A los mártires del Argentinazo

En la tarde plena de diciembre,

discurren los sueños liberados.


entre estampidas y agravios,

afloran los estandartes dignos, humillados.


Ay, tanto olvido y tanto escarnio.


A lo lejos, vibran las sobrias cacerolas

de la víspera rebelde.


El dulce combate avanza estoico,

hacia su destino de plaza incierta,

donde los pechos gallardos desafían,

a las hordas despiadadas y asesinas,

de los impunes cobardes de la inquina.


Que se vayan todos, insinúan

peregrinos vientos insurreccionales,

y asoma por fin la voz bella,

voz de historia incontenible,

timbre de revolución perenne,

que recupera la palabra postergada: 

grito de pueblo y canto.


Ansia de justicia redentora,

marchando entre fuegos y sangre,

que no se detendrá ante las balas genocidas,

ni cejará su aurora.


Llanto de nuevo día,

que alumbra la terca alegría.


Noble savia de los mártires indemnes,

pariendo las flores del futuro inexorable.


Que se vayan todos, que no quede ni uno solo.


Porque el hombre nuevo nace,

de la siembra hermosa:

de la ofrenda inmaculada,

de la sangre derramada.