Aniversarios

4/7/2016

A 240 años de la independencia norteamericana

A 240 años de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, reproducimos el artículo aparecido en Prensa Obrera Nº 144 (julio de 1986): “4 de julio de 1776: Triunfa en las colonias de Norteamérica una guerra revolucionaria nacional”


El 4 de julio de 1776 fue declarada la independencia de los Estados Unidos. Fue un acto decisivo para el triunfo del primer proceso de emancipación nacional de toda la historia. Con él se abrió el camino para la victoria de la única revolución burguesa íntegra del continente americano.


Las colonias de Norteamérica eran el principal dominio de la corona inglesa. Gran Bretaña ejercía un asfixiante monopolio sobre toda la actividad económica de la región y un núcleo de funcionarios imperiales sojuzgaba políticamente a todas las clases sociales del país. En el sur predominaban las plantaciones de esclavos y sus dueños dependían del traficante inglés para vender sus productos. En el norte, los terratenientes realistas acaparaban tierras y bloqueaban la expansión de los granjeros libres. Fue en esta zona donde se desarrollaron cuatro grandes ciudades portuarias con una numerosa población de artesanos y un grupo de ricos comerciantes-navegantes, que desafiaban al monopolio, contrabandeando mercancías con el competidor francés.


A través de una guerra prolongada, Gran Bretaña expulsó a Francia del continente y a su término redobló la opresión de las colonias. Sus tropas intentaron destruir el contrabando con registros y prohibiciones; fueron decretadas propiedad de la corona todas las tierras no ocupadas del oeste y se establecieron gravosos impuestos al consumo para mantener al ejército colonial. En 1765 comienza la resistencia.


En forma simultánea estallan revueltas armadas en distintos puntos y empieza un boicot general a los productos ingleses. Los colonos realizan su primer Congreso y concentran sus peticiones en la derogación de los tributos, pero el conflicto se agrava luego de la sanguinaria respuesta británica. El corazón de la revuelta se localiza en dos ciudades, Boston y Filadelfia, y desde allí se extiende al campo. En 1773 se produjo el asalto a un barco inglés cargado de té, que se transformó en el símbolo de la revolución americana. La guerra abierta se desencadena finalmente con la batalla de Lexington, en 1775, y se constituye un ejército patriota al mando de Washington. La guerra fue una dura campaña que involucró a todos los colonos y el triunfo fue logrado con el decisivo apoyo militar y financiero de Francia. En la batalla de Yorktown (1782) se definió la victoria norteamericana y un año después se concretó la rendición formal de Gran Bretaña.


 


Las fuerzas motrices de la emancipación


 


La guerra de la independencia se inició al concretarse la alianza de las dos clases más fuertes de la época, en el país: los esclavistas del sur y los comerciantes-navegantes del norte. Los dos grupos dependían del mercado mundial y su enriquecimiento estaba bloqueado por la subsistencia del monopolio colonial. Los plantadores necesitaban nuevos territorios para continuar lucrando con el arcaico e improductivo trabajo esclavo, y los navegantes libertad de comercio para seguir con su actividad. Pero ninguno de estos grupos tenía la capacidad política y el vigor revolucionario para encarar una guerra de liberación. Fueron dos clases explotadas, los artesanos de las ciudades y los pequeños agricultores del campo, las fuerzas realmente revolucionarias.


El papel central lo cumplió la pequeña burguesía urbana. Ellos constituyeron la organización clandestina “hijos de la libertad”, que con extraordinaria energía y decisión estuvo en la primera fila de todo el proceso insurreccional. Organizaron a partir de los llamados “Comités de Correspondencia”, un poder paralelo al de la corona. Destituían a la oligarquía pro-británica y forzaban la expropiación de sus tierras. Se alistaron masivamente y quebraron las vacilaciones de las capas acomodadas y sus intentos de conciliación con Inglaterra. Jugaron el mismo rol intransigente que los “jacobinos” en la Revolución Francesa.


Conquistada la independencia, la alianza de esclavistas y comerciantes suscribe una constitución en común y se lanza a someter y disciplinar a los artífices de la emancipación. La embestida contra el pueblo fue el rasgo característico de todo el período iniciado en 1783 y culminó cuatro años más tarde en el aplastamiento de la sublevación radical de Massachussets.


 


Los pilares de la segunda revolución


 


Con la expropiación de la aristocracia realista quedó eliminada toda forma de servidumbre feudal y se abrió el camino para la conquista del oeste. Una dura lucha enfrentó entonces a los colonos libres con los plantadores esclavistas y los especuladores de tierras. El exterminio de los indios y la liquidación del primitivo colectivismo agrario fue el trasfondo común de esta batalla por la ocupación del nuevo territorio. La mayor conquista social de la guerra de la independencia fue el crecimiento de una gran clase de pequeños propietarios agrícolas (farmers) que comenzaron a poblar todo el país y a consolidar un vastísimo mercado interno.


La emancipación nacional impuso una ampliación sin precedentes de las instituciones democráticas. Confiscados los terratenientes desaparecieron todas las restricciones que limitaban el derecho del sufragio a los grandes propietarios. La conquista del voto popular fue acompañada por el establecimiento de formas de control directo sobre las autoridades, por la vigencia del federalismo y por la anulación de todos los privilegios de la iglesia.


La independencia norteamericana liberó al país de la dominación extranjera, levantó una república democrática y unificó en una sola nación a todas las colonias. Fue una obra espectacular, pero sólo el principio de la revolución democrático-burguesa. Dejó en pie el régimen esclavista y dos capas semi-capitalistas, como los plantadores y los comerciantes, se apoderaron del control del Estado. Debió transcurrir un largo período de 80 años hasta que madurara en el norte una nueva clase (la burguesía industrial), capaz de aplastar en otra guerra a los plantadores del sur. Recién ahí se produjo la segunda revolución norteamericana y se abrieron todas las compuertas a un crecimiento extraordinario de las fuerzas productivas.


El proceso de la emancipación tuvo dos grandes méritos históricos: sentó las bases para el surgimiento de una burguesía manufacturera y creó una tradición de lucha democrática y revolucionaria, que resurgió plenamente a la hora de aplastar a los retrógrados esclavistas.


 


Cómo comparar


 


Existe una gran tradición de comparaciones entre la historia argentina y norteamericana, que pretende explicar el destino opuesto de ambos países, partiendo de la colonización anglosajona e hispánica.


Puigross, por ejemplo, resaltaba la herencia progresista de la primera y regresiva de la segunda. Milcíades Peña se opuso a este enfoque, señalando que fueron factores objetivos como el clima y el territorio, las causantes de la diferencia. Pero las modalidad de la colonización o su entorno geográfico sólo en última instancia condicionaron la fabulosa potencialidad del desarrollo capitalista que tuvo los Estados Unidos en el siglo pasado.


El factor decisivo (que ambos autores ignoraron) fue el proceso concreto de la revolución norteamericana. Para establecer comparaciones es necesario observar el papel de las distintas clases que intervinieron en las revoluciones, las alianzas que se tejieron, las tradiciones que surgieron y el resultado de cada enfrentamiento. De lo contrario, se simplifica el proceso histórico.


La revolución norteamericana fue un acontecimiento excepcional, que no se volvió a repetir en el continente. Lenin la elogió como una de las “grandes guerras revolucionarias”, comentando acertadamente que fue “una de aquellas, de las que ha habido tan pocas” en la historia.