La Revolución Cubana cumple cincuenta años (I)

Cuando Wall Street dominaba Cuba

Equipo Aniversario

El 1º de enero de 1959, en medio de una enorme huelga general, una columna revolucionaria encabezada por Ernesto Che Guevara entraba en La Habana y derribaba al gobierno proimperialista de Fulgencio Batista. El Movimiento 26 de Julio, conducido por Fidel Castro, tomaba el poder y comenzaba una revolución que produciría una transformación histórica de Cuba.
La victoria revolucionaria en Cuba abrió una nueva etapa, política e incluso teórica, de la revolución latinoamericana. Apareció como una superación histórica de los procesos políticos nacionalistas. Significó una derrota política sin precedentes para el stalinismo (arrojó al tacho de basura su tesis de la “revolución democrática”) y quebró su tentativa de confinar la revolución a los marcos capitalistas.
A punto de cumplirse cincuenta años de esta hazaña histórica, nos proponemos, en los próximos dos meses, historiar su desarrollo.

Desde mediados del siglo XIX, Estados Unidos tuvo un papel dominante en la vida económica de Cuba. En 1804, cuando estalló la rebelión de los esclavos en Haití, la corona española autorizó a su colonia cubana a vender azúcar y café a terceros países. El principal beneficario de esta medida fue Estados Unidos, que ya en 1850 dominaba un tercio del comercio exterior cubano.

La burguesía norteamericana aspiraba a anexar Cuba a Estados Unidos, al igual que una parte de la propia oligarquía azucarera cubana. Pero, a mediados del siglo XIX, unos y otros todavía defendían la continuidad de la dominación española. Los norteamericanos temían que una Cuba independiente cayera en la órbita británica. Por su parte, “muchos hacendados entendían que el movimiento independentista favorecía la sublevación de los esclavos”.1
En 1868, en el oriente de la isla -donde predominaban haciendas rurales de menores dimensiones y menor ligazón al mercado mundial- estalló el primer movimiento independentista, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, propietario de un pequeño ingenio azucarero. La “Asamblea de la República de Cuba en armas” designó a Céspedes presidente, abolió la esclavitud y aprobó una Constitución. La guerra contra los españoles duró diez años; la represión fue salvaje. La oligarquía del occidente de Cuba permaneció fiel a la corona española, que garantizaba la continuidad de sus negocios con Estados Unidos.

En 1878, España y el movimiento independentista firmaron el Pacto de Zanjón, que puso fin a la guerra. Cuba se mantenía como colonia española aunque los cubanos podrían participar en el gobierno colonial; se proponía una “autonomía” que nunca vio la luz; los esclavos fueron emancipados.

El fin de la guerra coincidió con la aparición de nuevos y más eficientes métodos para producir azúcar, que permitieron al capital norteamericano reforzar su peso en la economía cubana. Además, Betheehem Steel y los Rockefeller pasaron a operar minas de hierro, de manganeso y de níquel.

El Partido Revolucionario Cubano

En enero de 1892, el poeta y periodista José Martí, exiliado en Estados Unidos, fundó el Partido Revolucionario Cubano con el objetivo de unir a todas las fuerzas que luchaban por la independencia. El PRC albergaba tendencias contradictorias: una, encabezada por el propio Martí, de carácter nacionalista; otra, encabezada por Tomás Estrada Palma, representante de la oligarquía pro-norteamericana (que, en aquellos años, declaraba su interés por la independencia de Cuba).

En 1895, el Partido Revolucionario Cubano lanzó la insurrección armada. La lucha se extendió por toda la isla; otra vez, la represión fue brutal. En mayo de 1895 murió Martí; en diciembre de 1896 murió el general Antonio Maceo, héroe de la primera guerra independentista. La dirección del PRC pasó entonces a manos de Estrada Palma y los sectores pro-norteamericanos.

Pasados tres años, la guerra continuaba. Desangrados españoles y cubanos y con el PRC en manos de sus aliados, el gobierno norteamericano estimó que había llegado la hora de intervenir: declaró la guerra a España y los marines entraron en operaciones en Cuba.

Ocupación

Los objetivos norteamericanos hacia Cuba fueron detallados en una carta enviada por J.C. Brenckenridge -funcionario de alto rango del Departamento de Guerra- al general N.A. Miles, comandante de las fuerzas expedicionarias: anexar Cuba a Estados Unidos, luego de exterminar tanto a las fuerzas españolas como a las independentistas (véase recuadro).

Rápidamente, las tropas norteamericanas -respaldadas por las cubanas- forzaron la rendición de los últimos jefes españoles en Santiago de Cuba. Pero Estados Unidos no reconoció al Partido Revolucionario Cubano, ni al consejo de gobierno presidido por el general Bartolomé Masó, ni al comandante del ejército cubano. Después de la rendición de los españoles, los generales norteamericanos no permitieron el ingreso de las fuerzas cubanas a Santiago.
La guerra terminó en diciembre de 1898 con la firma del Tratado de París, por el cual España cedió a Estados Unidos el control de Cuba, Puerto Rico, las Filipinas, Guam y Hawaii. Ningún representante cubano participó de esas negociaciones.

El 1º de enero de 1899 comenzó la ocupación militar norteamericana de la Cuba formalmente “independiente”. La primera medida de los ocupantes fue el desarme del Ejército Libertador (cubano) y de la Asamblea Revolucionaria (formada por representantes electos de ese ejército). El plan de Brenckenridge comenzaba a aplicarse.

La “enmienda Platt”

“A medida que transcurrían los años 1899 y 1900, el espíritu patriótico se intensificaba y presentaba una mayor resistencia a las tentativas anexionistas de los interventores. El gobierno de Washington se vio obligado a cambiar su política: tomó el camino de someter a Cuba a su dominio sin anexarla (…) aparentando satisfacer los deseos de independencia del pueblo cubano”.2

En noviembre de 1900, el general Wood, gobernador militar, convocó una Asamblea Constituyente que debía dictar la Constitución y preparar un tratado que definiera las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. El 3 de marzo de 1901, la asamblea recibió del gobernador militar una ley aprobada por el Congreso de Estados Unidos y la orden de incorporarla, sin modificaciones, a la Constitución cubana.

La ley, conocida como “enmienda Platt”, daba a Estados Unidos el derecho a intervenir militarmente en Cuba para “preservar su independencia y mantener un gobierno adecuado a la protección de las vidas, propiedades y las libertades individuales y para relevar de las obligaciones que con respecto a Cuba fueron impuestas por el Tratado de París a Estados Unidos…”. Otro artículo obligaba al gobierno cubano a vender o alquilar “la tierra necesaria” para la instalación de bases navales y militares en la isla.

El general Wood dejó en claro que si los constituyentes rechazaban la enmienda, la asamblea sería disuelta y la ocupación mantenida. Los constituyentes cedieron; la “enmienda Platt” fue incorporada a la constitución. Apoyándose en ella, las tropas norteamericanas intervinieron en Cuba en 1906, en 1912 y en 1917.

El 20 de mayo de 1902 cesó la ocupación militar; el primer presidente de Cuba “independiente” fue Tomás Palma Estrada, representante de la oligarquía azucarera ligada a los norteamericanos; el aparato estatal (incluida la justicia) mantuvo en sus cargos a innumerables funcionarios designados por la corona española.

El primer gobierno cubano firmó con Estados Unidos el llamado “Tratado de reciprocidad” (1903), por el cual las exportaciones cubanas a Estados Unidos gozarían de una reducción arancelaria del 20 por ciento, mientras que las norteamericanas hacia Cuba gozarían de reducciones de hasta el 40 por ciento. Cuba pasó a depender enteramente de las importaciones norteamericanas, incluidas las de alimentos, que se pagaban con azúcar.

Con la “independencia”, Cuba fue convertida en un “complemento” de la economía norteamericana. El número de centrales azucareras en manos del capital norteamericano creció sin pausa: en 1896, el 10 por ciento de la producción azucarera de Cuba provenía de ingenios cuyos propietarios eran norteamericanos; ese porcentaje creció al 35 en 1914 y al 63 en 1926.
Veinte años después de la declaración de la independencia, el sociólogo norteamericano Leland Jenks denunciaba que la penetración norteamericana “ha hecho de Cuba una hacienda azucarera regida por contadores públicos y corredores de bolsa (…) un latifundio monocultor manejado por propietarios ausentistas (…) un apéndice de una guerra comercial en un país extranjero (…) las decisiones irrevocables que afectan a la mayor parte del pueblo cubano (son) tomadas en Wall Street”.3

Este cuadro de opresión social y nacional prevaleció con algunas modificaciones (en especial luego de la revolución nacional de 1930/33) durante casi sesenta años. Sólo con la victoria de la revolución, Cuba lograría expulsar al imperialismo.


Notas

1. Le Riverend, Julio; citado por Eliane Anconi, “Antecedentes históricos de una revolución anunciada”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
2. Le Riverend, Julio; citado por Eliane Anconi, op. cit.
3. Jenks, Leland; “Our Cuban Colony”; citado por Leo Huberman, Cuba: Anatomía de una Revolución</em>; Editorial Palestra; Buenos Aires-Montevideo; 1961.