¿Todo el poder a los soviets? (I)

A fines de agosto de 1917, la derecha decidió hacer caer el segundo gobierno de coalición e imponer una dictadura, para liquidar las organizaciones del movimiento obrero y la población y eliminar política y físicamente a los revolucionarios. Fue el golpe del general Kornilov, que dio lugar a una profunda resistencia, a la movilización armada obrera y popular. Los bolcheviques estuvieron a la cabeza. Kornilov fracasó y su derrota constituyó un nuevo giro decisivo, a partir del cual quedaron planteadas la insurrección y la toma del poder.


A principios de julio, la situación era cualitativamente diferente. En palabras de Lenin (Cuatro tesis), “La contrarrevolución se ha organizado y consolidado, y en la práctica ha tomado el poder estatal en sus manos”. Era el resultado de la derrota de la manifestación armada del 4 de julio, que tuvo como consigna la caída del gobierno. En la noche previa, el CC del Partido Bolchevique se había pronunciado contra el carácter insurreccional de la manifestación, después de comprobar que no podía impedirla. La declaración era necesaria porque sectores del partido tuvieron la iniciativa. La consigna de la caída del gobierno facilitaba la provocación. La aspiración de terminar con la guerra fue central, pero el llamado del Partido Bolchevique no logró controlar el movimiento y el desenlace fue una derrota.


 


La reacción y el gobierno lanzaron una campaña feroz contra los bolcheviques. Kerensky fue nombrado primer ministro el 7 de julio y la represión fue su bandera. La acusación central era que el partido y Lenin estaban financiados por el dinero alemán para hacer caer el gobierno. Los bolcheviques debían ser encarcelados, juzgados y hasta fusilados como enemigos de la patria. Algunos bolcheviques recordarán estos días como los más críticos de toda la historia del partido. La influencia del partido retrocedió en todos los frentes.


 


De la noche a la mañana hubo detenciones masivas, locales allanados, provocaciones físicas en las calles, periódicos prohibidos. Lenin decidió pasar a la clandestinidad, luego de llegar a la conclusión de que se lo convocaba a juicio para preparar su asesinato. Trotsky fue encarcelado. La situación del partido era seria, porque la derrota había provocado confusión en los sectores menos avanzados y un aislamiento relativo de la vanguardia. Las condiciones eran favorables para la contrarrevolución.


 


Sin embargo, la ofensiva represiva fracasó. La razón fundamental fue que el partido apeló a la clandestinidad para protegerse y afrontó, a la vez, abierta y políticamente las provocaciones. Lenin y los otros dirigentes se manifestaron públicamente contra las calumnias. Hubo una campaña asimilando las acusaciones al proceso Dreyfus. Se exigió una intervención judicial legal. No se dejó ninguna acusación sin respuesta. Los locales siguieron funcionando. Se reclamó abiertamente la solidaridad de las organizaciones socialistas y populares.


 


Aquí estuvo la falla política de la campaña reaccionaria. Las corrientes y organizaciones centristas y colaboracionistas, socialistas y populistas asistieron pasivamente a las acusaciones contra Lenin, pero no apoyaron la ilegalización del partido bolchevique -la dirección conciliadora de los soviets se pronunció en contra.


 


Los soviets por barrio


 


El partido, luego de la derrota, reaccionó con una campaña vigorosa en defensa de su política, lo que se expresó en avances bolcheviques en los soviets por barrio y en la importante votación en las elecciones municipales para la Duma de San Petersburgo.


 


En la ciudad se habían formado soviets barriales junto al soviet central y las divergencias entre las orientaciones políticas del soviet central y los soviets barriales se profundizaron en julio, fruto de la política bolchevique. La desconfianza en el gobierno se acentuó. Los soviets barriales reactivaron la Conferencia Interdistritos el 17 de julio. Algunos soviets proponían la colaboración con el gobierno pero la Conferencia no aprobó el desarme de las organizaciones obreras y se pronunció enérgicamente contra la pena de muerte. Como indica un historiador de la revolución, Alexander Rabinowitch, “A fines del mes de julio, incluso los soviets barriales relativamente moderados estaban más atraídos por la consolidación de los grupos de izquierda en defensa de la revolución, con los bolcheviques incluidos, que con la idea de castigar a esos mismos bolcheviques por su comportamiento de unas semanas atrás”.


 


Las elecciones municipales de mediados de agosto fueron un éxito político del Partido Bolchevique, que se presentó como lista 6, de los “socialdemócratas internacionalistas”. La agitación puso el enfásis en la defensa de la revolución y el enfrentamiento con quienes pretendían ser sus enterradores, más que en las reivindicaciones propias del partido. El periódico Proletarii planteó de este modo el voto por los bolcheviques :


 


“Todos los obreros, campesinos y soldados deben votar por nuestra lista porque solamente nuestro partido lucha con resolución y coraje contra la feroz dictadura contrarrevolucionaria de la burguesía y los terratenientes (contra) el restablecimiento de la pena de muerte, la destrucción de las organizaciones obreras y de soldados y la supresión de todas las libertades obtenidas con el precio de nuestra sangre y el sudor del pueblo” (citado por Rabinowitch).


El partido obtuvo 183.624 votos, un aumento del 14% en relación a las elecciones barriales de mayo. Fueron segundos luego de los socialistas revolucionarios, que obtuvieron 205.659. Los mencheviques apenas llegaron a 23.552 y los burgueses reaccionarios a 114.483.


 


El VI Congreso, el rearme del partido


 


Después de las Jornadas de Julio, Lenin había escrito: “Ocurre muy a menudo que cuando la historia da un viraje brusco, hasta los partidos más avanzados no son capaces, por un tiempo más o menos largo, de adaptarse a la nueva situación y repiten consignas que si ayer eran correctas, hoy han perdido todo sentido”.


Lenin consideró que el “desarrollo pacífico” de la revolución había sido liquidado por el triunfo de la reacción y que la consigna de “todo el poder a los soviets” tenía que ser retirada de la agitación del partido. Los soviets eran impotentes. Preveía un levantamiento popular en septiembre u octubre y colocaba su confianza en los comités de fábrica. Trotsky recordó las orientaciones que Lenin le transmitió a Ordjonikidzé: “Hemos de trasladar el centro de gravedad a los Comités de fábrica. Estos deben convertirse en los órganos de la insurrección”.


 


En el cuadro de la campaña represiva del gobierno, del retroceso del partido, de sus enormes dificultades políticas y organizativas, la discusión y el debate continuaron. Las instancias funcionaron como estaba agendado.


 


La primera reunión de dirección fue la Conferencia del 13 y 14 de julio. Las tesis de Lenin formuladas por escrito en “La situación política” (Cuatro tesis) fueron objeto de una discusión encarnizada y rechazadas por 10 de los 15 responsables presentes. La discusión giró sobre la actitud que el partido debía tener con los socialistas moderados. Una parte de los dirigentes no quería abandonar las ilusiones en un acuerdo político con esas tendencias al interior de los soviets, para constituir una mayoría gubernamental.


 


Lenin insistió y desarrolló de nuevo sus planteos en el VI Congreso, que se reunió en la noche del 26 de julio. Fue el llamado Congreso de la unificación, que incorporó a Trotsky como dirigente del partido, junto a otros militantes y organizaciones (Prensa Obrera N° 1.467, 20/7).


 


Trotsky constató: “175 delegados, entre ellos 157 con voz y voto, representaban a 112 organizaciones con 176.750 miembros “. Fueron elegidos para la presidencia Lenin, Trotsky, Kamenev, Kollontai y Lounacharsky (sólo dos “viejos” bolcheviques). Ausentes : Lenin -en la clandestinidad-, Trotsky -preso.


El informe político retomó las orientaciones de Lenin y concluyó con un proyecto de resolución de diez puntos. El punto 8 sugería el retiro de la consigna de “Todo el poder a los soviets” y la organización de un enfrentamiento directo con la burguesía. Los puntos siguientes insistían en la necesidad de esta agitación entre obreros y soldados.


 


La discusión fue larga y apasionada. Hubo quince intervenciones de 15 minutos; ocho se pronunciaron por mantener la consigna de “Todo el poder a los soviets”, seis apoyaron el proyecto presentado y una –Bujarin- planteó una posición intermedia.


 


Se formó la comisión de resoluciones y finalmente se propuso un texto de compromiso; es muy probable que haya aportado Lenin -Stalin, a cargo del informe central, difícilmente habría tomado por sí esta responsabilidad. El texto fue aprobado el 3 de agosto con cuatro votos en contra.


 


La consigna fue abandonada en su formulación directa pero se agregó un párrafo al proyecto original, propuesto por la delegación de Moscú, indicando que el partido “debía asumir el rol de ‘jefe’ de la lucha contra la contrarrevolución y proteger a las organizaciones de masas en general y a los soviets en particular de las agresiones contrarrevolucionarias. En el seno de esos organismos, el partido debía trabajar con toda su energía posible para reforzar la posición de los ‘internacionalistas’. Lo que significaba que la actividad del partido se seguía concentrando en los soviets” (Rabinowitch).


 


En su balance, Trotsky señaló que “después de incluir en el orden del día la explicación dirigida a las masas de prepararse para la insurrección, el Congreso decidió al mismo tiempo retirar la consigna (…) de la transmisión del poder a los soviets”. Pero, finalmente, “la fórmula del VI Congreso era por lo menos inexacta (…) El poder dual dejó de ser ‘pacífico’ (…) Se tornó más subterráneo, descentralizado y explosivo. A fines de agosto, el poder dual oculto se convirtió de nuevo en una dualidad activa. Ya veremos la importancia que este hecho había de cobrar en octubre”.


 


 


 


Fuentes


León Trotsky: Historia de la Revolución Rusa, Galerna, Buenos Aires, 1972.


V.I. Lenin: Obras Completas, T. XXV, Cartago, Buenos Aires, 1958.


Jean-Jacques Marie: Lenin, POSI, Madrid, 2008.


Alexander Rabinowitch: Los bolcheviques toman el poder, La Fabrique, París, 2017.