Aniversarios

27/1/2005|885

Guerra y revolución


En febrero de 1904, Rusia y Japón habían entrado en guerra por la dominación de Manchuria y Corea. La expansión del imperialismo japonés chocaba con el imperio ruso, financieramente subordinado a la Bolsa de París. Fue una guerra imperialista, la primera por un nuevo reparto del mundo, ya repartido entre las grandes potencias.


 


Se esperaba que Rusia ganara fácilmente, pero sufrió una sucesión de catástrofes. Su flota fue puesta fuera de combate en la primera batalla, en Port Arthur, en la que perdió la mitad de sus barcos. En sucesivas batallas, Japón hundió el remanente de la flota imperial del Pacífico y también la del Báltico, que dio media vuelta al mundo para socorrerla. En Manchuria, las tropas rusas sufrieron derrotas espectaculares. A consecuencia de ellas, Japón pasó a amenazar la propia Siberia. El zar se vio obligado a firmar una rendición humillante.


 


El colapso de Rusia en la guerra era la necesaria consecuencia de la podredumbre del régimen zarista. Trotsky escribía entonces: “Nuestros barcos son lentos. Nuestros cañones no tienen suficiente alcance. Nuestros oficiales no tienen mapas ni brújulas. Nuestros soldados están descalzos, desnudos y hambrientos. Nuestra Cruz Roja roba. Nuestros servicios de aprovisionamiento roban. Los rumores acerca de esto llegan al ejército y son absorbidos con avidez. Cada uno de estos rumores corroe como un ácido vivo la herrumbre del adoctrinamiento oficial” (León Trotsky, 1905 ).


 


Las derrotas resquebrajaron rápidamente el aparato zarista. El ministro Plevhe, impulsor de la expansión asiática, fue asesinado en un atentado. En su reemplazo fue nombrado un noble semi-liberal, quien trató de apaciguar a la burguesía, que comenzó una campaña de agitación mediante banquetes. La agitación se extendió a la clase obrera, cuyas penurias se habían acrecentado como consecuencia de la guerra, y también a los campesinos (cuyos hijos constituían la masa del ejército) y entre las propias tropas. A fines de 1904 comenzaron las huelgas y la agitación campesina.


 


La revolución de 1905 fue la directa consecuencia de la guerra ruso-japonesa de 1904, de la misma manera que la Comuna de París había sido la consecuencia de la guerra franco-prusiana de 1870/71 y, más tarde, la Revolución Rusa de 1917 fue la consecuencia de la primera guerra imperialista mundial. La Primera Internacional nació también como consecuencia de la guerra: los obreros europeos se unieron contra la invasión rusa a Polonia y en apoyo del Norte, partidario de la abolición de la esclavitud, en la guerra civil norteamericana.


 


1905 mostró al mundo que la época de las guerras engendra la época de las revoluciones, y que más allá de la explotación cotidiana, es la guerra contrarrevolucionaria –ella misma la expresión más alta del agotamiento del régimen social–, la cuna del despertar de la conciencia política y de las revoluciones.