“1982. Los documentos secretos de la guerra de Malvinas/Falklands”: Una guerra montada en Londres y Washington

Cómo evaluó la Junta Militar la jornada del 30 de marzo de la CGT

Con el fondo de la conmemoración del 30° aniversario de la guerra de Malvinas, un nuevo libro1 se suma a otros estudios de los participantes en este proceso. Yofre, ex Side, no estuvo de acuerdo con el desembarco en Malvinas: “No concurrí a la Plaza de Mayo el 10 de abril de 1982”, dice. Para el autor, se trató de una aventura de la dictadura para escapar a un impasse político derivado de una crisis económica sin precedentes (quiebra de bancos y empresas, desocupación récord, inflación, alta deuda externa, etc.). La fractura del gobierno militar se manifestó en el golpe contra Viola y el ascenso de Galtieri, en medio de una recuperación de las luchas obreras (por ejemplo, la tremenda jornada del 30 de marzo, a la que asistieron 50 mil trabajadores) y de un desplazamiento de la clase media a la oposición a la dictadura.

La dictadura pretendió bloquear este proceso. Creyó que Gran Bretaña no se iba a empeñar en una acción militar para recuperar las islas. Fue inducido para creer eso, entre otros, por la embajadora yanqui en las Naciones Unidas, Jane Kirpatrick, quien pertenecía al entorno de Reagan. Sobre esta base, se ideó la táctica del “D+5”: un desembarco que evite bajas británicas y luego, con la mediación yanqui, emprender una retirada que dejaría en pie una soberanía compartida.

La guerra de la Thatcher

Las cosas ocurrieron de otro modo. Yofre demuestra que la Thatcher sabía que se venía el desembarco y dejó hacer: a fines de marzo, “el comandante en jefe de la Armada inglesa (…) ordena que se prepare preventivamente una flota”. El “29 de marzo, Thatcher autoriza que tres submarinos nucleares (Trident, Spartan y Conqueror) se desplacen al Sur” (pág. 168). Esta historia se repetiría luego en el Golfo, cuando la embajadora norteamericana en Bagdad dio una aprobación al sondeo que hiciera Saddam Hussein para invadir Kuwait, y en la pasividad inicial de Estados Unidos frente a los movimientos soviéticos que anticipaban la ocupación de Afganistán.

Thatcher recibía información de Estados Unidos. Yofre recuerda que en ningún momento fue cerrado el sector del edificio Libertador, sede del Ejército, que estaba ocupado por una delegación del Pentágono. El traspaso de información incluía a los satélites (alguno de los cuales fue lanzado especialmente para este seguimiento). Yofre analiza una a una las negociaciones, ilusiones y traiciones de la relación entre Haig (canciller norteamericano) y la Junta Militar.

¿Por qué no cumplió la dictadura su plan original D+5? No solamente por las maniobras conspirativas a favor de la guerra del alto mando británico.

En una conferencia secreta con mandos navales, en 1992 (de la cual Yofre obtiene información de una grabación clandestina tomada por un marino), el ex canciller Costa Méndez revela que el plan de retirada sí había comenzado a ejecutarse “(a)l segundo día (….) porque la idea era que Naciones Unidas pusiera sus Cascos Azules y, entonces, negociáramos en esas condiciones” (pág. 220). “¿Pero qué pasó?”, se pregunta Costa Méndez. “Esto da lugar a muchas interpretaciones. Una guerra es el máximo desorden que la imaginación humana puede concebir”. La Junta cometió “dos errores de apreciación”, explica. Uno el de la Thatcher, que buscó la guerra. El otro, que él coloca en primer lugar, es “la formidable reacción interna, la formidable reacción que significó la Plaza, el vibrar de toda la Argentina” (pág. 222). Costa Méndez reconoce “que era muy difícil ante esa emoción tan grande no parar la pelota y cumplir el plan” (ídem). Estas confusiones “desmoronan el plan”. La dictadura no se había preparado para una guerra, ni estaba dispuesta a ir un enfrentamiento con el gobierno de Reagan.

La jornada del 30 de marzo

Yofre rechaza la caracterización del viraje que hace el ex canciller en esa reunión. Califica a la jornada de la CGT, 48 horas antes de la invasión, como “una puesta en escena sindical de utilería” (pág. 187). Dice que “se armó una interna en la que los díscolos (la burocracia de Ubaldini y Lorenzo Miguel) debían ganar la calle y demostrar su poder de movilización, para luego aparecer como interlocutores válidos frente a Galtieri” (pág. 189). De acuerdo con un alto jefe militar, estos sindicalistas “se reunían con asesores de Galtieri en un departamento de la calle Pellegrini”. “Los sindicalistas sabían que la situación social era muy difícil -explosiva decían algunos- y nosotros también lo observábamos. Esa caldera debía producir un escape, una salida, para que no se agravara la situación” (ídem).

Para esquivar esta crisis, la Junta no pensaba en la guerra, sino en cambiar la política económica del ministro Roberto Alemann. El alto mando militar se reunió para ver cómo se iba a abordar la manifestación anunciada por la CGT que encabezaba Saúl Ubaldini. Un ala, encabezada por el general Saint Jean, propuso autorizarla, porque “consideraba que el gobierno militar estaba en ‘terapia intensiva’, pero aún le quedaba vida” para negociar una salida (pág. 190). La otra, representada por Vaquero y Nicolaides, “consideraba que el acto sindical había que tomarlo como ‘un acto subversivo’. Por lo tanto, enfrentarlo (…) con severidad y violencia (…) Galtieri, presionado, optó por esta segunda visión… había que reprimirlo”.

La represión originó una lucha callejera extraordinaria. Yofre, sin embargo, insiste en su interpretación. Cuando Lorenzo Miguel dice que “fue interceptado por un grupo policial”, advirtió: “Mire que Galtieri se va a enojar si me detiene” (pág. 191). Reconoce, sin embargo, que como consecuencia de la jornada cegetista “en la Casa Rosada se pensó en abortar el desembarco en Malvinas, pero ya no se podía” (ídem). O sea que esta jornada no precipitó el desembarco, como ha interpretado la mayoría -incluso nosotros-, sino que estuvo a punto de paralizarlo.

Objetivamente, el desembarco desvió esta situación hacia un canal nacionalista y desplazó el protagonismo de la clase obrera por el de las clases medias, incluso superiores.

Democracia

Luego de la rendición, Galtieri fue destituido por un golpe y abrió una ‘transición’ política: “La democracia naciente fue hija de la derrota” (pág. 13). Todas las fuerzas políticas habían apoyado la ocupación de las islas, desde la UCR a la Ucedé, así como el peronismo y la izquierda (con la excepción de la entonces Política Obrera, que advirtió que solamente cambiaría de posición si la flota británica se desplazaba al Atlántico sur para emprender una guerra imperialista).

Esta posición recién cambió cuando Haig-Reagan empezaron a trabajar para crear una oposición ‘pacifista’ con vistas a un recambio político general. La iniciativa de volver a la democracia fue tomada por el imperialismo norteamericano. Lo hizo con el consentimiento de la Junta Militar, que desde ese momento trabajó por la derrota argentina y su recambio pactado. Yofre cuenta que el 17 de abril, “al terminar la reunión con Haig y Vernon Walters, el ex jefe de la CIA, (Walters) le dijo al presidente argentino que durante su estadía deseaba conversar con el ex presidente Frondizi, a quien había conocido cuando acompañó a Eisenhower en 1960 en su visita a la Argentina. El comentario fue de cortesía, en tanto que él sabía que tarde o temprano el gobierno militar iba a enterarse de sus planes por el servicio de inteligencia. Walters visitó a Frondizi en su departamento y tras ese encuentro, el viernes 23, el MID hizo público su pensamiento a través de un documento que conmovió a la clase dirigente” (pág. 316). El desarrollismo pasó a la oposición. Alfonsín lo hizo a fines de mayo (pág. 231).

En junio, sin embargo, lo que estaba caldeado era el ambiente popular. Para neutralizarlo, se montó el viaje del Papa a Londres y Buenos Aires, en una clara maniobra para que fuera aceptada la rendición inminente de la dictadura. El brigadier Miret “mostró un informe de inteligencia donde se dice que están dadas todas las condiciones para un clima insurreccional en Buenos Aires y otros centros urbanos en las próximas dos semanas” (pág. 497). Fue la advertencia final para que la Junta destituyera a Galtieri y encaminara el país a ‘la democracia’, por medio de un pacto con los partidos tradicionales -que se convirtieron, de este modo, en los rescatistas del Estado capitalista. Este proceso fue malinterpretado por Nahuel Moreno, quien lo calificó como “el inicio de la revolución democrática”2. Lo curioso es que él había apoyado más que cualquier otro la ocupación de Malvinas, e incluso había intentado conversaciones con la jefatura del II Cuerpo de Ejército.

 

1. Juan B. Yofre: 1982: los documentos secretos de la guerra de Malvinas/Falklands y el derrumbe del Proceso, 2011, Sudamericana.

2. Nahuel Moreno: La revolución democrática, 1982, Marxist Internet Archive.