A “inseguro” no se lo llevaron preso

La inseguridad, sus negocios y el "monopolio" del control represivo

Ningún defensor del sistema capitalista saldrá jamás a anunciar su crisis o una crisis política derivada de esta otra, porque cualquier idea catastrófica generará una reducción en la demanda, en el consumo, en la inversión, por un temor (entendible) de la población a gastar. Se modifica entonces la propensión marginal al consumo y al ahorro (en general, del ingreso familiar, 20% se ahorra y 80% se gasta), la gente ahorrará lo más que pueda para afrontar la crisis con un colchón más inflado. Por consiguiente, el empresario (que había planificado su inversión según otros datos) tendrá un sobrante de productos. Mercancía que intentará colocar “cueste lo que cueste”.

¿Cómo lograr insertar esos productos que la gente no quiere comprar o no necesita? Aquí entran en el juego la publicidad y el marketing. Ese arte de “enchufarnos” aquello que no necesitamos, creándonos la necesidad y logrando que como zombis al otro día nos encontremos comprando el producto. Incluso hasta logrando la invención o modificación de hábitos culturales. En este sentido aparecen, por ejemplo, los celulares para los jóvenes y niños, abriendo un mercado laboral que tiempo atrás era limitado sólo para los adultos. Pero también entran en el juego, los medios de comunicación y los opinólogos de la farándula.

Datos que no son noticia: la manipulación de la información

Según datos del Indec de 2006 (última actualización), del total de muertes en nuestro país el 30% fueron por enfermedades del sistema circulatorio, el 19% por tumores malignos, el 14% por enfermedades del sistema respiratorio y el 6,5% por causas externas -entre las cuales los accidentes son el 5,3%-, mientras que “otros” es el 2,8 restante. Este “otros” se refiere a los homicidios dolosos, la noticia de cada día en los medios periodísticos de nuestro país. La Argentina (como muchos otros países) no ha actualizado sus datos sobre homicidios desde 2007. Pero esta última estadística de la Dirección Nacional de Política Criminal es muy jugosa para analizar. Las muertes se calculan a nivel mundial en un promedio cada 100.000 habitantes. La Argentina tiene un promedio de 5,26 en homicidios dolosos (con intención) y 9,61 en homicidios culposos en hechos de tránsito (sin intención y en accidentes automovilísticos). Los datos de Estados Unidos son de 5,4 en homicidios dolosos. Honduras, 50. Sudáfrica, 38,6. Brasil, 25 (2006). Paraguay, 12 (2006). Venezuela, 45 (2006). Dinamarca, 0,79. España, 1,2 (2001). Es decir que la mayor cantidad de muertes en nuestro país se produce por enfermedades y por accidentes de tránsito (caso Pomar), ambos casos no son noticia. Además, nuestro promedio de asesinatos es similar al de Estados Unidos, mayor que el de los países europeos, pero mucho menor que el de Paraguay, Sudáfrica, Brasil, Venezuela. Este dato golpea los argumentos de sentido común referidos a “esto sólo pasa en Argentina”.

Es más que interesante desglosar los datos estadísticos de los homicidios en nuestro país. Del total de los homicidios en ocasión de robo, el 53% ocurre en la vía pública, el 29% en el domicilio particular, el 13% en los comercios y sólo el 1% en el interior de los automóviles. Contrariamente, el análisis periodístico superficial de las últimas semanas anunció que hay una escalada de homicidios en ocasión de robo de autos o motos: falso. Otro cálculo vibrante es que del total de asesinatos sólo el 22% ocurrió cuando se intentaba robar, o sea, la mayoría de las matanzas son por otras causas entre las cuales se cuentan conflictos familiares y ajustes de cuentas. El último dato del informe que llama la atención es el de las víctimas: el 93% civiles, el 1% policía en servicio y otro 1% policías fuera de servicio. Sin embargo, ha sido noticia en varias ocasiones, el alza de muertes de efectivos policiales, victimizando al aparato represivo cuando los datos reales son bajísimos.

Los números hablan por sí solos. ¿Ese “¡Nos están matando a todos!” de Mirtha L. tendrá como referencia las enfermedades cardiovasculares? ¿Esa declaración “si prendés la tele y muere gente todos los días; a mí no me interesa la Bolsa” de Susana G, tendrá que ver con los accidentes de tránsito? No, tiene que ver con un lobby, una armazón de terrorismo mediático impulsado desde los grupos de elites que los benefician de muchas formas: generan una parálisis en el pueblo (un estado de sitio implícito) que impide a la gente salir, conversar con el vecino, solidarizarse, organizarse, plantear soluciones para su clase; cambian el foco de la atención de la crisis económica (Susana lo dijo muy clarito “a mí no me interesa la Bolsa”) y la crisis política que ésta genera en los gobiernos de todos los países; abren nuevos mercados o resurgen mercados muertos por la mismísima crisis económica.

Beneficios económicos del terror

¿Cúal es la industria que crece de manera ininterrumpida (y silenciosa) llueva o truene? La industria de la seguridad privada y la tecnología al servicio de ésta. Las empresas de seguridad privada registran un promedio de crecimiento anual del 4% en forma sostenida, la compañía ADT de instalación de alarmas tuvo un incremento de ventas del 20% en el último año, la Cámara de Industrias Electrónicas, Luminotécnicas, Telecomunicaciones, Informática y Control Automático (Cadieel) vio incrementar la demanda de sus productos entre un 13 y un 15% (más de 450 millones de dólares). Entre lo que se ofrece en el mercado para combatir la supuesta “inseguridad” se encuentran: alarmas (generó una entrada de 1.700 millones de pesos), iluminación con detector de movimiento (6 millones de pesos), porteros eléctricos con visor (76 millones de pesos), blindaje de autos (40 millones de pesos), entre otros.

El Estado Nacional es cómplice de este negociado, porque permite la proliferación de un ejército paraestatal de “vigilancia privada”. De cada tres vigilantes no oficiales, hay uno oficial. Llegan a facturar 10 mil millones de pesos al año, la misma cifra que está planificada en el presupuesto 2010 para la Policía. Algunos se alarman porque el Estado ya no monopoliza el control de la represión y no puede competir contra la reproducción de la seguridad privada. Al Estado le sirve. Comparte el control de la fuerza con un grupo paraestatal que persigue los mismos objetivos: la división de clases, el sostenimiento de la clase burguesa en el poder y la represión de la clase trabajadora. Se dan una mano mutuamente. Una vez más queda al descubierto el rol de clase del Estado. Un modelo alternativo de sustitución del control represivo burgués; o sea, organizado por vecinos y trabajadores, no sería avalado bajo ningún punto de vista por el Estado.

Los negocios de la burguesía, fogoneados por los medios de comunicación masiva y por los ricos y famosos, tienen que ser denunciados como tal, como negociados, pero no tienen que distraernos del centro de la atención: la lucha por nuestras reivindicaciones de clase.