“Aquello era ya la insurrección”

Las asambleas del 22 de octubre

El domingo 22 de octubre se convocaron en toda la ciudad asambleas y actos masivos, para celebrar el “Día del Soviet de Petrogrado”. El pretexto era recaudar fondos para las organizaciones y la prensa de los soviets, pero lo que se buscaba en realidad era un último “recuento pacífico de las fuerzas revolucionarias”, según la definición de Trotsky, antes de pasar a la insurrección armada.


“Era preciso que las masas se pusieran en contacto, se dieran cuenta de sus efectivos, de su fuerza, de su decisión. Mediante la unanimidad de la multitud había que obligar a los enemigos a ocultarse, a abstenerse de emprender toda acción (…) Era preciso conseguir que las masas, al verse a sí mismas, se dijeran: nadie ni nada puede enfrentarse en lo sucesivo con nosotras”1.


La jornada fue un éxito extraordinario. La burguesía se quedó en casa; pero las masas llenaron todas las salas y espacios públicos dedicados a los actos y asambleas. “Durante horas enteras aguantaron a pie firme los hombres y las mujeres de los suburbios, los moradores de los sótanos y de las azoteas, envueltos en sus abrigos míseros y en sus capotes grises, tocados con gorros de piel y pañuelos bastos, con el barro de las calles que se metía en las botas, con la tos otoñal atascada en la garganta, pegados los unos a los otros, apretujándose para dejar sitio al recién llegado, para que todo el mundo pudiera oír, y escuchaban sin cansarse, con avidez, apasionadamente, temiendo que se les escapara lo que más falta hacía que comprendiesen, que asimilasen, que hiciesen”2.


Los mejores y más reconocidos oradores bolcheviques, entre ellos Trotsky, Volodarsky, Laschevich, Kollontai, Raskolnikov, Krylenko, así como centenares de cuadros del partido, iban de un punto a otro de la ciudad, hablando frente a auditorios repletos que ardían de impaciencia ante la insurrección inminente. El acto más extraordinario fue el que se realizó en la “Casa del Pueblo”, en la margen derecha del río Neva. “Desde muy temprano una enorme multitud de obreros, soldados y miembros de las clases más empobrecidas abarrotaba el colosal auditorio, principalmente para ver y oír al legendario Trotsky, el orador principal”3.


John Reed, el periodista y militante norteamericano que ha dejado imborrables testimonios de los días de la insurrección, estaba en esa asamblea, y relata de este modo lo que vivió cuando Trotsky hizo su aparición y comenzó a hablar: “A mi alrededor, la gente parecía caer en éxtasis. Tuve la impresión de que aquella multitud iba a entonar de pronto, espontáneamente, sin ponerse de acuerdo y sin que nadie les diese la señal, un himno religioso. Trotsky leyó una resolución cuyo sentido general venía a significar, poco más o menos, que estaban dispuestos a derramar hasta la última gota de sangre por la causa de los obreros y de los campesinos. ‘¿Quién vota a favor?’, preguntó. Aquella multitud innumerable alzó las manos como un solo hombre. Yo veía aquellas manos levantadas y la llama que ardía en los ojos de los hombres, de las mujeres, de los adolescentes, de los obreros, de los soldados, de los mujiks… Trotsky continuaba hablando. Las manos, incontables, permanecían levantadas. Trotsky recalcaba sus palabras: ‘¡Que sea éste vuestro juramento! ¿Juráis consagrar todas vuestras fuerzas, no retroceder ante ningún sacrificio para sostener al soviet que ha tomado en sus manos la tarea de coronar la victoria de la revolución y de daros la tierra, el pan, la paz?’. Las manos incontables seguían en alto. La multitud asentía. La multitud juraba… Y eso mismo ocurría en todo Petrogrado. Por todas partes se llevaban a cabo los últimos preparativos; en todas partes se hacían los últimos juramentos. Millares, decenas de millares, centenas de millares de hombres. Aquello era ya la insurrección”4.


 


Notas


1. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa.


2. Idem anterior.


3. Alexander Rabinowitch, The Bolsheviks Come To Power.


4. Citado en Victor Serge, El año I de la Revolución Rusa.