La lucha por la defensa del ambiente es la lucha por recuperar el derecho a cultivar la tierra, a planificar esta producción y a garantizar la alimentación de todos los habitantes, estableciendo una relación armoniosa con la naturaleza y terminando con la explotación. Esto solo puede ser logrado expropiando la tierra y sus recursos a la clase capitalista y poniéndolos bajo control de los trabajadores. La lucha por el socialismo cobra nueva vigencia con la crisis ambiental capitalista y con el agravamiento de las crudezas y violencias a las que nos tiene acostumbrados este régimen.