Aniversarios

31/5/2007|994

Los Soviets, del asambleísmo a organizaciones de combate

En un viejo trabajo, el historiador Marc Ferro1 , realizó un análisis de lo sucedido en las primeras semanas de la revolución de Febrero a partir de decenas de miles de cartas y telegramas enviadas a la Duma, al Soviet, a los órganos de prensa y a los líderes políticos del momento.


Marc Ferro atribuye la explosión epistolar que dio origen a su trabajo al súbito despertar de millones de hombres y mujeres al protagonismo de la historia. Dice que cada uno de sus habitantes se siente una especie de estadista llamado a opinar y participar con sus reclamos y aspiraciones en la nueva era. Sin mediaciones.


Ningún gobierno


El historiador ordena su material epistolar y analiza su origen social, el tipo de preocupaciones y demandas que traduce, los cambios que evidencia con relación a las vicisitudes del proceso revolucionario, sus implicancias políticas, etcétera.


Identifica de entrada, por ejemplo, el lugar privilegiado que ocupa en las primeras cartas de los trabajadores la reivindicación de la jornada de ocho horas. Revela, en cambio, la prudencia con la cual, en las primeras dos semanas que siguen a la revolución, los obreros señalan la necesidad de la mejora de sus salarios, como una prueba de que no pretenden obstaculizar la tarea del nuevo poder. La cuestión del incremento salarial, sin embargo, toma una forma muy definida a partir de mediados de marzo, precisamente como expresión de una desconfianza creciente en el mismo gobierno. Marc Ferro muestra también el precavido enfoque de los obreros sobre la cuestión del poder en las propias fábricas. En una primera etapa no aparece en las cartas ninguna sugerencia vinculada al comando de las fábricas por parte de los obreros, pero es recurrente la exigencia de establecer el control de la producción para evitar manipulaciones o fraudes patronales y para desenvolver la organización propia de los trabajadores. El historiador destaca que las cartas provenientes de trabajadores de grandes fábricas van dirigidas al Soviet, mientras que las que corresponden a pequeñas empresas o capas medias de la población se dirigen a la Duma.


Esta plétora de cartas y telegramas pone de relieve la distancia que se establece desde los primeros días de marzo entre los obreros y el propio Soviet, que acababa de formarse; especialmente cuando la organización de delegados obreros y campesinos, junto al gobierno, formula un llamado común a los trabajadores a negociar sus reclamos con los patrones. “¿Son mediadores o son nuestros representantes?”, se preguntan los trabajadores en numerosas cartas.


La “distancia” entre la población conmocionada por la revolución y sus representantes en los nuevos órganos del poder “dual” tiene todavía un carácter más general: “Significativamente —dice Marc Ferro—, en las elecciones municipales de mayo [en las cuales participan todos los partidos, incluido el Bolchevique] la abstención alcanza al 50% del padrón… [pero también] en los soviets, una gran parte de la clase trabajadora no se hallaba representada (…) Por todas partes, como es bien conocido, la desintegración del aparato estatal y también de varios soviets mostraron que el pueblo ruso se manifestaba hostil al poder representativo: no querían un gobierno mejor sino que rechazaban toda forma de gobierno”.2 Agrega que, luego de permanecer durante decenas de años en el anonimato político, el pueblo quería deliberar y opinar sobre todo sin la intermediación de nadie, sea de los políticos, los intelectuales, los artistas… Faltaría indicar que en las calles de Petrogrado se cantaba el “que se vayan todos” para que el humor del momento nos resulte inmediatamente conocido.


El doble poder como pacto


El escenario descripto es ratificado por otro trabajo, esta vez publicado por la Universidad de Princeton y que se ocupa de investigar el papel de los dirigentes mencheviques en la Revolución Rusa.3 Aquí se pone de relieve que la coexistencia de los Soviets con el Gobierno Provisional burgués no puede ser abordada apenas como la división del poder en términos del antagonismo social que expresaban los Soviets (obreros y campesinos) y el gobierno provisional (burguesía): el “doble poder” es también la denominación del acuerdo político específico que fue formalmente pactado entre la dirección del Soviet y el Gobierno Provisional para garantizar la sustentabilidad de la acción de este último. ¿Doble poder, pacto de convivencia… o ambas cosas a la vez?


El trabajo de Ziva Galili enriquece la visión del proceso de 1917, en algunos puntos no considerados en las versiones más conocidas. En primer lugar, muestra el importante grado de deliberación que se procesó al interior de la propia clase capitalista en los años previos a la revolución. En particular cuando un importante polo burgués se consolida en el viejo régimen, a partir del gran desarrollo económico que se plantea con el inicio de la segunda década del siglo XX (1910/1914). Se formarán entonces numerosas cámaras y sindicatos empresarios y crecerá el rol de su organización nacional en la Asociación del Comercio y la Industria, preocupada por la modernización de las relaciones sociales y económicas en un sentido capitalista. Se trataba de un amplio movimiento que “apuntaba a la creación de una burguesía nacional” (Ziva Galili) y cuestionaba, por eso mismo, los privilegios y el propio peso retardatario de la enorme máquina estatal del zarismo, a cuya sombra se habían desenvuelto hasta entonces. El trabajo ilustra lo que denomina el “espectacular crecimiento del grupo de los llamados industriales progresistas… que habían acumulado inmensas fortunas y un considerable poder económico y que se consideraban muy conscientemente como la vanguardia de una clase burguesa dirigida a liderar la renovación de la vida política y económica del país”.4


Mucho antes de 1917, por lo tanto, la burguesía realizó una tarea de preparación para asumir el liderazgo de una transformación modernizante. La investigación pone de relieve diversos documentos que prueban el interés de los “progresistas” en salir del inmovilismo del antiguo régimen. No son pocas las propuestas y ensayos dirigidos a la necesidad de introducir una cierta legislación social, al amparo de la cual buscaban reemplazar el manejo anacrónico y burocrático del viejo imperio por instituciones nuevas, entre las cuales se incluía la posibilidad de un sindicalismo colaboracionista y de instituciones estatales de arbitraje para controlar los conflictos laborales, incluyendo la creación de un ministerio o departamento gubernamental del trabajo. Hubo incluso un ejercicio práctico en esta dirección, con los comités paritarios (obrero-patronales) que se estructuraron después del inicio de la guerra, en 1914, en función de asegurar tareas de la defensa nacional y, en particular, el suministro al Ejército en operaciones.


Menchevismo, Soviets y política burguesa


En segundo lugar, hay que anotar como elemento insustituible de esta política del liberalismo burgués, y como su contrapartida, el desarrollo de una dirección del movimiento obrero provista por los cuadros provenientes del menchevismo, que hizo su propia escuela en la tentativa de apoyar la experiencia de un régimen burgués, apuntándolo mediante una colaboración consciente.


Los mencheviques se destacaban en particular por “una larga experiencia en el trabajo de las organizaciones legales” en la época previa a la revolución.5 Desde el inicio mismo del proceso de 1917, luego de Febrero, los mencheviques concibieron la creación de los soviets como un pilar clave en una política que mucho más tarde se denominaría “pacto social”, es decir, de colaboración con los explotadores capitalistas y naturalmente en nombre de los intereses comunes de obreros y patrones de expandir la producción, aumentar el empleo, aumentar las ganancias fortalecer el sistema impositivo y una política de asistencialismo y arbitraje, etc.


De hecho, y confirmando las observaciones ya señaladas de Marc Ferro, la conclusión es que los soviets, que aparecen no antes sino después de la Revolución de Febrero, no se formaron directamente como órganos de combate de las masas en la lucha por el poder sino que en un inicio son el producto de una intervención de las cúpulas de los partidos de la clase obrera, en la cual el peso de los conciliadores es clave (incluyendo las tendencias que en la misma dirección operaban en el partido bolchevique en el mes de marzo y que ya analizáramos en esta misma serie). Abordar la constitución de los soviets como una mera creación espontánea de las masas y como sinónimo de instrumento de la lucha por el poder es unilateral; algo que Lenin siempre tuvo en cuenta en la lucha política implacable en este período.


El trabajo de Ziva Galili muestra que en marzo/abril quienes dominan el poder son precisamente los “progresistas” (del capital) y los conciliadores (del movimiento obrero). Un poder dual pero no antagónico, unido por toda una preparada red de colaboración política. Galili expone la cantidad de resoluciones y medidas que se pusieron entonces en marcha tendiendo a desplegar el proyecto de modernización burguesa de Rusia. Desde las negociaciones para legalizar la nueva jornada de trabajo, el cobro de los días caídos (durante la insurrección de Febrero), las condiciones de la organización obrera en fábrica, para sólo citar el intenso ajetreo de estas primeras semanas de la revolución. En esas primeras semanas, Galili describe el clima “dual” que caracterizaba a las masas, “dispuestas al mismo tiempo a defender sus reivindicaciones largamente postergadas y su autocontención para no desorganizar la producción”, en particular en lo que se relacionaba con el abastecimiento de la defensa y de las tropas.6 Su balance es muy interesante porque considera a esta política de colaboración como muy “exitosa”, lo que explicaría el vuelco en mayo de los mencheviques al gobierno de coalición en el cual los patrones “progresistas” ocupaban los puestos claves.


Bolchevismo, Soviets y revolución


En el contexto de una revolución, además, la colaboración entre los centroizquierdistas y la burguesía era decisiva para contener el proceso en el marco capitalista. Porque la patronal, ahora, ya no tenía la protección del viejo Estado y de sus fuerzas de seguridad.


Pero aun así se tiene la impresión que la estructura de colaboración de clases, montada con menos improvisación de la que podría pensarse, se quebró muy rápidamente por el efecto catalizador de la guerra, la enorme desorganización económica y la penuria material, que empieza a tener efectos dramáticos justamente a partir de mayo en adelante cuando debuta el gobierno de coalición. Pero esto fue posible, por sobre todas las cosas, por la política del Partido Bolchevique de aprovechar todas las contradicciones de la situación revolucionaria para hacer avanzar al proletariado en la única salida: la toma del poder y instalación del gobierno obrero y campesino.


Estamos ante el proceso vivo de la revolución, no de un esquema. Los Soviets no surgieron, en 1917, como un órgano de combate de las masas, como sí había ocurrido durante la revolución de 1905, durante la cual nunca perdieron ese carácter. Surgieron como aglomeración asamblearia, con un fuerte clima “antipolítico”, determinado por una composición inmensamente mayoritaria de soldados (o sea campesinos). Hasta mediados de abril, dice un historiador anarquista, “los soldados gozaban de mayoría en las sesiones plenarias. Entre los obreros, predominaban los representantes de las fábricas pequeñas sobre las grandes. De este modo, la fisonomía social del Soviet de Petrogrado en el primer período no era proletario en el sentido marxista, sino campesino y pequeño burgués”.7 Precisamente por estas condiciones, en aquellos primeros momentos, los Soviets se encontraban dirigidos por un puñado de intelectuales socialistas (mencheviques y socialrevolucionarios), que constituían un verdadero “gobierno en las sombras”.8 En estas condiciones, para que los soviets pudieran desplazar del poder al gobierno de la burguesía, ellos debían convertirse antes en algo que aún estaban lejos de ser: en órganos de combate. Lenin y Trotsky fueron los únicos que comprendieron la tarea histórica que estaba planteada en todas sus dimensiones.


Hanna Arendt, la pensadora alemana que escribió “sobre la revolución”, señala que el principio soviético puro, al que presenta como la antítesis del sistema de partidos, solamente existió en la primera elección al Soviet de Petrogrado. En esta etapa, dice el historiador anarquista, los Soviets eran vistos por los obreros y por los soldados como una suerte de clubes o asambleas permanentes, no como un parlamento, incluso obrero o popular. La forma semi-parlamentaria diseñada de acuerdo a las líneas representadas por los partidos, recién comenzaría a tomar forma a partir de fines de marzo.


A diferencia de los soviets, los que sí comenzaron a desarrollarse como órganos de combate fueron los comités de fábrica, cuya representación se renovaba en forma muy frecuente. Vistos como anarquizantes por parte de la mayoría centroizquierdista de los Soviets, fue sin embargo el gran terreno de agitación y de reclutamiento de los bolcheviques. El crecimiento en los comités de fábrica les iba a dar a los bolcheviques, oportunamente, la mayoría de los delegados a los Soviets. Esta combinación de parlamento obrero y de organización de combate prepararía la etapa final de la revolución, cuando los soviets pasan a ser parlamento obrero y órgano de combate a la vez. Octubre de 1917 será la culminación de todo este proceso. En su fase “semi-parlamentaria”, los Soviets fueron el escenario de una encarnizada lucha de partidos. En los soviets más importantes —los de Petrogrado y Moscú— esta transformación tuvo lugar en el curso del mes de marzo; en el interior, el proceso de cristalización de los Soviets a lo largo de líneas partidarias tomó mucho más tiempo. En las vísperas de la Revolución de Octubre, dice el historiador anarquista citado, los Soviets sufrirán una nueva transformación: “los bolcheviques re-transformaron a los Soviets de instituciones semi-parlamentarias en órganos de combate” (por el poder)9.


1 y 2. Marc Ferro; “La aspiraciones de la sociedad rusa”, en Revolutionary Russia: A Symposium, Richard Pipes (coordinador), Doubleday, 1969.


3, 4, 5 y 6. Ziva Galili y Garcia; The menshevik Leaders in the Russian Revolution: Social Realities and Political Strategies. Princeton University Press, 1989


7. Oskar Anweiler, “The Political Ideology of the Leaders of the Petrograd Soviet in the Spring de 1917”; en Ricard Pipes (coordinador), op. cit.


8. León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa.


9. Oskar Anweiler, op. cit.