Aniversarios

5/9/2020

A 200 años: del triunfo federal en Cepeda al exilio de Artigas

Esta nota se basa en extractos de los capítulos redactados por Christian Rath y Andrés Roldán para un texto inédito que continúa el desarrollo del libro La Revolución Clausurada.

Derrumbe de un régimen político

La victoria en Cepeda el 1º de febrero de 1820 de las fuerzas federales comandadas por López y Ramírez sobre las tropas enviadas por el Directorio provocó una conmoción política e institucional.

Cayó el Directorio y el Congreso fue disuelto. Se derrumbó el régimen político que, con cambios y adaptaciones había manejado los destinos del país por más de siete años, desde el golpe de octubre de 1812. Y un dato fundamental. Se disolvió la Logia Ministerial, reorganización de la Logia Lautaro alrededor del gobierno del Directorio, que había sido el eje político del régimen durante todos esos años.

Las fuerzas sociales que eran la base del régimen, los comerciantes, ingleses y criollos (los más prósperos de estos últimos se habían volcado crecientemente hacia la explotación ganadera y saladeril) apoyados por los grandes hacendados, muchos de ellos con latifundios en la Banda Oriental, se veían obligadas a replantearse las condiciones políticas de su dominación.

Una crisis de poder

El régimen se vino abajo. Lo que quedaba del ejército del Norte se había amotinado en Arequito (enero 1820) a instancias de Paz y de Bustos pocos días antes de Cepeda. Varias provincias, Córdoba entre ellas, destituyeron a sus gobernadores, agentes del Directorio, y los reemplazaron por gobernadores que se proclamaban “federales”. De pronto la identidad “federal” se convirtió en sinónimo de oposición al Directorio, y tomó un tinte popular, opuesto al carácter aristocratizante de la política directorial. En noviembre de 1819 la aprobación por parte del Congreso de la ley que consagraba regente al Príncipe de Luca había provocado rechazo y levantamientos desde Tucumán hasta Santiago del Estero, Catamarca y Cuyo, muchos de los cuales se identificaban como “federales”.

El Directorio caía en medio de un enorme desprestigio en todo el país, incluso en  Buenos Aires. Cuatro años de una desgastante guerra civil, habían generado penurias económicas crecientes y levas constantes. Al conocerse la derrota de Cepeda en la ciudad de Buenos Aires se vivió una noche de enorme incertidumbre (Molinari, en Viva Ramírez, cuenta que 423 faroles fueron destruidos como síntoma inequívoco de un clima de tumulto popular).

Nuevamente, como en abril de 1815 se abrió una crisis de poder.

Pero varias cuestiones diferencian la crisis del 20 de la de 1815.

La primera es que en 1815 no hubo un Cepeda. El motín de Fontezuela del ejército directorial (que caracterizamos tentativamente como un golpe preventivo en La Revolución Clausurada) lo preservó de una derrota y llevó a que Artigas, como líder federal, tomara la decisión de suspender la marcha sobre Buenos Aires, y ni siquiera entrara para imponer una salida política. Actuando de ese modo le facilitó a las instituciones porteñas, en primer lugar el Cabildo, la posibilidad de arrogarse la facultad de nombrar un gobierno nacional (nuevo Director, ligado a la Logia) y cerrar provisoriamente la acefalía. Al año siguiente al designar a Pueyrredón como Director, la Logia retomó plenamente el control del gobierno.

La segunda es que en 1815 había un liderazgo efectivo de las fuerzas federales. Artigas, asumiendo el rol de Protector de los Pueblos Libres. Ese liderazgo, en 1820, estaba en crisis. Las derrotas propinadas por los portugueses en la Banda Oriental a las fuerzas artiguistas tuvieron como efecto debilitar su autoridad sobre las fuerzas federales del Litoral y sobre sus líderes, López y Ramírez. Formalmente lo seguían reconociendo como Protector de los Pueblos Libres, pero temían, a su manera, el contagio de la revuelta social que conmovió a la Banda Oriental.

Y en tercer lugar en 1815 no había una provincia ocupada por una potencia extranjera. En 1820, en cambio, la Banda Oriental estaba ocupada por el invasor portugués, lo cual ponía objetivamente en la agenda de todas las clases sociales y fuerzas políticas cuál era la actitud a adoptar frente a esta flagrante violación de la soberanía sobre el espacio nacional. Nadie podía hacerse el distraído, o mejor dicho, hacerse el distraído era toda una definición política.

La cuestión portuguesa y la Banda Oriental

La cuestión de la Banda Oriental, aunque formalmente se presentara como una cuestión de defensa de la integridad nacional, ponía en el tapete la “cuestión social” que las clases dirigentes querían evita a toda costa.  El temor a la guerra social disparada por el reparto de tierras y ganados llevado a cabo por el artiguismo en la Banda Oriental, volvió a ponerse en la agenda de todas las corrientes en pugna.

Recordemos que en junio de 1819, Pueyrredón renunció y fue reemplazado por Rondeau (también de la Logia), con el objetivo de dar aire a un Directorio muy desprestigiado. Rondeau inició negociaciones con Artigas para cesar la guerra civil  teniendo en cuenta que se preparaba en España una gran expedición para reconquistar la zona del río de la Plata (finalmente no llegó a zarpar por el levantamiento de Riego en enero de 1820).  Artigas le formuló entonces una demanda crucial y precisa. Si hay voluntad de acabar con la guerra civil, unámonos, declarémosle la guerra al invasor portugués y esa será nuestra mejor preparación si los españoles llegaran al Plata.

Este es seguramente el último gran debate donde se juega el futuro de la revolución rioplatense. Artigas precisó con una fórmula simple el nudo gordiano de la encrucijada de la revolución rioplatense.

El rechazo de Rondeau a este reclamo puso en evidencia cuán profunda era la escisión que separaba a la camarilla directorial del campo nacional y popular y cuánto privilegiaba la camarilla el objetivo de acabar con el “anarquismo” artiguista por sobre la preservación del territorio nacional frente a la invasión extranjera.

Ramírez y López frente a la cuestión portuguesa

La victoria de las fuerzas federales en Cepeda les abría el camino hacia la capital. Es lo que todos esperaban. La información de que en un enfrentamiento menor con las fuerzas portuguesas cerca del Rosario (Río Grande do Sul), en diciembre, Artigas les había propinado una derrota acentuó la zozobra de los círculos dirigentes de Buenos Aires y en particular de la Logia Directorial.

Pero la conducción federal en los hechos a cargo de López y Ramírez carecía de una postura unificada sobre la actitud a tomar frente a los portugueses que ocupaban la Banda Oriental.

A López y Ramírez no se les podía escapar la comprensión de que convertir a la liberación de la Banda Oriental del dominio portugués en el objetivo “nacional” prioritario de las Provincias Unidas, favorecería que Artigas recobrara su rol de liderazgo. Diversos autores destacan este aspecto de competencia por el liderazgo para explicar la conducta de Ramírez y López. Para nosotros, focalizar el problema en los “egos” personales de López y Ramírez, (algo que seguramente tuvo algún peso en el curso de los acontecimientos) no termina de explicar su conducta.

Desalojar a los portugueses de la Banda Oriental requeriría movilizar nuevamente a las masas orientales, del litoral y de todo el país. Y esto volvería a poner en la agenda nacional la “guerra social” asociado a la implementación del reglamento de tierras. Este temor que tanto agitaba la camarilla directorial también era compartido, con sus matices, por todas las clases acomodadas, en primer lugar por los grandes comerciantes y hacendados, pero también por los caudillos litoraleños,  López y Ramírez.

El rol de los “federales” porteños

El derrumbe del régimen directorial va a generar un vacío de poder. El propio Congreso, en las vísperas de Cepeda había decidido que Pueyrredón y Tagle, las figuras más desprestigiadas de la Logia, abandonaran el país en aras de la tranquilidad pública.

Pero después de Cepeda, quien va a asumir un fuerte protagonismo político es una fracción bonaerense partidaria de un entendimiento con López y Ramírez y que se presentaba a sí misma  como  “federal”. Inicialmente es Sarratea quien busca encabezarla.

Poco después de Cepeda, asume la gobernación de Buenos Aires, con un golpe de mano. Cuenta con el apoyo de Soler, basado en el común entendimiento de que la política para salir del impasse de Cepeda no podía basarse en los cuadros remanentes de la disuelta Logia sino que para mantener el “orden” es necesario apelar a las maniobras y la demagogia.

Tras la caída del Directorio, retornaron numerosos opositores exiliados y expatriados por Pueyrredón  desde 1816, muchos de ellos por denunciar su pasividad con Portugal, y  con gran prestigio, como Dorrego y Pagola que ocuparán lugares destacados en la corriente “federal” bonaerense.

Mitre va a caracterizar a Sarratea como el “candidato del miedo de unos, del egoísmo de otros y de la prudencia de todos”. Con esto Mitre le reconoce y valora sus servicios en el mantenimiento del “orden” al momento de la acefalía.

La paradoja de estos primeros meses de 1820 es que la causa del “orden” estuvo garantizada por una amalgama heterogénea  agrupada bajo la bandera de federales bonaerenses.  Borges diría que no los unió el amor sino el espanto. Fue esta corriente la que llevó adelante una salida relativamente “ordenada” a la crisis de poder, que debía pasar inevitablemente por una negociación con los líderes federales triunfantes en Cepeda, para separarlos en primer lugar de Artigas, a quien buscaban aislar.

Pactando con unos y dividiendo a todos, apareciendo como “renovadores” y “federales” lograron timonear la salida política al impasse provocada por Cepeda.

Un suceso relativamente inesperado vino a facilitar su tarea. El 21 de febrero llegó a Buenos Aires una noticia que conmocionó a la ciudad y al campamento federal a pocas leguas de allí. Artigas había sufrido una importantísima derrota frente a los portugueses en Tacuarembó el 31 de enero (un día antes de Cepeda) que había diezmado sus fuerzas. Esta nueva realidad (la derrota de Artigas)  facilitó las condiciones que hicieron posible el Pacto de Pilar.

Pacto de Pilar

El “relato federal” armado respecto al Pacto de Pilar pretende enmascarar la formación de un bloque contra Artigas y el abandono de la Banda Oriental a los portugueses

El Pacto de Pilar firmado el 23 de febrero por López, Ramírez y Sarratea  debe ser entendido en primer lugar por la resolución que le dio a la cuestión central de la agenda del momento, la cuestión portuguesa.

La cuestión del régimen político con el que se iba a reorganizar un gobierno central en las Provincias Unidas (si centralista o federal) ocupaba un lugar de segundo orden en relación a la cuestión central de la agenda del momento. Por eso cuando la mayoría de los historiadores (de Mitre y V. F López en adelante) subrayan el gran “aporte” que el Pacto de Pilar significó por sus partes declarativas a favor de una organización nacional formalmente federal, hacen una manipulación consciente que pretende enmascarar lo esencial.

Para cuando se firmó el Tratado de Pilar la expedición española que debía partir de Cádiz ya se había amotinado el 1 de enero de 1820, quitando la amenaza española del horizonte. También habían comenzado los mismos síntomas de levantamiento liberal en Portugal, debilitando al enemigo que ocupaba la Banda Oriental.

Lo que nos interesa destacar son los artículos públicos y los convenios secretos en los que Sarratea comprometió a López y Ramírez para separarlos de (y enfrentarlos a) Artigas.

El artículo 3º es el verdadero corazón del tratado y lo citaremos completo: “Los gobernadores de Santa Fe y Entre Ríos, por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica provincia de Buenos Aires, cuna de la libertad de la Nación, el estado difícil y peligroso a que se ven reducidos aquellos pueblos hermanos por la invasión con que los amenaza una potencia extranjera, que con respetable fuerza oprime la provincia aliada de la Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la independencia y la felicidad nacional, el calcular los sacrificios que costará a los de aquellas Provincias, si fueran atacadas, el resistir un ejército importante careciendo de recursos; y aguardan de su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a la orden de la empresa, ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible” (destacados nuestros).

Detrás de su redacción rebuscada emerge con claridad sus propósitos. La Banda Oriental es definida como provincia “aliada” y a las provincias de Entre Ríos y Santa Fe se las considera pueblos “hermanos”. Esta distinción preanuncia la ruptura del bloque federal, pues considera amenazadas a Santa Fe y Entre Ríos, a las que habría que “ayudar”. En su redacción el artículo no obliga a Buenos Aires a ninguna medida concreta hacia la “aliada” Banda Oriental.

Además el artículo 10º al definir el rol de Artigas explicita la función política del pacto. “Aunque las partes contratantes estén convencidas que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del Excelentísimo Señor Capitán General de la Banda Oriental, don José Artigas, según lo ha expuesto el Señor Gobernador de Entre Ríos, que dice estar autorizado por dicho señor excelentísimo para este caso, no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta acta para que, siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que pueda convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federales se miraría como un dichosos acontecimiento”.

Los firmantes del pacto no desconocían que lo acordado se oponía por el vértice a los reclamos que los tres jefes federales (Artigas, Ramírez y López) habían expresado en el manifiesto común emitido antes de emprender la campaña a fines de 1819 y donde el punto central era la liberación de la Banda Oriental del invasor portugués.

Artigas quedaba reducido de Protector de los Pueblos Libres y comandante general de la operación de ofensiva sobre Buenos Aires a simple Capitán General de la Banda Oriental. Porque sabían que el tratado iba a producir la ruptura con Artigas, Ramírez obtuvo como agregado secreto que Buenos Aires se comprometiera a apoyarlo con armas, pertrechos y finalmente también con hombres no para enfrentar una supuesta invasión portuguesa sino el inminente y previsible enfrentamiento militar con Artigas.

Ramírez demoró la comunicación a Artigas del Pacto para ganar tiempo hasta que los refuerzos y apoyos militares de Buenos Aires le hubieran llegado por el río Uruguay.

El otro acuerdo secreto involucraba las condiciones para el ingreso de los caudillos federales a Buenos Aires. Esto fue acordado una vez firmado el Tratado. El 23 se  lo firmó, el 24 lo ratificó recientemente elegida Junta de representantes de Buenos Aires y al día siguiente  López y Ramírez, acompañados de su comitiva pero también de Sarratea, ingresaron a la ciudad. Un clima de concordia presidió los festejos. No tuvo nada que ver con lo que veinte días antes esperaba la plebe de la ciudad. El Cabildo les obsequió con alhajas recordatorias, se quemaron cohetes voladores. Los jefes federales permanecieron cinco días en la ciudad.

Artigas y Ramírez

En abril la tensión entre Ramírez y Artigas se hizo abierta. Una vez que Ramírez recibió los pertrechos enviados por Buenos Aires, y los contingentes comandados por Holmberg se animó a plantarse frente a Artigas, que, como era previsible, había hecho público su rechazo al Tratado de Pilar porque justamente nada decía sobre la recuperación de la Banda Oriental de los portugueses.

El enfrentamiento era inevitable. Con sus fuerzas diezmadas y obligado por los portugueses a pasar a tierra entrerriana firmó el Pacto de Avalos con Corrientes y Misiones. Si bien los primeros enfrentamientos tuvieron un resultado parejo, el apoyo de los recursos de Buenos Aires desniveló la desigual contienda y Ramírez derrotó decisivamente a las tropas de Artigas en Las Tunas el 24 de junio. Poco después, el 5 de setiembre de 1820, Artigas se vió obligado a exiliarse en Paraguay de donde nunca saldrá hasta su muerte en 1850.