Aniversarios

21/3/2007|984

Los intelectuales pequeñoburgueses en la revolución


(…) Lo que caracterizó a nuestro partido desde el primer período de la revolución fue la convicción de que, de acuerdo a la lógica de los acontecimientos, le correspondía llegar al poder. Yo no quiero hablar aquí de los teóricos, de los cuales, desde mucho tiempo antes de esta revolución —antes aún de la revolución de 1905— analizando los movimientos de las relaciones de clase en Rusia, habían llegado a la conclusión de que, en el desenvolvimiento victorioso de la revolución, el poder debía pasar absolutamente al proletariado, apoyado sobre las masas de los campesinos pobres.


 


La base de semejante previsión reside principalmente en la nulidad de la democracia burguesa como también en la concentración de la industria rusa y, en consecuencia, en la gran importancia social del proletariado ruso. La nulidad de la democracia burguesa es lo opuesto a la potencia y a la importancia del proletariado. Bajo este aspecto, la guerra ha desilusionado transitoriamente a muchísimos y, en primera línea, a los grupos dirigentes de la democracia burguesa. La guerra asignó al ejército la parte decisiva en los acontecimientos de la revolución. Antiguo ejército significa lo mismo que clase campesina. Si la revolución se hubiera desarrollado de manera más normal, vale decir, en las condiciones de los tiempos de paz —así como había comenzado en 1912— el proletariado habría absolutamente asumido una posición directiva. Las masas rurales, poco a poco, habrían sido remolcadas por el proletariado y arrojadas en el vórtice de la revolución. Pero la guerra ha sometido los acontecimientos a una mecánica diversa. Los campesinos fueron unidos por el ejército, no políticamente, sino militarmente. Antes que ideas precisas y postulados revolucionarios vincularan a las masas de los campesinos, ellas habían sido incorporadas a las filas de los regimientos, de las divisiones, de los cuerpos y de los ejércitos. Los elementos de la democracia pequeñoburguesa, diseminados en ese ejército y que tanto en las relaciones militares como en las ideales, desempeñaban la parte principal, poseían casi todos maneras pequeñoburguesa-revolucionarias. El profundo descontento social de las masas se exasperó y buscó un desahogo, especialmente después del desastre militar del zarismo. Apenas la revolución pudo germinar, la vanguardia del proletariado hizo revivir la tradición de 1905 y reunió a las masas populares, para organizar instituciones representativas en forma de Soviet de diputados. El ejército se vio obligado a enviar representantes a las instituciones revolucionarias, antes que su conciencia política pudiera alcanzar el nivel de los acontecimientos revolucionarios que se iban desarrollando.


 


¿A quiénes podían enviar los soldados como diputados? Evidentemente, solamente a aquellos que representaban a la inteligencia y la semi-inteligencia, que poseían una reserva, si bien mínima, de conocimientos políticos, y que podían expresar estos conocimientos. De este modo, los intelectuales pequeñoburgueses fueron improvisadamente elevados a una enorme altura por la voluntad del ejército despierto. Médicos, ingenieros, abogados, periodistas, voluntarios de un año, que antes de la guerra llevaban una común existencia burguesa y que nunca pretendieron tomar una parte directiva, hicieron de un golpe su aparición como representantes de cuerpos enteros del ejército, e improvisadamente se sintieron "dux" de la revolución.


 


La nebulosidad de su ideología política correspondía perfectamente al amorfismo en las conciencias de las masas revolucionarias.


 


Para estos elementos, nosotros éramos "sectarios": nosotros, que habíamos sostenido con toda claridad e intransigencia los postulados sociales de los obreros y campesinos. Y nos trataban con la máxima altanería. Al mismo tiempo, la democracia pequeñoburguesa ocultaba, en su altura de "parvenú" revolucionario, la más profunda desconfianza con respecto a sus propias fuerzas y a aquella masa que la había elevado a tan inesperada cima. Si bien los intelectuales se llamaban socialistas y querían pasar por tales, miraban con veneración mal disimulada la omnipotencia política de la burguesía liberal, sus conocimientos y sus métodos. Después, la aspiración de los jefes de la pequeñaburguesía consistía en obtener, a toda costa, la colaboración, la alianza, la coalición con la burguesía liberal. El programa del partido de los socialistas revolucionarios (el cual de pies a cabeza está construido sobre fórmulas humanitarias nebulosas que sustituyen con sentimentales lugares comunes y con construcciones morales a los métodos de clase), pareció ser el más adaptable edificio intelectual para esta clase de "dux" ad hoc. Su aspiración de robustecer la propia impotencia intelectual y política con la ciencia y la política burguesa, que les inspiraba tanto respeto, encontró justificación teórica en la doctrina de los mencheviques.


 


Esta doctrina explicaba que la revolución actual es una revolución burguesa y que, por consecuencia, no podrá desenvolverse sin la participación de la burguesía en el gobierno. Así nació el bloque natural de los social-revolucionarios y de los mencheviques, en cuyo bloque halló expresión, también, la insuficiencia política de los intelectuales burgueses, como así mismo sus relaciones de vasallaje con el liberalismo imperialista.


 


Para nosotros era perfectamente claro que, tarde o temprano, la lógica de la lucha de clase destruiría esta combinación provisoria y eliminaría a los "dux" de este período transitorio. La hegemonía de los intelectuales pequeñoburgueses significaba que la clase campesina —improvisadamente llamada por el aparato de guerra a participar en la organización de la vida política— aplastaba numéricamente a la clase obrera y momentáneamente la descabezaba. Más todavía. Una vez que los jefes pequeñoburgueses fueron elevados por las masas del ejército a altura tan vertiginosa, el mismo proletariado, con excepción de su minoría dirigente, no podía negarle cierto respeto político y no podía, tampoco, renunciar a buscar una alianza política con ellos, ya que el proletariado corría peligro de ser aislado por la clase campesina. La vieja generación obrera no había olvidado las enseñanzas de 1905, cuando el proletariado fue batido precisamente porque, en el momento decisivo, las grandes reservas de los campesinos se abstuvieron de intervenir en la lucha. Por esta razón, en el primer período de la revolución las masas trabajadoras fueron tan accesibles a la ideología política de los social-revolucionarios y de los mencheviques; tanto más accesibles, en cuanto la revolución despertó a las masas proletarias, hasta entonces amodorradas, haciendo así del amorfismo radical intelectual una escuela preparatoria de aquellas masas.


 


En esas condiciones, los Soviets de los diputados de los obreros, soldados y campesinos significaban el dominio del amorfismo campesino sobre el socialismo proletario y el dominio del radicalismo intelectual, sobre el amorfismo campesino. Si el edificio de los Soviets surgió con tal rapidez, hasta tanta altura, era precisamente porque los intelectuales, con sus conocimientos técnicos y con sus relaciones burguesas, hicieron la primera parte en la obra de edificación de los Soviets. Para nosotros era claro que este imponente edificio estaba construido sobre las más profundas contradicciones íntimas, y que, en la próxima etapa de la revolución, era absolutamente inevitable su destrucción.