Avatar. No sólo una película de taquilla

Son las dos de la mañana. Llego a mi casa tras tres horas de disfrutar de Avatar en tridimensional.

Hermoso ejemplo de lo que se puede hacer con el avance tecnológico y su aplicación en el arte.

Lo primero que hago es leer la “crítica” de Judas publicada en PO.

Esa lectura me hace pensar que a Judas le gustó muchísimo, pero como no hay que olvidar que las ganancias terminan en los capitalistas, hay que desmerecerla para concluir que su guión es similar a “Pocahontas” o “Danza con Lobos”.

Esta producción cinematográfica ha generado reacciones en todo el mundo.

Los norteamericanos se sonríen, porque a pesar de las palizas de Vietnam y Afganistán, no han abandonado su imaginario de indestructibles, pagados de su desarrollo militar, aún se mantienen en la creencia que los pueblos no pueden ganarles con flechas. Pragmáticos, siguen contando los dólares de la recaudación y posiblemente les darán el Oscar.

Los chinos que saben tanto de revoluciones como contrarrevoluciones, la tienen clara y prohibieron la emisión de Avatar. Ellos saben del poder de miles de personas organizadas bajo la determinación de enterrar un régimen de explotación. Aterrados que la gran masa hambreada descubra Avatar y sin anestesia ni riesgos, “la desaparecieron”.

El editorialista de Clarín, que vivió el Argentinazo, alerta sobre el mensaje “violento de Avatar” y aunque no llega a revindicar a los chinos, porque, claro, está lo de la libre expresión, se le enota que ganas no le faltan.

En Avatar, no sólo se plantea la lucha de los pueblos unidos contra el imperialismo, sino también plantea la legitimidad de usar la violencia revolucionaria contra la violencia capitalista.

También plantea la inviabilidad de la neutralidad ante la lucha contra el imperialismo (lección para algunos científicos, intelectuales, pacifistas e incluso humanistas), en Avatar hasta la naturaleza y las fuerzas divinas abandonan la neutralidad y acompañan la rebelión de los pobladores.

Esta bien, concedamos que no explica con profundidad grandes cosas, pero qué bien se siente, aunque sea en una ficción, que los verdaderos buenos sean los que ganen.