De la Baring Brothers a la ocupación inglesa

Cuando la Primera Junta representaba a un bloque provisorio y precario de tratantes de esclavos, comerciantes, contrabandistas, hacendados y obispos) se hizo cargo del Cabildo de Buenos Aires en 1810, el comandante militar de Malvinas, en nombre de España, era Gerardo Bordas. En ese momento, a la escasa soldadesca malvinense se le adeudaban varios meses de sueldos. Bordas, en vez de dirigirse al virrey, reconoció a la Junta y a ella le reclamó las mesadas que se debían. Buenos Aires, de inmediato, envió a las islas los fondos reclamados. Las Malvinas eran un páramo en medio del Atlántico Sur, base de balleneros y cazadores de focas.

Sólo en 1820, el gobierno de las Provincias Unidas decidió hacer efectiva su proclamación de soberanía sobre las islas. Con ese propósito envió a la fragata Heroína, al mando de un coronel de origen norteamericano: David Jewett. El 6 de noviembre de ese año, Jewett llegó a las Malvinas y señaló que su propósito era terminar con la explotación ilegal de la zona por parte de balleneros y foqueros procedentes de los Estados Unidos y de Gran Bretaña.

El primer gobernador de las islas en nombre del gobierno argentino, Pablo Areguatí, llegó a Soledad en 1823. De inmediato, informó a los buques extranjeros que quedaba prohibido pescar y cazar en aguas jurisdiccionales de las Malvinas. La violación de esa norma haría que los infractores fueran detenidos y enviados a Buenos Aires para ser juzgados.

Gran Bretaña no encontró en aquella ocupación argentina ninguna razón de protesta, ni le impidió reconocer rápidamente la independencia del país ni firmar, en 1825, un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con las Provincias Unidas.

Por cierto, se debe tener en cuenta el siguiente detalle: en agosto de 1821, Buenos Aires ya discutía la posibilidad de contratar con la inglesa Baring Brothers un empréstito por 1 millón de libras esterlinas -lo cual habría de hacerse al año siguiente. Aquel empréstito no terminaría de pagarse hasta entrado el siglo XX.

En 1821, el gobernador de la provincia era Martín Rodríguez. Rodríguez asumió con poderes extraordinarios para resolver la crisis de 1820 (llegó a haber tres gobiernos en un día), y nombró ministro de Gobierno -casi un primer ministro- a Bernardino Rivadavia. Rivadavia dijo al asumir: “La provincia de Buenos Aires debe plegarse sobre sí misma (…) y con los recursos que cuenta dentro de sus límites…”. Al mismo tiempo, al plegarse sobre sí misma, se desplegaba hacia Londres. Todo lo que podían conseguir estas pampas de su vínculo con el Imperio Británico era convertirse, como dirían luego de la Argentina los aristócratas ingleses, en “la perla más bella de la corona de Su Majestad”.

La invasión

El asalto militar a las Malvinas no fue consumado por Inglaterra, sino por los Estados Unidos en 1831. Toda la cuestión tuvo su eje en un conflicto de derechos de pesca, comercio y regalías. Ya entonces se trataba de un asunto fiscal.

Luis Vernet, un hamburgués de familia francesa naturalizado argentino, tenía una sociedad con Jorge Pacheco; a ellos les fue dada por el gobierno de Buenos Aires la concesión para pescar y criar ganado vacuno en la isla Soledad. En 1826, ambos fundaron allí el primer establecimiento permanente de las Provincias Unidas en el archipiélago. Buenos Aires les extendió entonces la concesión y les otorgó derecho a cazar y pescar en las aguas adyacentes.

En 1829, nombrado comandante político y militar de las islas, Vernet fomentó la instalación de granjas e impulsó el comercio con el continente. En 1830 nacieron los primeros malvinenses, todos argentinos; entre ellos, una hija de Vernet. Por entonces estalló el conflicto.

Vernet decidió imponer militarmente su derecho a la exclusividad de la explotación comercial de las islas y dictó una ley que prohibía la caza de focas. Casi de inmediato, tres pesqueros norteamericanos fueron apresados por contravenir esa disposición. Uno de ellos, el Harriet, fue enviado a Buenos Aires para que sus tripulantes fueran sometidos a juicio. Llegaron aquí, junto con Vernet, el 19 de noviembre de 1831.

La reacción norteamericana fue durísima. Su cónsul en Buenos Aires, George Slacum, calificó de “piratería” la acción de Vernet y proclamó el derecho de los Estados Unidos a pescar donde tuviera ganas. Explícitamente, desconoció los pactos preexistentes entre naciones europeas por el control exclusivo de la pesca en el Atlántico Sur. El gobernador de Buenos Aires era Juan Manuel de Rosas, representante de los estancieros aliados de Inglaterra.

Slacum informó al ministro de Relaciones Exteriores de Rosas, Tomás de Anchorena, que había dado orden a la corbeta USS Lexington de abordar las instalaciones argentinas en las Malvinas en caso de que la tripulación del Harriet no fuera liberada de inmediato. Sin paso intermedio alguno, el capitán de la Lexington, Silas Duncan, intimó a la rendición a Vernet y le anunció que sería juzgado “por ladrón y pirata”.

La Lexington, llegada a Puerto Soledad el 28 de diciembre de 1831, destruyó con un grupo de infantes el asentamiento, las fortificaciones y las defensas de artillería, y tomó prisioneros a la mayoría de sus ocupantes. En ese momento, vivían en las islas 124 personas: 30 negros, 34 porteños, 28 rioplatenses angloparlantes y siete alemanes, además de una guarnición militar de 25 hombres.

El asalto inglés

A todo esto, Inglaterra le señalaba a Slacum que la Argentina no tenía derecho alguno sobre el archipiélago y que Londres no había renunciado en momento alguno a su soberanía sobre las islas. De inmediato, el cónsul norteamericano desconoció el nombramiento de Vernet. En la práctica, la Argentina ya había perdido las islas.

Poco después, el nuevo cónsul norteamericano, Francis Baylies, se comunicó con su flamante par británico, Henry Fox, y le dijo que Washington reconocería la soberanía inglesa sobre las Malvinas a cambio del otorgamiento de libre pesca para los buques de los Estados Unidos. Enseguida, Baylies fue conminado a abandonar Buenos Aires, que rompió relaciones diplomáticas con Washington durante once años.

En septiembre de 1832, Rosas -con la intención de recuperar el control sobre las islas- nombró gobernador interino de Malvinas al sargento mayor de artillería Esteban Mestivier, pero todo terminó en el peor desastre: en diciembre de aquel año, Mestivier fue asesinado durante un motín de sus propios soldados. A duras penas, pudo poner orden el personal de la goleta Sarandí, al mando del capitán José María Pinedo.

A todo esto, ya en agosto de 1832, el primer ministro británico, lord Palmerston, había ordenado al contraalmirante Thomas Baker -jefe de la estación naval sudamericana de la Armada inglesa- que dispusiera las cosas de modo de recuperar la posesión británica de las islas.

El 20 de diciembre de 1832 -tres días antes, Juan Ramón Balcarce había reemplazado a Rosas en la gobernación de Buenos Aires- llegó a Puerto Egmont (había sido el primer asentamiento inglés en las Malvinas) la fragata HMS Clio. Su capitán, John Onslow, ordenó reparar las ruinas del fuerte y, días más tarde, ancló frente a Puerto Soledad. Desde allí, envió al capitán Pinedo la siguiente comunicación: “Debo informaros que he recibido órdenes de SE el comandante en jefe de las fuerzas navales de SMB estacionadas en América del Sur, para hacer efectivo el derecho de soberanía de SMB (Su Majestad Británica) sobre las islas Malvinas. Siendo mi intención izar mañana el pabellón de la Gran Bretaña en el territorio, os pido tengáis a bien arriar el vuestro y retirar vuestras fuerzas con todos los objetos pertenecientes a vuestro gobierno. Soy, señor, vuestro humilde y muy obediente servidor. J. Onslow. A SE el comandante de las fuerzas de Buenos Aires en Puerto Louis (Soledad), Berkeley Sound”.

Casi sin resistencia, en la mañana del 3 de enero de 1833, las fuerzas inglesas arriaron la bandera argentina e izaron la del Reino Unido. Dos días después, la Sarandí regresaba a Buenos Aires con un grupo numeroso de colonos rioplatenses.

La invasión estaba consumada.