Aniversarios

20/8/2020

La teoría de la revolución permanente de Trotsky, una clave para comprender a Latinoamérica

El primero en plantear el concepto de Revolución Permanente fue Marx. Luego del ciclo de revoluciones de 1848 que cubrió prácticamente toda Europa y que asentó definitivamente a la burguesía en el poder político a lo largo del continente, Marx balanceaba cómo los demócratas burgueses y pequeño burgueses actuaban para frenar la revolución antes de que brindara un marco para que avanzara el poder de los trabajadores y desprendía de ello la necesidad de preparar las revoluciones obreras con una organización revolucionaria completamente separada de parte de los trabajadores. Marx toma nota del fracaso del gobierno socialista instituido en Francia en 1848 sacando la conclusión de que un gobierno revolucionario de los trabajadores necesitaba el desmantelamiento completo del Estado burgués para avanzar en la implantación del socialismo. La “Circular del Comité Central a la Liga de los Comunistas” concluye “(Los trabajadores) necesitarán ser conscientes de sus intereses de clase y adoptar la posición de un partido independiente. No deben ser apartados de su línea de independencia proletaria por la hipocresía de la pequeña burguesía democrática. Su grito de guerra debe ser: ‘La Revolución Permanente’.”

Trotsky rescató este planteo de Marx en Resultados y Perspectivas, donde traza el balance del primer intento de revolución socialista en Rusia en 1905. Trotsky muestra la relación entre la rápida disposición de la burguesía rusa a abandonar el apoyo a la revolución y acordar con la monarquía zarista, dejando en pie el atraso feudal y la monarquía mientras se les conceda un ámbito para coparticipar del poder político aunque como socio menor, y la fuerza e independencia de la clase obrera, que avanza a armar el Soviet, un órgano de gobierno y milicias propias, mostrando un desarrollo muy superior a la participación obrera de los procesos del siglo XIX. Cualquier apoyo al avance de semejante movimiento obrero revolucionario cuestiona objetivamente el lugar de mando de esta burguesía. No había posibilidad de una revolución que desplace definitivamente a la monarquía que no tuviera el protagonismo de este poderoso proletariado.

De ahí deriva que en Rusia las tareas nacionales y democráticas, que en los países europeos llevó adelante la burguesía, sólo podrá realizarlos una revolución dirigida por la clase obrera, movilizando al campesinado pobre. La revolución sería proletaria en su carácter combinando las tareas democráticas que la burguesía abandonaba con las que corresponden a la clase obrera, avanzando hacia el socialismo. Su éxito dependerá de la posibilidad de empalmar con la revolución internacional, compensando la falta de recursos de la Rusia atrasada. “Así, la tarea de armar a la revolución recae con todo su peso sobre el proletariado. Y la milicia civil, la reivindicación clasista de la burguesía del 48, se presenta en Rusia desde el principio como una exigencia de armar al pueblo y sobre todo al proletariado. Con esta cuestión se pone al descubierto todo el destino de la revolución rusa.”

1905, como ensayo, y 1917 como realidad indiscutible, abren la etapa universal de la revolución socialista. El hecho de que la primera revolución socialista se realice en un país atrasado, como Rusia, rompió los esquemas teóricos dominantes en el movimiento socialista internacional de la época, que esperaban que el avance al socialismo se diese en los países de mayor desarrollo capitalista, y cuya ala reformista desprendía de allí que este sería el fruto de un progreso pacífico, gradual y progresivo.

Trotsky vuelve al tema en su Historia de la Revolución Rusa, donde estudia las condiciones del desarrollo capitalista en Rusia y porqué se pudo dar una revolución socialista allí, donde el grueso de los socialistas de su época entendían que restaba como tránsito necesario todavía la revolución burguesa que instaurara la república democrática y el pleno desarrollo de relaciones sociales capitalistas.

La clave para comprender este desenvolvimiento Trotsky la da en su exposición de la Ley de Desarrollo Desigual y Combinado. Rusia, un país atrasado en relación al desarrollo social de Europa occidental ya desde el feudalismo, pasa a actuar como semicolonia en la etapa de exportación de capitales que tiene lugar entre la Segunda Revolución Industrial y la Primera Guerra Mundial. El Imperio Zarista compartiría con el Imperio Otomano y España, la sujeción política-militar de otros pueblos con la subordinación económica a las potencias más desarrolladas. Este proceso, de instalación directa de un poderoso capital extranjero asociado políticamente a la autarquía rusa, combina una gran concentración industrial, de utilización masiva de mano de obra y baja productividad en relación a las grandes potencias, con la persistencia de formas sociales, económicas y políticas precapitalistas, que son defendidas como condición de la dominación del zarismo garante de las franquicias capitalistas. “Los países atrasados se asimilan las conquistas materiales e ideológicas de las naciones avanzadas. Pero esto no significa que sigan a estas últimas servilmente, reproduciendo todas las etapas de su pasado (…) Sin embargo, el capitalismo implica la superación de estas condiciones. El capitalismo prepara y, hasta cierto punto, realiza la universalidad y permanencia en la evolución de la humanidad. Con esto se excluye ya la posibilidad de que se repitan las formas evolutivas en las distintas naciones. Obligado a seguir a los países avanzados, el país atrasado no se ajusta en su desarrollo a la concatenación de las etapas sucesivas. El privilegio de los países históricamente rezagados -que lo es realmente- está en poder asimilarse las cosas o, mejor dicho, en obligarse a asimilárselas antes del plazo previsto, saltando por alto toda una serie de etapas intermedias.”

Esta asimilación de conquistas materiales e intelectuales de las formas avanzadas de capitalismo saltando por encima de las etapas intermedias en que estas se generaron (desarrollo desigual) genera una situación de “amalgama de formas arcaicas y modernas” (desarrollo combinado). La asimilación está de todas maneras “siempre condicionada en última instancia por la capacidad de asimilación económica y cultural del país.” Trotsky considera que “Sin acudir a esta ley (…) sería imposible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país de avance cultural rezagado”. El análisis que Trotsky desprende de allí sirve de base analítica para el programa político que postula que la clase obrera de los países atrasados puede acaudillar a la población explotada en las tareas de transformación social barriendo simultáneamente con las formas precapitalistas y capitalistas de su explotación. La penetración capitalista en todos los rincones del planeta y la creación de un proletariado moderno en la periferia borra las fronteras y distinción entre países maduros e inmaduros para la revolución proletaria.

La idea mecanicista, etapista, de que todos los países seguirían una progresión lineal única calcada de la historia europea, donde los que no eran países capitalistas desarrollados, tenían pendiente realizar todavía su revolución jacobina, fue difundida en el mundo por el stalinismo, haciendo que muchos asocien estos desvaríos con marxismo.

Anti-imperialismo y comunismo

La III internacional hizo uno de sus ejes de delimitación con el reformismo, que dominó la II internacional desde la guerra, la comprensión de que la aplicación real del internacionalismo proletario era el apoyo al campo de cualquier conflicto real de liberación nacional contra la opresión imperialista. La claudicación de la socialdemocracia reformista a sus burguesías, que se vio en su apoyo guerrerista a las clases dirigentes de sus países a la masacre de la Primera Guerra Mundial, también se expresaba en que se negaban a luchar contra la opresión colonial. El ala izquierda del reformismo, encabezada por Kautsky, se oponía al guerrerismo y el colonialismo desde un punto de vista pacifista y pequeño burgués, diciendo que el imperialismo no constituía una etapa del capitalismo, sino una política posible o preferida de sus gobiernos. Como tal, abría la posibilidad de un capitalismo no opresor en las propias potencias mundiales, e incluso fantaseaba con un “ultra-imperialismo” que disolviera las tensiones por el reparto del mundo en una colaboración pacífica.

A esto, la III internacional de Lenin y Trotsky oponía el derrotismo revolucionario en los países imperialistas y el apoyo a la autodeterminación de las naciones como tarea revolucionaria esencial para los obreros de los países imperialistas. Las resoluciones de la IIIa sobre la Cuestión Nacional y Colonial establecían que el apoyo a los choques nacionales contra el imperialismo no equivalía sin embargo, para ellos, a una disolución detrás del nacionalismo burgués. Planteaban la pelea de parte de la clase obrera para dirigir la lucha nacional. En la medida que los movimientos nacionales de los países oprimidos chocaban con el imperialismo, e incluso recurrían a la movilización de las masas en esos choques, es una obligación de los comunistas participar en esa lucha, sin disolverse políticamente en su seno. Diferenciaban los intereses de los trabajadores y las masas oprimidas de las clases opresoras dentro del país. La agitación revolucionaria apunta a diferenciar a las masas obreras, que tienen un desarrollo que se desprende de las inversiones imperialistas y no solo del desarrollo de las raquíticas burguesías locales, y desarrollar en ellas una conciencia de clases independiente, ya que la cuestión nacional sólo se resuelve desarrollando la revolución socialista y promoviendo la unidad de los pueblos oprimidos. Lejos de atenuar y sacrificar la lucha de clases interna en nombre del interés nacional común, era necesario intensificarla y separar a la clase obrera de la tutela de la burguesía. En lugar de oficiar de furgón de cola de la clase capitalista, los trabajadores debían catapultarse como caudillo de la nación oprimida, única vía para llevar la causa de la emancipación nacional a la victoria.

El stalinismo, posteriormente a la muerte de Lenin, emprendió el reemplazo del internacionalismo revolucionario por la política de “socialismo en un sólo país” y “revolución por etapas” en todos los países atrasados y oprimidos, limitando entonces la tarea actual en los países atrasados a la “revolución democrática” y caracterizando sus relaciones sociales como feudales o precapitalistas, rechazando las características de la extensión mundial del capitalismo en la etapa imperialista estudiadas por Lenin.

Esto dio lugar a una enorme lucha teórica y política de parte de Trotsky, que partía de la propia experiencia de la revolución rusa para explicar la teoría de la “revolución permanente”, mostrando el planteo de revolución por etapas como un llamado a abandonar la lucha por el socialismo e integrar bloques de colaboración de clase, llevando a la derrota a los trabajadores. La imposición stalinista de que los comunistas chinos se sometieran al Kuomintang nacionalista, llevándolos a una masacre, era una muestra práctica de los resultados de esta política. El ejemplo de Rusia muestra no sólo la posibilidad de éxito de la revolución socialista en tales países si no la necesidad de que los obreros revolucionarios planteen las tareas nacionales, democráticas para poder ganar a amplias masas populares y garantizar el triunfo de esta revolución.

 La balcanización de nuestra patria grande

El dislocamiento del dominio español sobre América se relaciona directamente al ciclo de revoluciones burguesas y su efecto en Europa y América (dominio inglés del comercio luego de revolución industrial, expansión de la Francia napoleónica, revolución liberal en España). No da lugar a un desarrollo burgués independiente en América si no a la puesta en órbita de centros dispersos de producción de materia prima con la metropoli inglesa que ya era el principal comprador bajo el imperio español. El conjunto de las ex-colonias no logran en la mayoría del siglo XIX pasar a constituir estados nacionales y viven constantemente en la inestabilidad y falta de un rumbo propio.

Las grandes unidades del virreinato van dividiéndose en pequeñas unidades políticas manejables por las clases dirigentes locales, interesadas por establecer una relación comercial con el mercado mundial y dispuestas a dividirse todas las veces que sea necesario para aislar focos de “guerra social”.

Es Lenin el que podrá caracterizar la etapa imperialista del capitalismo, con el desarrollo de los monopolios y el capital financiero, el rol central de la exportación de capitales de parte de las potencias imperialistas que se reparten el mundo. Lenin plantea que ha terminado el reparto del mundo entre las potencias, lo que significa que todos los países son o potencias coloniales o países dominados, colonias formales o semi-colonias en algún grado. No existe rincón del planeta ya fuera del mercado mundial capitalista.

Trotsky veía en este proceso de dispersión nacional que las burguesías locales habían capitaneado una imposibilidad de realizar su desarrollo nacional. Plantearon en el Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la Guerra Imperialista: “Sud y Centro América sólo podrán romper con el atraso y la esclavitud uniendo a todos sus estados en una poderosa federación. Pero no será la retrasada burguesía sudamericana, agente totalmente venal del imperialismo extranjero, quien cumplirá este objetivo, sino el joven proletariado sudamericano, destinado a dirigir a las masas oprimidas. La consigna que presidirá la lucha contra la violencia y las intrigas del imperialismo mundial y contra la sangrienta explotación de las camarillas compradoras nativas será, por lo tanto: Por los estados unidos soviéti­cos de Sud y Centro América.”

Trotsky no vivió la intensa demagogia sobre la unidad regional que realizaron dirigentes nacionalistas y centroizquierdistas de las burguesías latinoamericanas. El principio del Siglo XXI se llenó de proyectos de integración, el Unasur, el ALBA, y se habló de bancos comunes, proyectos energéticos integrados y otros desarrollos. Sin embargo, tal como lo planteó la Cuarta Internacional, la burguesía local mostró su incapacidad para avanzar genuinamente en esa unificación, que implica un choque profundo con el imperialismo y un proceso revolucionario de masas. Cuando la crisis capitalista hizo aflorar los choques entre los intereses inmediatos de las respectivas burguesías, todos los proyectos de integración volaron por los aires.

Los gobiernos nacionalistas de la burguesía latinoamericana

La estancia de Trotsky en México le planteó la necesidad y oportunidad de avanzar en un análisis concreto de los procesos políticos en la región. Trotsky caracterizó la existencia de una tendencia en América Latina hacia gobiernos bonapartistas originada en el hecho que la burguesía nativa era una clase de débil y, como tal, estaba obligada a recostarse, ya sea en el imperialismo o en la clase obrera. El peso que tuviera esta articulación determinaba la impronta específica que asumía cada uno de los regímenes bonapartistas, dependiente de múltiples factores, entre ellos, y el más importante, el grado de autonomía que tuviera la clase obrera. La clase capitalista local tendía a movilizar a los trabajadores para poder aminorar la presión del imperialismo y buscar una mejor inserción en la economía mundial, pero se enfrentaba duramente a los trabajadores cada vez que estos pretendían intervenir independientemente.

“Estamos en el periodo que la burguesía nacional busca obtener un poco más de independencia frente a los imperialismos extranjeros. La burguesía nacional está obligada a coquetear con los obreros, con los campesinos, y tenemos ahora al hombre fuerte del país orientado a la izquierda como hoy en México [1](…) Ahora la IV Internacional reconoce todas las tareas democráticas del Estado en la lucha por la independencia nacional, pero (…) compite con la burguesía nacional frente a los obreros, frente a los campesinos (…) como única dirección capaz de asegurar la victoria de las masas en el combate contra los imperialistas extranjeros. En la cuestión agraria, apoyamos las expropiaciones. Esto no significa, entendido correctamente, que apoyamos a la burguesía nacional.[2]”

Un rasgo central en estos gobiernos (el del PRM-PRI en México, otros que Trotsky no llegará a conocer como Vargas en Brasil y Perón en Argentina) es la estatización de los sindicatos, pero también cierto estatismo económico que pretende defender a sectores de la burguesía e incluso otorgar concesiones a las masas. Trotsky caracterizó a estos gobiernos como frentes populares (bloques de colaboración de clases) en forma de partido. Llamó a enfrentar cualquier presión imperialista contra estos gobiernos (como por la cuestión petrolera en México), planteando un programa de fondo (expropiaciones sin compensación, control obrero) y al mismo tiempo manteniendo estrictamente una organización política separada, con libertad de crítica, disputando la dirección del movimiento obrero y eventualmente, el poder.

América Latina, laboratorio privilegiado de la revolución permanente

América Latina, desde mediados del siglo XX, ha sido un enorme campo de comprobación de la teoría de la revolución permanente. Ha demostrado ampliamente la incapacidad de la burguesía y pequeño burguesía nativa de liderar una independencia nacional real y completar el desarrollo burgués e industrial que se corresponde a esa independencia en el mundo capitalista.

Los nacionalistas como Paz Estenssoro de Bolivia, o Perón en Argentina, que habían protagonizado choques con el imperialismo y la oligarquía, establecían gobiernos caracterizados por la regimentación social, otorgando algunas concesiones a cambio de impedir el desarrollo de la lucha de clases, que amenazaba en todas las naciones a la burguesía en la posguerra. Cuando no cumplían adecuadamente esta función, caían ante golpes militares sin organizar resistencia popular alguna.

En Bolivia en 1952 la clase obrera mostró su enorme potencial revolucionario, derrotando militarmente al ejército golpista , bajo la dirección de la naciente Central Obrera Boliviana. En el proceso de lucha contra la dictadura se llegaron a adoptar programas tan avanzados como las Tesis de Pulacayo, votadas por la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia en 1946 y escritas por el militante trotskista del Partido Obrero Revolucionario, Guillermo Lora, que eran una comprensión de las tareas revolucionarias en Bolivia y Argentina a la luz de la Revolución Permanente. A pesar de esa enorme experiencia, las tendencias de seguidismo y disolución del POR en el ala izquierda del Movimiento Nacionalista Revolucionario frustraron la posibilidad de que se lleve hasta el final la experiencia.

En 1959 en Cuba, una dirección pequeño burguesa, de características jacobinas, había sacado conclusiones de la impotencia de los gobiernos progresistas de la etapa que se quedaban en el marco legal burgués y eran aplastados, como lo vio en primera persona el Che Guevara en el golpe organizado por la CIA contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954. La acción revolucionaria consecuente contra la dictadura de Batista fue profundizándose como respuesta empírica al pasaje de la burguesía al campo de la reacción bajo el apoyo del imperialismo yanqui que fogoneaba a la contrarrevolución en la isla. Así se impulsó el armamento masivo de la población, a la expropiación del capital y a la proclamación del carácter socialista de la revolución cubana. La mayor comprobación histórica de que una revolución popular que genuinamente buscase resolver los problemas nacionales y democráticos pendientes de los países latinoamericanos debía romper completamente con el imperialismo y las burguesías nacionales.

Con los años, se impuso en Cuba la subordinación al stalinismo, incorporando a la isla como un estado satelite del sistema internacional de la URSS, sometido al arbitrio de su burocracia. La idea de lucha internacional revolucionaria fue reemplazada por la política de apoyo a las burguesías progresistas. La relación entre el aislamiento de la revolución cubana y su burocratización y los límites al avance productivo de la isla también reflejan el acierto de las tesis de la revolución permanente sobre el carácter necesariamente internacional de la revolución socialista. La dirección castrista se volvió una impulsora de las direcciones nacionalistas e incluso actuó para limitar la revolución sandinista en Nicaragua a los marcos legales burgueses, llevando a su derrota y desnaturalización.

El ciclo de gobiernos nacionalistas y de centroizquierda en la región que derivaron del ciclo de rebeliones populares a principios del siglo XXI (con todo el apoyo del castrismo y la izquierda agrupada en los foros de San Pablo y Porto Alegre), desde el Argentinazo a las guerras del agua y el gas en Bolivia y el protagonismo obrero y popular contra el intento de golpe en Venezuela en 2002 y los sucesivos estallidos indígenas y campesinos en Ecuador, han mostrado su completo fracaso en encarar una transformación real de nuestras naciones. Su ciclo se agotó junto al precio favorable de las materias primas sin haber aportado la industrialización, independencia ni unidad regional que habían prometido.

Cuando tuvieron que enfrentar golpes de estado, como Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, Dilma Roussef en Brasil y Evo Morales en Bolivia, su sometimiento al golpismo y rechazo a la movilización y al armamento del pueblo han mostrado su absoluta nulidad como vía de soberanía. El Grupo Puebla, aparente heredero de estas direcciones, ha visto en estos días a sus presidentes, Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador, en un campeonato de sometimiento al imperialismo y sus condiciones de opresión, desde los acuerdos sponsoreados con el FMI, al apoyo a Donald Trump, arrinconado por una rebelión popular con la que no se han solidarizado ni por un momento los nacionalistas burgueses latinoamericanos.

La trayectoria del Partido Obrero está marcada a fuego por la pelea por todas las consignas democráticas y nacionales pendientes en Argentina y en la región, por la movilización sistemática contra la opresión imperialista en sus múltiples formas, desde el sometimiento por la deuda externa, a los planes internacionales de reformas laborales, previsionales y educativos. Esta pelea la hemos dado desde la absoluta defensa de la independencia de clase de los trabajadores y la separación tajante con las fuerzas políticas de la burguesía y la pequeño burguesía y la lucha estratégica por gobiernos de trabajadores , camino que nos ha llevado a conformar el Frente de Izquierda como campo de reagrupamiento independiente. Es la teoría de Trotsky de la revolución permanente la que alimenta esta estrategia política, que tiene como horizonte los Estados Unidos Socialistas de América Latina para lograr la liberación, independencia y el pleno desarrollo de nuestra región en el camino de una plena integración mundial, superando las fronteras, las guerras y toda opresión.

[1] Por Lázaro Cárdenas, que venía de expropiar a las petroleras extranjeras
[2] “Discusión sobre América Latina” del 4/11/1938, en Escritos Latinoamericanos, CEIP