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7/11/2007|779

El boicot a las elecciones

Las organizaciones que llaman indistintamente a boicotear las eventuales elecciones que se anuncian con poca convicción para marzo o a poner un voto en blanco o programático abusan de la buena fe de sus seguidores. El boicot a las elecciones significa enfrentar a una de las principales instituciones del Estado burgués mediante la acción directa. El voto bajo cualquier forma que sea significa lo contrario, es decir, la participación en el proceso constitucional. Un voto en blanco masivo no es lo mismo que el boicot, para esto último hay que pasar de la masividad del votoblanquismo a la acción directa contra el régimen.


Cuando la verborragia boicotista se limita a disfrazar el voto en blanco estamos en presencia de un fraude político. Es el caso cuando Zamora combina el voto programático para la eventual elección presidencial con la indicación de que luego participaría en las parlamentarias o para jefe de gobierno de la Ciudad. En otros casos, el boicot disfraza una incontenible pasión electoralista, porque le cuestiona a la convocatoria de Duhalde que no esté acompañada por elecciones para el Congreso. Como al zorro no le da el cuero para las presidenciales, dice que están verdes, pero si se trata de meter un diputado quiere hincarle el diente.


La consigna del boicot electoral no guarda, en principio, ninguna relación con el carácter más o menos trucho de la elección, sino con la capacidad del pueblo para quebrarla por medio de la acción directa. Si esta condición no se da conviene aprovechar las elecciones como foro de agitación y de preparación política. La mayoría de los que hoy gesticulan una posición boicotista no ven nada de incorrecto en haber participado de las elecciones de octubre del 2001, nada menos que dos meses antes del argentinazo, una de las mayores manifestaciones de acción directa de la historia argentina. No se autocritican por esta falta de previsión política, ni siquiera teniendo en cuenta que las diversas formas de abstención alcanzaron en esas elecciones uno de sus mayores registros. Pero hacen muy bien en no autocriticarse, porque las condiciones de octubre no eran todavía las de diciembre y porque, como lo prueba el caso de Zamora (y antes de eso el caso de los diputados de izquierda en la Ciudad – que es lo que “avivó” después a Zamora a “volver a la política”), sirvieron para conseguir una influencia que no tenían y conquistar una tribuna parlamentaria que sirvió para acrecentar esa influencia. La corriente que sí promovió el voto en blanco, el Pcr, acabó rechazando el argentinazo, que habría debido interpretar como la coronación de ese voto en blanco, lo que demuestra que era un votoblanquismo no revolucionario sino conservador. El Pcr caracterizó al argentinazo como un complot de los intendentes peronistas del conurbano bonaerense y de inmediato se tiró en los brazos del usurpador designado por la Asamblea Legislativa.


No es porque se limite al Poder Ejecutivo que la convocatoria de Duhalde es trucha, como afirman los apresurados partidarios del voto en blanco. Lo es por razones estrictamente políticas, es decir porque plantea una salida continuista en oposición al reclamo de “que se vayan todos”; lo es porque pretende clausurar la etapa abierta el 19 y 20 de diciembre; y, más concretamente, lo es porque pretende resolver la crisis de poder en beneficio del gran capital y los viejos partidos. El adelantamiento electoral reconoce que se pretende liquidar con él la cuestión del poder, abierta por la rebelión popular y el derrumbe capitalista del país. El ataque a esta convocatoria no debe hacerse, entonces, desde el ángulo de la legitimidad en abstracto sino de la necesidad de completar la rebelión popular y sustituir al gobierno de turno y al régimen político por una asamblea constituyente soberana. Pero para esto no es necesario esperar las elecciones, porque es la cuestión política del momento y porque dejó de ser la cuestión del momento ha dejado de ser la cuestión en marzo. No hay que esperar a marzo para postular la acción directa de las masas. La demagogia boicotista apunta a esquivar la lucha contra Duhalde y prepararse para las elecciones siguientes al Congreso.


Como la posibilidad de éxito de un boicot electoral es un problema de relación de fuerzas, no puede ser postulado con cinco meses de antelación, es esencialmente una cuestión de ese momento. La enorme anticipación del anuncio de los falsos boicotistas es un caso claro de cretinismo político.


Las contradicciones insalvables de la falsa posición boicotista anunciada con medio año de adelanto, no encuentran mejor expresión que en las crecientes evidencias de que la convocatoria en cuestión corre el riesgo de sucumbir ante la crisis política y en particular ante la crisis del peronismo. Las internas abiertas, por de pronto, ya son cosa del pasado. Una candidatura única del PJ es altamente improbable, lo cual significa la posibilidad de que el continuismo fracase desde el arranque. Por como van las cosas es posible que los Duhalde y la patota pesificadora acaben postergando las elecciones para octubre, con un interinato presidencial de Camaño, el presidente de Diputados. Al anunciar el boicot trucho para marzo, los boicotistas truchos corren el riesgo simplemente de “quedar pagando” y hasta es posible que acaben denunciando una postergación de las elecciones que pretendían socavar. Los seudoboicotistas no solamente le dan un tiempo de vida al gobierno hasta marzo sino que se privan de poder intervenir en la crisis actual con una posición a futuro. No es posible decir simultáneamente Fuera Duhalde ya y no vote en marzo.


Este boicotismo trucho no es siquiera ultraizquierdista: no es más que una forma de adaptación al sistema y por sobre todo un callejón sin salida.