Aniversarios

9/11/2016

A 27 años de la caída del Muro de Berlín

Hace 27 años, entre el 9 y 10 de noviembre de 1989, el pueblo alemán procedía a derribar con picos y mazas el muro que separaba Alemania Oriental de Alemania Occidental.


El episodio estuvo inscripto en la restauración capitalista en la Unión Soviética y los países en su órbita, cuyo derrotero fue analizado sistemáticamente por Prensa Obrera. Contra la idea de una victoria definitiva de la “globalización capitalista”, se caracterizó que este proceso implicaba un desenvolvimiento de la crisis capitalista mundial a escala superior.


A continuación, reproducimos dos artículos: el primero, de Jorge Altamira, se publicó en PO n°287 del 16 de noviembre de 1989, a pocos días de la caída del muro. A su turno, en “Prensa Obrera y el Muro de Berlín”, de 1996, Luis Oviedo recorre las conclusiones políticas de los años subsiguientes.


 


Cae el muro


El marxismo y la cuestión alemana


Jorge Altamira


 


A diferencia de lo que ha ocurrido hasta ahora en el conjunto de los países de Europa oriental y en la URSS, el desmoronamiento del régimen burocrático de Alemania Oriental ha sido súbito y fulminante. Después de algunas semanas de gigantescas manifestaciones, el odiado gobierno Honecker tuvo que ser destituido. Fue un recurso de urgencia para evitar la victoria de una revolución. Pero el cambio de la fachada oficial sólo sirvió para acentuar la movilización política popular. El sábado 4 de noviembre un millón de personas desfilaron en Berlín Oriental. El martes 7 lo hicieron 500.000 en Leipzig y 800.000 en el conjunto del país. Los estudiantes y los trabajadores que constituían el grueso de las movilizaciones, reclamaban elecciones libres, amnistía, abolición de la policía secreta y libertad para viajar. El jueves 9 y el viernes 10 la presión insostenible hizo caer el muro de Berlín, posibilitando así la confraternización de los berlineses de ambos lados de la ciudad.


Helmut Kohl, el primer ministro de Alemania occidental, en estas circunstancias abandonó apresurado la ciudad de Varsovia, donde se encontraba para discutir la “integración" de Polonia a la economía capitalista de Alemania Federal, con el objetivo de capitalizar con su presencia en Berlín oeste los acontecimientos que protagonizaban los habitantes de los dos sectores. Cuando quiso hacer uso de la palabra fue, sin embargo, intensamente chiflado por lo que la prensa internacional denominó una "mayoría izquierdista".


En poco menos de 48 horas la situación política de Europa habla cambiado decisivamente, particularmente en lo que se refiere a sus perspectivas. Un viejo problema revolucionario, la unidad de Alemania, que tantos gobiernos y aun las más diversas tendencias políticas hablan relegado al fondo de la historia, cuando no hablan pretendido enterrarla, volvía a la primera plana de la política mundial.


 


La cuestión alemana


Es indudable que la reactualización de la cuestión alemana se encuentra ligada a tres grandes factores, por lo menos: a la bancarrota económica y política de la burocracia stalinista en todos los Estados obreros; a la creciente colonización financiera de éstos por parte del Imperialismo mundial, con la consiguiente dislocación de le economía estatizada; y al gran movimiento de masas, que va desde la Rusia asiática hasta Berlín, por la conquista de la libertad política y nacional. Como consecuencia de todo esto Alemania pasa a ocupar ahora el rol histórico central que tuvo en el pasado para la revolución europea. En apenas algunas semanas Alemania ha dejado de ser un “gigante económico y pigmeo político", para transformarse de nuevo en factor clave de toda la política europea. No es casual entonces que la cuestión alemana haya comenzado a quitarle el sueño, no ya a Gorbachov, sino a Bush, Mitterrand y a la Thatcher. Ante la situación revolucionaria creada en el este de Europa todos ellos rechazan la posibilidad de una inmediata unificación de Alemania y tampoco esconden sus temores ante las consecuencias que podría tener para sus intereses una Alemania única, incluso si fuera capitalista. Hay quienes sostienen que la preponderancia de una Alemania capitalista unida imposibilitaría la unificación económica de Europa occidental, que está prevista para 1992, y hasta se admite que Gorbachov pueda llegar a negociar con Alemania Federal la anexión de Alemania oriental a cambio de un plan de asistencia económica a gran escala a la "perestroika" soviética. Resulta evidente que la cuestión Alemana ha vuelto a constituirse en la clave política europea y que esta importancia se acrecentará en el futuro.


 


Revolución y contrarrevolución


La cuestión de la unidad alemana es, por cierto, un viejo problema histórico. A principios del siglo XIX se presentó como una posibilidad de gran progreso histórico para el desarrollo capitalista y para la destrucción del imperio zarista, y como "preludio de la revolución proletaria" (Marx). Derrotada la revolución alemana "desde abajo" (1848), la unidad de Alemania se completó "desde arriba" (1871) bajo la hegemonía de los terratenientes prusianos. El rápido desarrollo social y político de la clase obrera transformó a Alemania en el centro de la inevitable revolución europea. Para Lenin y Trotsky la revolución alemana debía completar a la revolución rusa y dar el impulso decisivo a la revolución mundial. Pero la derrota de la revolución alemana en 1923 y las traiciones ulteriores del stalinismo y de la socialdemocracia permitieron la victoria del hitlerismo y la Segunda Guerra Mundial. La IV° Internacional formuló entonces la previsión de que la derrota militar del hitlerismo producirla la revolución proletaria en Alemania, como el factor decisivo de la revolución europea. Pero precisamente para ahogar la revolución alemana, Stalin pactó con las potencias Imperialistas la ocupación y la división de Alemania, Imponiendo una tutela militar y política compartida con el imperialismo. (Esa tutela, consagrada en los acuerdos de Postdam (1945), está vigente aún hoy, y tipifica a la nación alemana como políticamente dependiente. Por los tratados vigentes, el status de Alemania sólo puede ser modificado con el acuerdo de la URSS, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos). Stalin hizo culpable al pueblo alemán por las criminales fechorías del hitlerismo para justificar el atropello a la autodeterminación nacional. El ejército rojo expulsó a millones de alemanes de los márgenes orientales del país para compensar a Polonia con territorio alemán los territorios que Stalin les sacaba a los polacos. Violando todos los principios internacionalistas, el stalinismo obligó al pueblo alemán a pagar reparaciones de guerra y para ello saqueó fábricas e instalaciones industriales enteras. La cuestión de los refugiados fue provocada por esta política y por las impresionantes agresiones del ejército rojo contra el pueblo alemán, ejecutadas bajo la consigna de "ojo por ojo y diente por diente". Se pretendía devolver a los trabajadores alemanes lo que los hitlerianos hablan hecho con los trabajadores soviéticos. En realidad se trataba de desmoralizar al proletariado de Alemania e impedir una revolución proletaria. Solamente entre 1945 y 1946 escaparon de las “zonas soviéticas” diez millones de alemanes, algo que todo el mundo acepta fue la base de la "reconstrucción" de Alemania occidental —la masiva superexplotación de la posguerra. Las fechorías del stalinismo fueron tan monstruosas que ayudaron a hacer empalidecer a las ejecutadas por el propio imperialismo, que luego de la guerra impuso una enorme dictadura social y política al pueblo alemán. Para los alemanes, decía Churchill, "sopa a la mañana, sopa a la tarde y sopa a la noche: lo suficiente para que no se mueran." Ahogando a la clase obrera alemana, dividiéndola, dividiendo a los trabajadores de Europa, el imperialismo y la burocracia rusa pretendieron terminar con las esperanzas de Mane, Lenin y Trotsky— la revolución alemana.


El ahogo de las libertades nacionales fue llevado en forma infinitamente más consecuente en el este que en el oeste. El imperialismo norteamericano puso todos los enormes recursos a su disposición (únicos en el mundo de la posguerra) para reconstruir la economía de Alemania Federal y para permitir su desenvolvimiento constitucional, como baluarte contra la revolución. Cuando en junio de 1953 se produce el levantamiento de la clase obrera de Berlín oriental, la consigna de los "demócratas" y aun de los socialistas de Berlín y Alemania oeste fue no apoyarlo, resistiendo los reclamos de una huelga general del lado oeste de la ciudad — cuando aún no existía el muro de Berlín. La construcción de éste, en agosto de 1961, sirvió precisamente para eliminar posibilidades “embarazosas” como las del 53 y para estabilizar las relaciones de cooperación entre la burocracia y el Imperialismo. Es precisamente a partir de la erección del muro que comenzará a fructificar la política “hacia el este” de parte de Alemania occidental.


 


Política marxista


A la terrible opresión política, la burocracia stalinista le agregó la penuria y el fracaso económico, esto como consecuencia del manejo burocrático de la economía, de la supeditación de ésta a los intereses estratégico-milita- res de la burocracia y, finalmente, como consecuencia de la pretensión de alcanzar una autarquía económica en los marcos del llamado "socialismo en su solo país". Los países "socialistas" de Europa oriental han caldo, uno a uno, bajo la dependencia financiera del imperialismo. Aun cuando en esta situación se destaquen Polonia. Hungría y Yugoslavia, con sus gigantescas deudas externas y con sus planes FMI, Alemania oriental no es menos una semi- colonia financiera de Alemania occidental. Su comercio con ésta goza de franquicias aduaneras, especialmente concedidas por el Mercado Común Europeo y el déficit que resulta del comercio interalemán es financiado sin intereses por Alemania occidental. La industria de Alemania oriental ha comenzado a producir bajo licencia de monopolios occidentales y se prevén asociaciones empresariales. Todos los partidos de Alemania Federal se oponen a la unidad y prefieren un régimen confedera! que mantenga en pie el aparato del estado este- alemán, porque esto les permitiría profundizar ese colonialismo económico sin hacerse cargo de los “costos políticos” ni de tener que encarar a una clase obrera unificada.


La historia del stalinismo con relación a Alemania explica el enorme odio del pueblo alemán hacia la burocracia y el desprestigio que esto ha provocado en todo lo que se refiere a “socialismo". A esto hay que agregar la bancarrota de la burocracia en materia económica. En estas condiciones es natural que la dirección política de las movilizaciones populares se deslice hacia los partidarios del democratismo burgués y de la "economía de mercado". Sería sorprendente que fuera de otro modo. En esta confusión se apoyan las direcciones políticas pro-burguesas, como si el capitalismo mundial fuera inocente de las tragedias sufridas por el pueblo alemán en los últimos 70 años. Para superar esta situación es necesario una política marxista concreta, cuyo punto de partida es el reconocimiento del carácter irrevocablemente contrarrevolucionario de la burocracia y la completa inviabilidad de sus regímenes políticos.


El eje de esta política debe ser la consigna por una Alemania unida, libre, independiente y socialista. Este programa es incompatible, naturalmente, con los derechos de tutela del imperialismo y de la burocracia rusa. Por otro lado va en contra de esos mismos intereses que quieren ver dividido al proletariado alemán. La destrucción del aparato estatal este-alemán constituye una posibilidad que ensombrece el ánimo del represivo aparato estatal de Alemania Federal. Aplicado consecuentemente, el programa de una Alemania unida, libre, independiente y socialista, sólo puede ser impuesto por la revolución proletaria protagonizada por el proletariado alemán en su conjunto.


 


El ascenso de masas


En relación con esta política revolucionaria, el tercer factor de la presente situación histórica aparece en todo su valor. Ocurre que el detonante de la crisis alemana ha sido la movilización histórica excepcional de las masas. Es precisamente frente a ella que ha reculado la demagogia imperialista tradicional a favor de la unidad alemana; los explotadores no quieren que el pueblo haga la unidad por sus propias manos. Los voceros imperialistas han comenzado a advertir que unas elecciones libres inmediatas en Alemania oriental podrían acabar con la burocracia “comunista" e inviabilizar la permanencia del Estado este-alemán, lo cual plantearía una crisis colosal en toda Alemania. Los trabajadores del este pretenderán conservar sus derechos sociales y acrecentarles las libertades democráticas que están conquistando, más los niveles de vida obtenidos por la clase obrera del oeste. Esta, con dos millones de desocupados y en plena lucha por la reducción de la semana laboral, será empujada a una lucha abierta como consecuencia de la movilización oriental. Ante este panorama, las "potencias" se están esforzando por salvar de la hecatombe a la burocracia stalinista germana.


Hay un giro político fundamental, que no podrá ser explotado por quienes conserven las anteojeras stalinistas sino que reclama una orientación marxista y cuarta internacionalista. La cuestión alemana no es un obstáculo sino un problema y una gran posibilidad revolucionaria.


 


 


 


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Prensa Obrera y el Muro de Berlín


Luis Oviedo


 


No pasa un día sin que los diarios no hagan referencia a la depresión económica de la otrora milagrosa Alemania, al agravamiento social de las masas o a las tendencias ‘espontáneas’ de éstas a repetir en suelo germano la reciente huelga francesa.


Para un país donde el capitalismo habría derrotado al socialismo y donde el ‘mercado’ habría demostrado su superioridad respecto a la planificación, esta evolución explosiva en la ciudadela de los triunfadores, debe resultar sorprendente para más de uno. Sin embargo, desde estas páginas pudimos anticiparla en sus líneas de fondo, precisamente a partir de nuestra caracterización de la caída del Muro de Berlín.


No es casual que la crisis alemana se produzca apenas cinco años después de que la burguesía alemana se anexara la RDA; el hilo conductor de los sucesos que provocaron la caída del Muro desembocó –y no podía menos que hacerlo– en el presente agravamiento de la lucha de clases en Alemania.


 


Un acontecimiento de la revolución europea


La caída del Muro de Berlín fue el resultado de una imparable revolución popular que se anidó durante más de cuarenta años, y que conoció sucesivos estallidos debido a la inviabilidad del régimen stalinista de la Alemania oriental, y de los regímenes stalinistas en general, principalmente el ruso. Se inscribió en la ola de levantamientos que inició la clase obrera polaca en 1980, una ola que puso al desnudo la negativa de la clase obrera a soportar la carga de la ‘coexistencia pacífica’ y de la ‘distensión’ entre el imperialismo mundial y la burocracia stalinista, que se traducía en pesadas deudas externas y descomunales ‘ajustes’ económicos. Por eso, aunque las grandes potencias de los dos bloques ya habían tomado la decisión de enfrentar a los pueblos del este, no mediante la represión sino mediante el ‘desvío democrático’, el derribamiento del Muro por una revolución popular fue un episodio de la revolución europea, que quebró “el artificio montado (por el imperialismo mundial y la burocracia soviética) para dividir al proletariado más fuerte de Europa” (Prensa Obrera nº 284, 19/10/89); la caída del Muro puso sobre el tapete “la descomposición conjunta del imperialismo y de los regímenes burocráticos y el completo agotamiento de las relaciones políticas establecidas entre ellos a partir de la posguerra” (ídem).


La movilización que acabó con el Muro fue tempranamente estrangulada por la pequeño burguesía democratizante, el sector ‘perestroiko’ de la vieja camarilla stalinista y el imperialismo, mediante recursos principalmente políticos, fundamentalmente el pasaje abierto de la burocracia al capitalismo y de la pequeño burguesía a la democracia imperialista. Esto explica que el derribamiento del Muro se convirtiera, al cabo de un proceso político muy claro, en la anexión forzada del sector oriental a la Alemania capitalista, y que el episodio revolucionario quedara limitado a “una semi-revolución, lo cual hasta cierto punto o relativamente significa que fue una contrarrevolución” (Prensa Obrera nº 297, 27/3/90). “Hasta cierto punto”, porque aunque el contenido social de la anexión política del sector oriental es contrarrevolucionario, las masas alemanas recuperaban un protagonismo político que el imperialismo y el stalinismo les habían destruido desde el ascenso del nazismo.


El error que llevó a la casi totalidad de la izquierda a su derrumbe político, luego de la ‘caída del Muro’, tiene su raíz en la incapacidad de esa izquierda para definir por medio de contradicciones, el carácter de esos acontecimientos, o dicho de otro modo, caracterizarlos en su movimiento y devenir, y no reducirlos a formulismos sociológicos fijos.


Las direcciones pequeñoburguesas y gorbachovianas aseguraron que, rápidamente, el control político del proceso pasara íntegramente a las manos del imperialismo alemán. Anudando un conjunto de ‘garantías’ y ‘salvaguardas’ con el imperialismo norteamericano y con la burocracia moscovita, el gran capital alemán se lanzó a la ‘unificación’ del país, que no fue tal sino que consistió en “la integración del aparato estatal staliniano y sus burócratas al régimen capitalista” y en “un operativo financiero que apunta a la privatización masiva de las empresas estatales del este” (Prensa Obrera nº 307, 2/7/90). Es esta anexión capitalista la que ha provocado la crisis actual.


La privatización de las empresas estatales del este en favor de los pulpos del oeste fue subsidiada masivamente por el Estado alemán (que se hizo cargo de la deuda externa de la RDA y de las deudas internas y externas de sus empresas), lo que provocó una descomunal emisión monetaria y un crecimiento espectacular del déficit fiscal. El ‘costo’ de la ‘unidad alemana’ ascendió a varios cientos de miles de millones de dólares… que ahora se pretende que paguen los trabajadores del este y del oeste mediante la reducción del seguro al desempleado, de los subsidios familiares y el elevamiento de la edad jubilatoria. Este ‘costo’, enfatizábamos entonces, “está expresando dos cuestiones fundamentales: de un lado, la falta de pujanza, el envejecimiento o la descomunal crisis del capitalismo mundial; y, del otro lado, los métodos de destrucción económica que inevitablemente ha tenido que imponer para encarar la ‘unificación’ … Todo esto importa –concluíamos– porque demuestra los límites insalvables de la penetración capitalista en el este, y su tendencia a generalizar las condiciones revolucionarias al este y al oeste de Europa” (Prensa Obrera nº 315, 11/10/90).


La anexión significó, efectivamente, una enorme destrucción de fuerzas productivas: desaparecieron las dos terceras partes del PBI industrial este-alemán y la desocupación trepó más allá del 40% de la población activa. Esta sangría sistemática del este sirvió para que los capitalistas del oeste amasaran enormes beneficios y para que la economía alemana escapara por un tiempo a la recesión… pero cuando la ‘fiesta’ de la ‘unificación’ pasó, dejó al descubierto una crisis capitalista agravada, pero por sobre todo, ha dejado en claro que la unidad alemana sólo puede hacerla la dictadura del proletariado y el socialismo.


La crisis ‘oriental’ se ha convertido, entonces, en una crisis general; que la gigantesca masa de beneficios provocada por el copamiento (subsidiado) de los mercados orientales y la eliminación (también subsidiada) de los competidores orientales por los grupos occidentales, no haya alcanzado para elevar de una manera decisiva la tasa de beneficio, es una demostración inapelable de la envergadura de la crisis del capitalismo alemán. La política capitalista frente a la crisis apunta a la ‘convergencia de los salarios’ y a una ‘flexibilización radical del mercado del trabajo en toda Alemania’. Esto significa agudizar la competencia entre los trabajadores mediante la eliminación de la estabilidad en el empleo y la introducción de la famosa ‘flexibilidad’; la burguesía trata de utilizar el desempleo oriental para forzar la reducción de los salarios y las condiciones de trabajo de los obreros del oeste.


El ‘problema’ para la burguesía alemana es que debe llevar adelante este ataque en las condiciones históricas determinadas por la caída del Muro de Berlín: “la conjugación del desmantelamiento del aparato de opresión del stalinismo con la declinación histórica mundial del capital (que) ha abierto un período de características revolucionarias, cuya perspectiva sería la de unir al conjunto del proletariado alemán en un combate común” (Prensa Obrera nº 327, 27/4/91).


La crisis social y el agravamiento de la lucha de clases en Alemania confirman el pronóstico fundamental de que “la cuestión de la unidad alemana sigue abierta: o se consuma como resultado de una revolución socialista o como resultado de una contrarrevolución burguesa —cuya misión no es solamente el desmantelamiento de la propiedad estatal en la parte oriental sino la liquidación de las conquistas sociales y democráticas del movimiento obrero de Alemania occidental” (ídem).


Hoy, más que nunca, cuando la ‘guerra social’ se desenvuelve cada vez más abiertamente, “no se puede comprender la situación alemana si no se establece la conexión histórica y política que objetivamente existe entre el conjunto de la clase obrera alemana” (ídem).