La transición histórica del movimiento obrero

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El proceso actual que estamos viviendo como trabajadores exige comprender el momento histórico en el cual estamos ubicados. Resulta interesante el análisis de ciertas continuidades con experiencias de la historia reciente del movimiento obrero.

Desde finales de 1974 hasta el golpe militar de 1976, el movimiento obrero había desarrollado un grado de organización y movilización que no sólo ponía en cuestión la relación de fuerza obrero-patronal a nivel de las empresas, sino que implicaba un profundo cuestionamiento y disputa a la autoridad y contención de la burocracia sindical.

En ese período, el gobierno peronista descargó una descomunal ofensiva sobre los trabajadores. Para los trabajadores, además de luchar contra sus patronales, se ponía en cuestión la necesidad de enfrentar y derrotar a la burocracia sindical y, al mismo tiempo, de dar una lucha política contra el gobierno y el Estado que amparaba el accionar de las bandas fascistas y reprimía abiertamente.

En este marco altamente represivo, el movimiento obrero debió enfrentar un doble desafío. Por un lado, el de la burocracia sindical en términos de contención, disciplinamiento y autoridad a nivel de planta y, por el otro lado, el control que esta burocracia ejercía en la dirección de la central obrera (CGT). Durante las jornadas obreras de junio y julio de 1975, la aparición de las coordinadoras interfabriles venía a suplir así el dilema de cómo lograr resolver, desde las organizaciones de izquierda y agrupaciones combativas, el problema que representaba la proliferación de luchas fabriles aisladas y dispersas ante una central obrera burocrática y pro-patronal.

Lo que está en juego

Hoy, observamos nuevamente a una descomunal ofensiva patronal contra la clase trabajadora. El gobierno kirchnerista (peronista nuevamente) se pone a la cabeza de la reestructuración de la economía en función del pago de la deuda externa y el salvataje de las patronales.

Al mismo tiempo, asistimos al desarrollo de un movimiento tendiente a disputar el control burocrático de las plantas, y a tomar en sus manos, mediante la deliberación y la movilización, las luchas sindicales. El Partido Obrero, ya en la Conferencia Sindical realizada en 2009, advertía que la clase obrera se encontraba en un período de transición histórica que lo orientaba hacia el desarrollo de lazos políticos con la izquierda revolucionaria. Por un lado, como fruto de la renovación generacional vivida en el movimiento obrero (muchos de los que hoy son parte del movimiento obrero activo vienen de experiencias vivas con el movimiento piquetero); por el otro lado, como consecuencia de la clausura de las experiencias y expectativas puestas en la burocracia sindical y los partidos del sistema.

En este contexto podemos comprender la importancia que tiene cada una de estas luchas (como las de Emfer, Lear, Donnelley y los docentes tucumanos) para el movimiento obrero en su conjunto. También podemos ver la importancia política de la existencia del Frente de Izquierda, tanto en el plano de sus propuestas legislativas (ley contra despidos y suspensiones, por ejemplo) como en el plano del lugar referencial/programático que ocupa para el movimiento obrero movilizado.

La Coordinadora Sindical Clasista cumple un rol estratégico en la coordinación de las luchas obreras para frenar el ajuste patronal y en la organización de los trabajadores que luchan por superar la camisa de contención burocrática sindical. Pero éste es sólo un aspecto de una tarea necesaria: desarrollar la independencia política de la clase obrera y los trabajadores, y unificar todos los campos de acción del movimiento obrero en un único y elaborado planteo político superador; éste es el lugar histórico de la convocatoria a un congreso por la unión del movimiento obrero y la izquierda.

Javier Entrerriano