A veinte años de una reforma reaccionaria

El 24 de agosto se cumplieron veinte años de la aprobación de la reforma constitucional que habilitó la reelección del entonces presidente Carlos Menem e impuso una serie de cambios en la estructura política argentina. La reforma de 1994, fue suscripta por la totalidad del arco político, desde la derecha más recalcitrante al centroizquierdismo.

A veinte años de una reforma reaccionaria

La reforma constitucional nació de un acuerdo entre el entonces presidente Carlos Menem y el ex presidente y jefe de la UCR, Raúl Alfonsín. El Pacto de Olivos -nombre que tomó el acuerdo- se construyó entre la primera crisis del plan Cavallo, en noviembre de 1992, y el estallido popular en Santiago del Estero (Santiagueñazo) en diciembre de 1993. Un año más tarde, la llamada “crisis tequila”, debido a su origen en México, anunciaba el principio del fin de la convertibilidad.

El Frente Grande

El tercer lugar en el pacto le cupo al centroizquierda del Frente Grande, entre quienes se encontraban Pino Solanas, Aníbal Ibarra y Eugenio Zaffaroni. Su aporte fue esencial para la ‘credibilidad’ de la Constituyente. Así lo admite hoy Solanas al señalar que “cometí el error de no retirarme y permitimos que la reforma se convierta en una gran maniobra del menemismo” (La Nación, 22/8). El Frente Grande había votado la intervención a Santiago del Estero y el envío de la gendarmería para reprimir la rebelión popular.

El aporte del centroizquierda fue la incorporación de los “nuevos derechos” incluidos en los tratados internacionales, otorgando derechos a una jurisdicción bajo control de las grandes potencias. Así quedó establecida la proscripción del derecho al aborto, al establecer la protección de la vida “desde la concepción”; la inclusión de la enseñanza religiosa; y el condicionamiento de la libertad de asociación al “interés de la seguridad nacional o el orden público”, lo cual fue celebrado por el clero y el Departamento de Estado norteamericano.

Una hoja de parra

La reforma aprobada por la Convención de 1994 fue un traje a medida de la reelección de Menem, o sea la defensa de las privatizaciones y el pago de la deuda externa (plan Brady). Hizo de la Constitución una hoja de parra del gran capital. Al darle un carácter constitucional a los “decretos de necesidad y urgencia” y el veto parcial de leyes por parte del Ejecutivo, e incluso los ‘superpoderes’, la reforma de 1994 consagró un régimen de arbitrariedad política navegando de crisis en crisis. Más precisamente, reforzó al estado de excepción que regía en los hechos. La “atenuación del presidencialismo”, le dio al Ejecutivo una injerencia fenomenal en el quehacer del Congreso.

El mismo destino tuvo cada una de las modificaciones introducidas. La autonomía de la Ciudad de Buenos Aires sirvió para consagrarla como el centro nacional de la especulación y del negociado inmobiliario, pero no agregó nada a la capacidad de decisión de los ciudadanos. Lejos de garantizar la independencia judicial, la creación del Consejo de la Magistratura, consagró un poder sujeto a las camarillas y lobbies políticos y empresariales.

Las cláusulas sobre los derechos de los pueblos originarios y el medioambiente sirvieron, como ocurre siempre, para otorgar a la ley reglamentaria la decisión real que permite la depredación de la naturaleza y la expulsión de los indígenas de sus tierras. Como ocurre con los derechos sociales incorporados en las reformas de 1949 y, luego, en 1957 (“jubilación digna”, “derecho al trabajo”, “salario mínimo vital y móvil”), la inclusión en la letra constitucional no impide que sean continuamente pisoteados por la ley que la reglamenta.

La intención de parlamentarizar el régimen político fue una gran cortina de humo, copiada, nada menos, de la reforma en Francia, impulsada por el bonapartista De Gaulle, con su correspondiente primer ministro. Lejos, sin embargo, de apuntalar un “régimen bipartidista”, inauguró la disolución de la partidocracia. Esta es la base del estado de emergencia permanente que presidió la década kirchnerista.


Matías Villar