DEBATE BICENTENARIO

El “señor Altamira” responde a un deslenguado sin rumbo

Nuestra afirmación, en el discurso de cierre del acto del 20 de mayo pasado, de que el Partido Obrero era el único que salía al politizar y a partidizar la conmemoración del Bicentenario puso de la nuca a algunas de las infinitas corrientes morenistas. Un ignoto redactor del Nuevo MAS (una rúbrica partidaria que es, en sí misma, un contrasentido) alega que sólo nuestra ampliamente conocida tendencia a la pedantería podía desconocer los numerosos debates académicos que tuvieron lugar en las semanas previas al 25 de mayo. ¿Este neo-masista se hace o es? Poner el trasero en el asiento de una facultad para discutir las características de los acontecimientos que ocurrieron hace doscientos años no puede ser confundido con la pelea política contra la burguesía nacional por el carácter político de la conmemoración en el presente. En este sentido, la única organización que disputó el discurso oficial y cuestionó la unión nacional que se forjó en esos días, en los pronunciamientos y en los hechos, fue nuestro partido. El oficialismo y sus alcahuetes en la CTA habían organizado el mismo día una jornada indigenista, para mayor humillación de los campesinos que son expulsados diariamente por la ‘patria sojera’ de sus tierras. El oficialismo nacional y popular y la oposición destituyente pusieron su mejor empeño en destacar el comportamiento cívico del pueblo en toda la semana de Mayo, ofreciéndolo como ejemplo en oposición a la lucha faccional que libran todos los días. Los colegas del PTS de este neo-masista descubrieron, luego de los acontecimientos, que la celebración había sido multitudinaria y, mejor aún, acompañada por manifestaciones artísticas de vanguardia y progresistas. Ya tuvimos que caracterizar, en un editorial de Prensa Obrera, el tratamiento pacifista que esas manifestaciones dieron a la guerra de Malvinas –o sea, que ignoraron el carácter imperialista de la acción británica. En los paneles que se exhibieron en el Cabildo, se presentó un video con la versión oficial (es decir, falsificada y mutilada) de una parte de la historia nacional. La unión nacional se filtró por todos los poros –incluso por los del neo-masista, que por eso descalifica el discurso de quien llama “señor Altamira” por haber comenzado su intervención de 26 minutos haciendo esta denuncia. El ignoto adversario del “señor Altamira” pone de manifiesto con su exabrupto sobre la “pedantería” la conciencia que tiene de su complicidad con esta fanfarria de la unión nacional. Este procedimiento no es extraño en la corriente morenista, que en diferentes oportunidades se sumó a bloques de unidad nacional (1974 y 1975), saludó la presencia de la mujer de Videla en el Mundial del ’78 como expresión de feminismo, propuso una auto-amnistía en el ’81-82, o publicó una solicitada denunciando la ocupación de La Tablada el mismo día en que militares y carapintadas la reprimían a sangre y fuego. Bajo la descalificación de los “dislates del señor Altamira” y de la conocida “altanería” de éste, el re-nacido morenista hace público su repudio al único acto de oposición a la unión nacional en oportunidad de las jornadas del Bicentenario.

Comparaciones peligrosas

El otro asunto que saca de quicio al novedoso contrincante del “señor Altamira” (alguna vez le escuché decir a una activista de Foetra que “el Señor está en el cielo y aquí abajo somos todos compañeros”) es el ángulo del discurso de cierre: vincular, por un lado, la crisis de la Unión Europea con la del sistema instaurado por Napoleón para poner al sector continental europeo bajo la hegemonía de Francia y, por otro lado, las revoluciones que engendró esa crisis con las que deberá engendrar la crisis actual. El crítico ignoto se indigna: la comparación es absurda, sin reparar siquiera que, incluso en ese caso, la conclusión que busca sacar el “señor Altamira” es revolucionaria, no contrarrevolucionaria (después de todo, es mejor un analfabeto revolucionario que un sabio contrarrevolucionario). Pero al neo-masista no le interesan las conclusiones políticas, sino la oportunidad que cree advertir para armar una descalificación personal. En resumen, estamos ante un indignadísimo opositor a las acciones políticas contra la unión nacional en el marco del Bicentenario, y a un adversario igualmente indignado por el desarrollo de los aspectos revolucionarios de los eventos de hace doscientos años como un arma de lucha, en las fiestas, contra la reconstrucción artificial de la unión nacional. En esta nada recomendable tarea, sin embargo, la Presidenta le había ganado de mano unos días antes, cuando denunció a quienes denunciaban a su gobierno como capitalista y pretendían hacer una revolución. Ella tampoco quiere abordar la crisis de hace doscientos años y su desenlace revolucionario. Comprende mejor que nuestro crítico que no hay que relacionar las etapas históricas si no se quiere impedir que los explotados de la actualidad saquen las conclusiones que los privados de algunos, muchos o todos sus derechos, sacaron en su momento.

¿Cuál es la falla fundamental de la analogía que procura establecer el “señor Altamira”? Que, dice el neo-masista, aquella época era de ascenso del capitalismo y la actual es de descomposición (congratulaciones por usar esta categoría tan cara al PO y al trotskismo). Pero toda época de ascenso es una época de descomposición: entonces estaba en descomposición el orden feudal o las transiciones entre el feudalismo y el capitalismo; ahora, la descomposición del capitalismo tiene como contrapartida el ascenso histórico de la clase obrera (incluso luego de la restauración capitalista en China y la ex URSS). Establecida la distinción, la analogía está permitida. La descomposición del viejo orden llevó a la Revolución Francesa, pero unos quince años más tarde el intento de Napoleón de sujetar a los Estados de Europa en un “sistema continental” para bloquear a Inglaterra provocó una serie de revoluciones y guerras nacionales – desde España a Rusia. Es la crisis del “sistema continental” lo que precipita las revoluciones en América del Sur. Nuestro mensaje a la audiencia en el acto del 20 de mayo fue explicar que lo mismo ocurrirá con la bancarrota capitalista mundial, para lo cual tomamos como ejemplo el desarrollo que tiene en estos momentos en Europa. La analogía no es solamente válida: es una tendencia en desarrollo que se ha manifestado desde antes de 2000 en América Latina en forma de rebeliones populares e insurrecciones, y lo mismo empieza a ocurrir ahora en Europa. Ocurre que lo que caracteriza a las múltiples variantes que vienen del morenismo es que han negado, primero, la bancarrota capitalista todo el tiempo que les fue posible (con el argumento de que el capitalismo se reconstruye en forma espontánea si no existe, antes, una fuerza preparada para abatirlo) y, segundo, transformaron el reconocimiento de esta bancarrota en un concepto vacío de contenido, en un eufemismo, con la afirmación de que esta bancarrota no desarrolla tendencias de alcance político ni tampoco revolucionario.

Para estos grupos, la bancarrota mundial no tiende a la creación de situaciones revolucionarias y, aún más, a modificar, bajo la presión de la bancarrota, la apreciación subjetiva de las distintas clases sociales frente al capitalismo como sistema social. Es, sin embargo, este desarrollo el que lleva a la revolución (ningún partido puede impulsar una revolución si el desarrollo social y político no ha creado una clase obrera revolucionaria). No se trata de que nuestra analogía entre períodos históricos sea impermisible; también lo es, para el autor de la “crítica”, la conexión (compleja) que establecemos entre la descomposición y bancarrota del capital, por un lado, y las situaciones revolucionarias y revoluciones, por el otro. Para el neo-masista, el mundo es una suma de compartimientos estancados.

El impugnador del “señor Altamira” no se ahorra ningún argumento a su alcance: salvo en Haití, dice, en el resto de América española no hubo movilizaciones generalizadas en la época de la independencia, simplemente se cambió de sujeción –de España a Inglaterra. Nada por aquí, nada por allá; nada en Europa, nada en América colonial. Y de la nada no sale nada –por eso la independencia es una fábula. El neo-masista, como se puede ver, hace su propia analogía, que es completamente negativa por partida doble. Pero está equivocado: la emancipación de la monarquía de la España absolutista atrasada fue históricamente progresiva, porque importó una apertura relativamente integral al mercado mundial y el establecimiento de una primera forma (oligárquica) de gobierno propio. El carácter del movimiento revolucionario varió de un lugar a otro: en algunos casos dominado por los comerciantes porteños, en otros por jacobinos criollos, guerrillas en el Altiplano, movimiento agrario artiguista, la rebelión de Nueva Granada. Las características del 25 de Mayo, además, son determinadas en parte por la movilización popular contra las invasiones inglesas. El primer gobierno despacha expediciones militares contra el bastión de España y de la explotación indígena –el Alto Perú. El desarrollo de América Latina se realiza a pasos forzados por la enorme presión del mercado mundial. Los elementos internos de una revolución burguesa no habían alcanzado los estadíos del desarrollo europeo, mientras que la explotación social alcanzaba, por el contrario, niveles aun más agudos que aquellos debido a la dominación del gran capital comercial sobre una fuerza de trabajo esclava o servil. Las contradicciones de clase eran aun mayores; la burguesía formó su propio gobierno también para no verse sujeta a restricciones contra sus propios explotados. Las características de la sociedad pre-revolucionaria no solamente condicionarán el proceso de emancipación de la metrópoli sino todo el desarrollo ulterior. Un caso fabuloso de desarrollo combinado, que habrá de marcar todo el período posterior –plagado de crisis políticas, revoluciones a medias y contrarrevoluciones enteras. Para el caso, digamos que Haití, donde triunfó la gran revolución de la masa de esclavos negros, acabó en una sociedad congelada, precisamente porque bloqueó la posibilidad de cualquier desarrollo capitalista a partir del mercado internacional. Fue la gran revolución social de la época (la única) y por eso debe ser reivindicada, aunque resultó un fracaso histórico. Aquí también hay una analogía histórica permisible, la de la intervención directa de las masas en su liberación. El problema de nuestro neo-masista es que ahora niega el carácter históricamente progresivo de la independencia de la metrópoli, desde una corriente que ha aburrido a todo el mundo con la reivindicación de “una segunda independencia”, en cuyo nombre ha apoyado a cuanto gobierno democratizante haya fingido alguna diferencia con el FMI.

¿El proletariado es apátrida?

Como bien explicaron otros marxistas, “el gen” revolucionario de la clase obrera moderna no se desprende, en forma simplificada, del lugar que ocupa en la sociedad capitalista. Ese “gen” es antropológico: está presente en todas las clases explotadas que hicieron su aparición a lo largo de la historia de la humanidad. Lo que cambia para el proletariado es el lugar y la función histórica de su emancipación. La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Lo mismo ocurre con la clase obrera de cada país. Incorpora a su tendencia de lucha las experiencias revolucionarias de las masas pre-capitalistas (artesanos, semi-proletarios) que las precedieron. Otra cosa, claro está, sucede con los programas políticos y los métodos de lucha: cada generación debe superar a la anterior. Lo concreto es esto: mientras la burguesía busca que olvidemos que Mayo es un episodio revolucionario y con alcances históricamente progresivos, la verdad histórica es que lo que hoy es Argentina es un resultado, fundamentalmente, de levantamientos, guerras nacionales y guerras civiles. En oposición a la versión oficial, oponemos el lugar jugado por las masas. Para el neo-masista, las masas intervienen en la historia nacional solamente a partir de principios del siglo veinte y no, por ejemplo, cuando se oponen a la guerra contra el Paraguay.

Para el neo-masista, atribuirle un papel a las masas en la formación nacional es patriotismo burgués, incluso si es para denunciar el rol desempeñado por la burguesía y sus propios intereses nacionales. Pues bien, dejemos Argentina: los trabajadores semi-proletarios que tomaron la Bastilla, formaron las comunas y alistaron el primer ejército basado en el reclutamiento de masas para combatir a la reacción extranjera (los negros del ejército de San Martín protagonizaron algo similar), ¿no fueron los campeones del patriotismo francés? En su momento cantaron la Marsellesa contra el viejo régimen y contra los acaparadores de mercaderías; nunca confiaron en la burguesía. Luego se levantaron contra el régimen que habían ayudado a instaurar. El hilo de la historia incorpora y supera todas estas contradicciones.

El neo-masista no solamente desconoce este proceso histórico universal, sino que lleva su razonamiento hasta el absurdo. Dice que la afirmación del Manifiesto, “los obreros no tienen patria”, significa literalmente que no pertenecen a ninguna comunidad nacional; o sea, concluimos nosotros, que son apátridas. Si fuera así, no se entendería por qué el mismo Manifiesto señala que la revolución comenzará en los cuadros nacionales. Es que para que se inicie en el cuadro nacional debe haber una experiencia y una lucha política nacional. La afirmación de que “los obreros no tienen patria” significa, contra la opinión vulgar, que los obreros no tienen intereses en la estructura social de la patria, como sí los tiene la burguesía por excelencia; que, como en todos lados, no tienen otra propiedad que su fuerza de trabajo y nada que perder más que sus cadenas. Para tener una patria, deben abolir las condiciones históricas de la patria: expropiar al capital y reapropiarse, por esta vía, de la riqueza social que los obreros crean. El entendimiento de que los obreros no tienen patria significa que son apátridas, o sea que se desinteresan por sus naciones, podría ser una planteo anarquista, no marxista, del mismo modo que los anarquistas rechazan la transición hacia la abolición del Estado. La abolición de la patria significa, en primer lugar, la abolición de las condiciones sociales de la patria misma. A esto, el neo-masista lo descalifica como un invento o astucia del “señor Altamira”. La abolición de la patria debe atravesar toda la transición histórica del capitalismo al socialismo y producir una revolución cultural; en los países sometidos, los obreros sienten mayor orgullo nacional luego de la victoria de la revolución que antes –como claramente lo demostró el ejemplo de Cuba después de 1959. La creación de un modelo de república universal, bajo la forma de la unión de naciones, es la expresión de esta realidad histórica. O sea que los obreros dejarán de tener patria cuando este proceso se halle, si se puede decir así, completado, o sea como parte de una universalización histórica. En la conmemoración del Bicentenario nos hemos esforzado, en 26 minutos, en disputar la jornada en la calle y en el plano político; ligar la crisis mundial con las revoluciones políticas y sociales –ahora como hace doscientos años– y señalar a los trabajadores que en 1810 no conquistaron para ellos la tierra en la que viven sino que, para eso, deberán derrocar al capitalismo. Si el 20 de mayo pasado no llegamos a producir un modelo de propaganda revolucionaria, le pegamos en el poste. Nuestros detractores no se animaron a levantar una tribuna para transformar al pasado en presente.

Cretinismo anti-nacional

En el obsesivo afán de mostrar un hilo conductor de las mínimas manifestaciones nacionalistas de nuestro partido, el deslenguado descalificador solamente muestra su propia hilacha. Con más de mil y pico de periódicos editados, revistas y libros, encontró todo lo que quería saber en un discurso; típico de un sectario y también de un inquisidor. Es una pena que no se haya metido más a fondo con la preferencia del “señor Altamira” por el Himno Nacional en un reportaje de Página/12. Lo contrapone al “socialista” Giustiniani, cuya inclinación es por la Internacional. Llama la atención que no contrapusiera al “señor” ya repetidamente invocado con Hebe Bonafini, quien declaró su simpatía por Marx cuando Altamira lo hizo por el Che.

Conclusión: Altamira es nacionalista y foquista, mientras que los otros dos son internacionalistas y marxistas. Con un poco de prudencia, el deslenguado se hubiera evitado la ocasión de hacer el ridículo o de evitar su complicidad con dos notorios anti-internacionalistas y anti-marxistas.

Hay muchas opciones mejores que el Himno Nacional, no solamente la Internacional. Entre ellas, se encuentran el Himno de la 3ª Internacional; la Varsoviana; la marcha de los partisanos italianos, Fischi al vento; las canciones y marchas de la guerra civil española; la marcha fúnebre de la revolución de 1905 (incorporada por Shostakovih a una de sus sinfonías) e incluso “Bella Ciao”, a la que se confunde con una marcha guerrillera. Ocurre que ninguna de ellas corresponde a la historia nacional, como exigió el periodista. Si el “señor” también declara su gusto por “Pompeya no olvida”, eso no quiere decir que la considere superior a determinadas partes de La Traviata o de Aída –pero no son nacionales según lo requerido. Lo mismo vale para el Che, aunque en este caso, el “señor” en cuestión cree, ahora, que hubiera sido mejor destacar una figura obrera.

El detractor no menciona que su corriente fue una variante reaccionaria del foquismo, pues en su Congreso de 1967 llamó a sustituir la formación del partido por organizaciones armadas; los foquistas no hacían esta contraposición reaccionaria. Naturalmente, alguno hubiera elegido otra marcha nacional, y para eso está la democracia. Pero una marcha, musicalizada por un catalán con una letra que reivindica a las Provincias Unidas del Sur, no deja de expresar una tendencia avanzada. Los trabajadores recurren al Himno con cierta frecuencia en sus luchas, no solamente cuando lo promueve la burocracia sindical. Lo que nunca debería ocurrir, para un socialista, es cantar la marcha peronista durante una década entera, como hizo la corriente del deslenguado cuando hizo entrismo en el peronismo.

El punto es que el asunto Himno demuestra que estamos ante un caso de cretinismo anti-nacional, con independencia de que el detractor sea o no un cretino. El cretinismo nacional, en una lucha nacional progresiva, destaca y exagera el particularismo nacional y sus posibilidades históricas en desmedro de los antagonismos y luchas sociales dentro del campo nacional. El cretinismo anti-nacional desprecia todas las luchas nacionales, aun las progresivas, en nombre de la defensa en abstracto, o sea sin participar, de las reivindicaciones sociales.

Nunca hemos esperado que del morenismo pudiera emerger una corriente revolucionaria. Ojalá nos hubiéramos equivocado.