Cortázar, un transgresor

Artículo publicado a 100 años de su nacimiento.

El 26 de agosto de 1914, casi un mes después de comenzada la Primera Guerra Mundial, nacía en Bruselas Julio Cortázar, uno de los escritores más notables de la literatura argentina.

Como él mismo lo definió, su obra ha transitado por tres etapas: una primera etapa estética, de adquisición de los recursos literarios y ejecución rigurosa de la escritura; una segunda etapa metafísica, preocupada por el ser, el origen y el fin de la existencia, y una última etapa histórica, decididamente volcada a la política y a la defensa de los procesos revolucionarios o libertarios.

Estas etapas estarían en consonancia con tres momentos históricos: su juventud, hasta la llegada del peronismo (Cortázar se manifestaría antiperonista); su viaje y asentamiento en París y su vuelco hacia la izquierda, con la Revolución Cubana, primero, luego con el Mayo Francés (donde se lo recuerda caminando en las barricadas) y la lucha en el exilio contra la dictadura argentina.

Libros como Historias de cronopios y de famas (1962) o los que agrupan sus primeros cuentos, como Bestiario (1951) y Final del juego (1956) sostienen un pensamiento que caracterizó su literatura y su estética: la idea de que lo fantástico, la imaginación, no sólo es parte de la realidad, sino que la modela.

Cortázar descreía de la solemnidad en todos sus aspectos, y su obra sostiene al juego como uno de los mecanismos de salida. El juego en lo que tiene de rito, de creación de mundos, de impregnación de vida y, sobre todo, de horizonte de libertad. Como escribió alguna vez Juan Gelman: “La asamblea del mundo será un niño reunido”.

Rayuela (1963), la novela vanguardista -o, mejor dicho, la contranovela- muestra esa estética. Fue un modelo de trasgresión del lenguaje, una escritura que buscaba ser música de jazz. El corazón de esta obra, que marcó a generaciones, es darle protagonismo al lector, despabilarlo de la pasividad, hacerlo cómplice.

Es con Libro de Manuel (1973) que Cortázar alcanza, quizá, su objetivo de unir juego, fantasía y política. Un texto en el que dialogan las noticias de los diarios pegadas como un collage, donde un grupo de amigos las discuten en un bar, denunciando dictaduras con su secuela de tortura y vejámenes contra las masas.

Donde Cortázar se explaya políticamente y sienta su posición abiertamente es en dos libros de ensayos: Argentina, años de alambradas culturales y Nicaragua tan violentamente dulce. El primero contiene los artículos publicados en diarios y revistas, y sus disertaciones en congresos y encuentros de escritores en su campaña contra la dictadura de 1976-1983. El segundo es una defensa de la Revolución Nicaragüense.

Las posiciones políticas de Cortázar se emparentan con variaciones democratizantes. De Argentina, dice, “la democracia es una puerta (…) que pueda eventualmente llevar a una revolución” (Entrevista con Caparrós, diciembre 1983). En ese reportaje, donde recordó sus simpatías por Cámpora en el ’73, precisó: “Mi último ideal es la revolución, un cambio total de estructuras”. Al igual que García Márquez, a Cortázar lo salpicó el caso Padilla, cuando en 1971 el gobierno cubano encarceló al poeta por su obra “Fuera de juego”. Cortázar, como el colombiano, no firmó una segunda carta de intelectuales en protesta por esa detención (revista Ñ, 19/4).

La utopía de cualquier artista es desarrollar la sensibilidad hasta límites desconocidos. La obra de Cortázar expresa la transgresión de la palabra como método de esa búsqueda hacia dentro y hacia afuera.