¿Todo el poder a los soviets? (II)

El golpe de Kornilov


Kerensky fue “el punto matemático del bonapartismo ruso” (Trotsky). Heredó una situación revolucionaria que quiso liquidar. Repitió hasta el cansancio las consignas militaristas más elementales, reorganizó el Alto Mando y nombró a Kornilov como comandante en jefe. Motorizó la represión contra los revolucionarios y extendió la pena de muerte a todos los desertores, con decenas de miles de fusilados.


 


Kerenski se consideraba la encarnación personal de la nueva coalición de conciliadores y burgueses y de su programa. Carecía, sin embargo, de base política propia. Para lograrla, y en soledad, organizó la Conferencia de Estado de Moscú. Reunió a 2.500 “personalidades”, divididas entre izquierda y derecha, bajo su presidencia y con Kornilov como estrella del espectáculo. Anunció un nuevo gobierno fuerte. La Conferencia terminó más bien como un circo lamentable, sin efecto político alguno, más allá de la presentación en sociedad de los nuevos salvadores de Rusia.


 


La Conferencia registró contra la voluntad de Kerensky un hecho político mayor. El 12 de agosto de 1917, día de su inauguración, hubo una huelga general de protesta y la iniciativa fue de los bolcheviques. El ejecutivo del Soviet de Moscú rechazó la moción de la huelga por veinte votos, pero los bolcheviques respondieron y lograron la aprobación de los sindicatos, donde eran mayoría. La huelga fue masiva, significó un enfrentamiento abierto con Kerensky y fue ejecutada, además, contra la voluntad de la dirección de los soviets. A esta altura, el comité bolchevique de Moscú, con Bujarin como uno de sus dirigentes, jugaba un rol central, casi a la altura de San Petersburgo.


 


El 21 de agosto cayó Riga, capital de Letonia, ante los alemanes. El Estado mayor procedió a evacuar las tropas y San Petersburgo quedó amenazada. Kornilov decidió por sí solo y el 25 de agosto lanzó la División Salvaje contra la capital. La ciudad despertó el domingo 27 en calma. El periódico de los Soviets, Izvestia, no dijo nada del golpe en su edición matinal. El gobierno se enteró en la noche anterior. Al medio día se propagaron los rumores del golpe. El gobierno estaba paralizado. Los Comités Ejecutivos panrusos de los soviets se reunieron recién a las 23:30, en una sesión cerrada que se prolongó hasta el día siguiente.


 


El primer debate fue sobre el gobierno y la ruptura de la alianza Kerensky-Kornilov. Se rechazó la proposición de Kerensky de formar un Directorio de 6 miembros -una forma de dictadura- para reemplazar a los ministros.


 


Se exigió que el gobierno provisional funcione, que sea controlado y convoque una nueva Conferencia. Los bolcheviques denunciaron al gobierno por haber creado las condiciones de la contrarrevolución, pero no votaron en contra de esta moción -se abstuvieron.


 


En la mañana, en la discusión siguiente, la amenaza del golpe apareció como inminente. Los diputados terminaron por votar una moción de apoyo total al primer ministro, con carta blanca para elegir la forma del gobierno, con la única condición de luchar contra Kornilov. Los bolcheviques indicaron que formarían una alianza militar con Kerensky, a condición de que enfrentase realmente el golpe.


 


La resolución decisiva se tomó a nivel de la organización. Todos los soviets, y las otras organizaciones del movimiento obrero, de los soldados y de la población, comenzaron a organizarse y movilizarse en la mañana. Los comités ejecutivos decidieron formar un Comité de Lucha contra la contrarrevolución. Este Comité debía incluir representantes de los mencheviques, socialistas revolucionarios y bolcheviques en paridad (tres por cada fuerza).


 


Los partidos conciliadores tuvieron que reconocer el lugar que se ganaron los revolucionarios. Un cambio total desde julio. Es el precio que pagaron para derrotar al golpe. Los bolcheviques aceptaron el desafío en nombre de la unidad y de la defensa de la revolución, integrando el Comité.


 


La movilización de las masas


 


El triunfo revolucionario contra Kornilov es un momento sobresaliente. En palabras del historiador Alexander Rabinowitch: “Es muy difícil encontrar en la historia reciente un ejemplo más contundente y eficaz de la acción política de masas unificada y notablemente espontánea”.


 


Las tropas más leales a la reacción avanzaban sobre la ciudad y si llegaban a Petersburgo se iba a producir por lo menos una masacre. Los golpistas estaban organizados en la capital, para provocar incidentes y reacciones armadas de la población, para crear así el desorden y el pánico. La primera reacción inteligente es que no hubo prácticamente ningún enfrentamiento armado aislado en las calles. La energía revolucionaria se canalizó sólo a través de las organizaciones.


 


Actuaron todas las formas de organización: soviets, sindicatos, comités de fábrica, de barrio. La unidad se impuso. Los Comités de Lucha se generalizaron: entre los días 27 y 30 se formaron más de 240 en las regiones de Rusia. El gobierno quedó aislado y sin autoridad. El rol dirigente de los bolcheviques quedó sancionado.


 


Las sirenas de las fábricas llamaron a la movilización. La actividad fue febril, asambleas, armamento, organización de guardias rojas, construcción de barricadas.


Un informe estima que entre 13 y 15.000 obreros se enrolaron en las guardias rojas en esos días. Los obreros de la fábrica Poutilov aceleraron la producción de armas para las milicias y perfeccionaron las existentes.


 


El sindicato metalúrgico de Petrogrado (con más de 200.000 miembros, el más poderoso de Rusia) hizo una donación importante y se puso al servicio de los revolucionarios. El sindicato de choferes, dominado por los socialistas revolucionarios, proporcionó conductores y vehículos. El sindicato ferroviario fue decisivo para evitar la llegada de las tropas. Levantaron vías y paralizaron los trenes que transportaban a los golpistas.


 


Los soldados de la guarnición de Petrogrado, las unidades de la flota del Báltico y los marinos de Kronstadt se organizaron, se reunieron en asamblea y manifestaron contra el golpe. La ciudad y la región no estaban perturbadas por Kornilov y sus generales. No había miedo.


 


En lugar de buscar un enfrentamiento militar, las fuerzas revolucionarias enviaron agitadores que llegaron hasta las líneas golpistas. Las tropas más cercanas estaban a 60 km. El Comité Ejecutivo de los soviets envió una delegación de soldados musulmanes. Los oficiales contrarrevolucionarios asistían impotentes a los trenes paralizados y a los discursos de los agitadores. Las tropas no llegaban a ningún lado. El golpe fue derrotado sin la llegada de las tropas, sin lucha armada directa.


 


El rol del partido


 


Los bolcheviques superaron cualitativamente la derrota de las Jornadas de Julio. El 31 de agosto, por primera vez, el soviet de Petrogrado adoptó una resolución presentada por el partido. Pasó a ser el partido mayoritario en el proletariado y el dirigente de su actividad independiente y revolucionaria.


 


Durante los días del golpe, Lenin y Trotsky -los principales dirigentes desde el VI Congreso de fines de julio- estuvieron físicamente ausentes y no intervinieron en forma directa. Lenin estaba instalado clandestinamente en Finlandia. Sus directivas para el partido fueron redactadas el 30 de agosto (luego de recibir los periódicos de la capital) y llegaron a la ciudad el 3 de septiembre, cuando el episodio estaba clausurado. Trotsky estaba preso.


 


La resolución política del VI Congreso había retirado la consigna de “todo el poder a los soviets” pero había dejado en la ambigüedad el rol que éstos iban a jugar. Luego de la derrota del golpe se expresó un abanico de posiciones. La Organización Militar estuvo tentada por la organización de un levantamiento contra el gobierno provisorio, paralelo al enfrentamiento con Kornilov. La fracción bolchevique en el Comité Ejecutivo de los Soviets, en cambio, con la influencia de Kamenev, se orientó hacia la línea conciliadora de los “viejos bolcheviques”, que Lenin había combatido en las Tesis de abril. Por el contrario, Lounatcharsky, miembro de esta fracción y proveniente de la Organización Interdistritos de Trotsky, se pronunció públicamente en la sesión del CE por un gobierno de los soviets, a pesar de la resolución del VI Congreso.


 


El Comité de San Petersburgo en su mayoría se situó en la línea de movilizar todos los recursos del partido y reunir todas las energías de las masas en una lucha a muerte con Kornilov. El ajuste de cuentas con Kerensky iba a llegar después.


 


Era la línea de las directivas de Lenin, que llegaron tardíamente. Había que revisar la táctica. “Nosotros le hacemos la guerra a Kornilov y la continuaremos, como las tropas de Kerensky; pero no sostenemos a Kerensky y desenmascaramos su debilidad… Modificamos la forma de nuestra lucha contra Kerensky… no tratamos de derribarlo en seguida, lo combatimos ahora de otra manera”.


 


En su texto “Sobre los compromisos”, escrito en los primeros días de septiembre, Lenin planteó la posibilidad, luego del golpe, de apoyar, sin participar, un nuevo gobierno de los mencheviques y socialistas revolucionarios, responsable ante los soviets, con el programa de esos partidos. El partido revolucionario trataría de ganar una nueva mayoría y constituir otro gobierno en forma pacífica, a través del enfrentamiento en los soviets. Pero el propio Lenin cerró esta posibilidad en el mismo artículo en un párrafo que agregó a último momento: “Quizás aquellos pocos días, en cuyo transcurso todavía era posible un desarrollo pacífico, también (subrayado de Lenin) hayan pasado. Kerensky… se afianzará con ayuda de los burgueses sin los socialistas revolucionarios, gracias a la inacción de éstos…”.


 


La derrota de la reacción golpista y el derrumbe del gobierno de Kerensky abrieron efectivamente la vía a la insurrección. ¿Cuál sería el lugar de los soviets en el levantamiento armado? El debate no estaba cerrado.


 


 


 


Fuentes:


 


Alexander Rabinowitch: Les bolcheviks prennent le pouvoir.


 


Lenin: Obras, tomos XXV y XXVI (agosto-septiembre de 1917).


 


Trotsky: Historia de la Revolución Rusa.


 


David Mandel: Les soviets de Petrograd.


 


Jean-Jacques Marie: Lénine, La révolution permanente.


 


Stephen F. Cohen: Bujarin.