El 4 de agosto de la socialdemocracia internacional

HACE CIEN AÑOS, LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

El 4 de agosto de la socialdemocracia internacional2


El estallido de la Primera Guerra Mundial condujo al desastre a la Internacional Socialista. La IS estalló porque sus principales partidos fueron, cada uno detrás de su propia burguesía, a respaldar la gigantesca masacre, la guerra imperialista. Traicionaron los principios de la propia Internacional en nombre de postulados correspondientes a otra época, a una etapa histórica que ya estaba superada.

En la noche del 4 de agosto de 1914, en Berlín, Rosa Luxemburgo se reúne en su casa, clandestinamente, con un puñado de dirigentes de la izquierda del Partido Social Demócrata (PSD) de Alemania: “Desde este día -les dice-, la socialdemocracia alemana es un cadáver hediondo”. Poco después añadiría que la Internacional Socialista, la II Internacional, era ahora “un montón de fieras salvajes, inyectadas de odio nacionalista, que se lanzan a mutuo degüello por la mayor gloria de la moral y el orden burgués”.

¿Por qué la indignación de la gran revolucionaria polaca? En la tarde de ese 4 de agosto, en el Reichstag (parlamento), los diputados socialdemócratas habían votado, todos ellos, en favor de los créditos de guerra solicitados por el emperador Guillermo II. Al leer la noticia en el periódico del PSD alemán, el Vorwärts, Lenin pensó en un primer momento que estaba ante un fraude: “¡Esto es una mentira! -le dijo a Zinoviev-. ¡Es una falsificación de esos señores imperialistas! ¡El verdadero Vorwärts estará sin dudas secuestrado!”.
Había razones para la sorpresa. Después de todo, apenas diez días antes, el 25 de julio, el comité ejecutivo del PSD había publicado una declaración que decía: “Por todas partes debe resonar en los oídos de los déspotas ¡Nosotros rechazamos la guerra! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la confraternidad internacional de los pueblos!”.

Esa declaración del PSD aún estaba en consonancia con las resoluciones de los congresos de la Internacional en Stuttgart (1907) y Basilea (1912), que se habían manifestado de manera tajante contra la guerra y hasta anunciado que convocarían a la huelga general europea si las acciones bélicas empezaban. Ahora la guerra había comenzado. El 28 de julio, Austria-Hungría invadía Serbia, Rusia ordenaba la movilización militar en defensa de su aliado serbio, tropas alemanas entraban en Bélgica e Inglaterra le declaraba la guerra a Berlín. Había empezado la primera gran guerra imperialista, el mundo se incendiaba y la Internacional Socialista estallaba en la peor de las catástrofes.

La bancarrota general

“En el momento de peligro, nosotros no abandonamos a nuestra patria. En esto estamos de acuerdo con la Internacional, la cual ha reconocido desde siempre el derecho de cada pueblo a la independencia nacional y a la autodefensa (…) inspirados en ese principio, nosotros votamos los créditos de guerra pedidos”, declaraba el ejecutivo de la socialdemocracia alemana diez días después de haber proclamado lo contrario. Al mismo tiempo, los sindicatos se plegaban a la “unión sagrada” con su burguesía imperialista y prohibían toda huelga para contribuir al esfuerzo de guerra. La dirección del partido decía que defender a Alemania era defender las conquistas de la clase obrera alemana.

Pero no se trataba sólo de los socialdemócratas alemanes. En Bélgica, el jefe socialdemócrata Emile Vandervelde era nombrado ministro en el gobierno burgués. En Francia, el Partido Socialista votaba unánimemente en favor de la guerra y también Jules Guesde (otrora ultraizquierdista, director del periódico La guerra social) aceptaba un ministerio. Los socialdemócratas de Austria, Suiza, Noruega y Holanda respaldaban la guerra. En Rusia, el “padre del marxismo ruso”, Gueorgui Plejánov, y el anarquista Piotr Kropotkin, avalaban la guerra del zar con la excusa de oponerse “al militarismo alemán”. El desastre era completo.

Los diputados bolcheviques en la Duma rusa, al oponerse terminantemente a la carnicería que comenzaba, producían la primera declaración contra la guerra de una fracción parlamentaria de una de las potencias beligerantes. El Partido Socialista Italiano se oponía a la guerra desde el primer momento, y en diciembre de 1914 expulsaba a Benito Mussolini, hasta ese momento director del periódico Avanti, por defender la intervención de Italia en la contienda. También sostenían posiciones acordes con la de los bolcheviques el Partido Socialdemócrata Obrero de Bulgaria y los socialistas de la parte de Polonia sometida al dominio ruso.

En Alemania, si bien Luxemburgo y sus compañeros decidían permanecer en el PSD para no entregar el partido y librar batalla dentro de él, empezaba a nacer el grupo Espartaco. El PSD vivía un proceso de rebelión interna por su posición frente a la guerra. Los comités de Stuttgart, Hamburgo, Bremen, Nuremberg, Berlín, Halle y Leipzig repudiaban los créditos de guerra y, en algunos casos, los periódicos locales quedaban en manos de los disidentes. Karl Liebknecht, quien había votado en favor de los créditos por disciplina partidaria, dirigía ahora la fracción opositora en la Reichstag. El grupo de Luxemburgo y Liebknetcht desarrollaba una propaganda intensa y repartía profusamente panfletos, el principal de los cuales se titulaba: “El enemigo principal está en nuestro propio país”.

Un reloj atrasado

En el Manifiesto Comunista (1848) Marx y Engels señalan tareas distintas para el movimiento obrero en distintos países. En la guerra franco-prusiana de 1870, veía en la victoria de Prusia la posibilidad de la unidad alemana, por cierto progresiva, y en la derrota de Bonaparte un avance para la clase obrera francesa.

En los argumentos que ofrecía para explicar su traición, la socialdemocracia europea repetía, bobamente, viejas fórmulas correspondientes a una época superada. Esos partidos, vueltos profundamente conservadores, contrarrevolucionarios, confiaban en un progreso indefinido del capitalismo y, cooptados y sometidos cada uno de ellos por su propia burguesía, defendían las posiciones y los privilegios conseguidos gracias a sus claudicaciones. Por eso llevaron a la clase obrera y a la Segunda Internacional al desastre.
El “4 de agosto” siguiente lo protagonizaria el stalinismo alemán al entregar el país sin pelea a Hitler, con la complicidad de la Internacional staliniana.


A. Guerrero