Acerca del debate sobre cerebro, mente y pensamiento


Sobre la nota de J.V. se ha desatado un interesante debate, en la cual los compañeros que aportan al mismo distorsionan —a mi juicio- el contenido de la nota original.


Que haya una relación material entre la constitución fisiológica del cerebro en relación a sus funcionalidades, y que ésta haya evolucionado, no reduce las operaciones mentales a una adecuación fisiológica, aunque ésta sea una de las resultantes de tal aprendizaje.


Hay que tomar la materialidad de las operaciones mentales que derivan en ‘la mente’ en un sentido amplio.


En primer lugar, la configuración sináptica y fisiológica de todas las operaciones del cerebro son la base subyacente de sus operaciones. Pero no las determinan linealmente.


Operan contradictoriamente con una cantidad de estímulos que hacen a la vida del sujeto. Y a las conclusiones que tal sujeto haga de esa experiencia, es decir, su aprendizaje.


Esta realimentación entre la base material (sináptica y fisicoquímica) y la experiencia, que a partir de ese sistema llega a tener una existencia tan material como las mismas neuronas, es la que podemos catalogar como ‘mente’ en el sentido de la personalidad, capacidades, etc.


Esas ‘rutas’ cerebrales, llamadas engranas, tienen una materialidad de una calidad distinta. Pero igualmente materiales, por imponderables que hoy puedan parecer.


En el campo de la inteligencia artificial los autómatas celulares, las redes neuronales y la programación genética, pretenden emular el mecanismo de aprendizaje del cerebro humano (y de mamíferos superiores, además del pulpo y los delfines, hasta donde hoy puede saberse).


Pero que puedan emularse los principios básicos de la sinapsis cerebral no significa que el proceso mismo sea transparente. Las operaciones individualizadas de una sinapsis son una categoría diferente a las del pensamiento, totalización de miles de millones de sinapsis simultáneas. El todo es superior a la suma de las partes.


Por ejemplo, se ha patentado un modelo de antena, que no fue inventada por ser humano alguno, sino por un programa desarrollado por ‘el inventor’, el cual ha dotado al programa de ciertas premisas y habilitado operaciones recurrentes hasta hallar la solución óptima, a partir de esas premisas generadas por el programador.


Las operaciones internas de tales sistemas no son evidentes, y en un sentido amplio, tampoco ‘lógicas’, no hay una evolución de operaciones secuenciales que derivan de ciertos principios o axiomas. El programa no sabe nada de electromagnetismo, ni ‘conoce’ las ecuaciones de Maxwell.


Un ser humano no encararía el problema así, ni el programa puede — al menos al nivel de la técnica actual—  encarar ‘humanamente’ nada.


Estos progresos, que han dejado hace algún tiempo el ámbito experimental para plasmarse en utilidades (por ejemplo, los traductores de idiomas, el desarrollo de medicamentos y máquinas de modo automático), fueron inspirados en analogías con la evolución natural y el funcionamiento sináptico.


Descubrimientos y desarrollos que son de por sí una victoria del materialismo dialéctico.


Pero estos logros precursores no hacen más que realzar la enorme complejidad de los mecanismos cerebrales.


No se ha logrado — aún, ni hay perspectivas inmediatas de lograrlo-  ninguna entidad que asuma consciencia de sí misma.


Con respecto a la complejidad cerebral se descubrió, por ejemplo, que en lesiones graves unas partes del cerebro pueden readecuarse para suplir funciones atrofiadas, correspondientes a otras.


A su vez, estudios topográficos y de resonancia magnética han demostrado que ante patrones repetitivos el cerebro trabaja con partes diferentes y con distinta intensidad.


Lejos de una dependencia lineal de la subjetividad a la objetividad, hay una relación dialéctica entre la primera y la segunda (idea ampliamente desarrollada en ‘El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre’ de Engels).


En contrapartida, situaciones extremas han llevado a una bestialización a personas cultas. Una expedición polar compuesta por personas experimentadas y solidarias, luego de meses de inanición terminó en el canibalismo.


Sucede que en un sentido, esas personas no eran ‘las mismas’ (no sólo por el hambre y las privaciones), sino porque la falta de alimentación había debilitado la materia gris, esa parte de la corteza cerebral, donde literalmente reside la civilización.


Ante el debilitamiento de las funciones superiores las funciones básicas toman el mando; el cerebro es una superposición de modelos complementarios y contradictorios (las funciones de alimentación, territorialidad, competencia residen en su parte más profunda, el ‘complejo R’, un cerebro de reptil que convive con las otras capas evolutivas y que todos llevamos dentro, aún PV).


La estructura cerebral no determina en primera instancia la personalidad. Pero, en última, sí.


Respecto al psicoanálisis, recordemos que los indudables aportes científicos de Freud tienen distintos alcances, unos son generales (el subconsciente), otros refieren a una etapa de la organización social humana y a formas específicas de ésta (la organización familiar, básicamente ‘occidental’). No es un cuerpo homogéneo (‘Pulsión de muerte’). Hay que tomarlo selectivamente.


Por mucho que les duela a los ‘humanistas’, las ciencias humanas son las más afectadas a la constitución clasista de la sociedad y por tanto sus aportes están circunscriptos por esta etapa histórica.


Volviendo a los aportes de Freud, como toda conquista científica, la aplicación de su método trasciende su objeto inmediato, pero remitir el funcionamiento cerebral y su derivación en la mente a la psicología es degradar mutuamente ambas disciplinas.


En síntesis, atacando artificialmente el ‘materialismo vulgar’ del artículo que originó este debate, quienes lo hacen muestran más bien su comprensión débil del materialismo de los procesos cerebrales que derivan en ‘la mente’.


Sin duda, los primeros pasos en este camino son aún precarios y sujetos a un mar de conjeturas. Pero menospreciarlos es repetir la fábula de la zorra y las uvas, para proponer… ¿Qué?