[DEBATES] Feminismo, patriarcado y método

Con respecto a los debates sobre lenguaje inclusivo, “deconstrucción”, feminismo… Hay que tener mucho cuidado en no caer en esquematismos simplistas, los cuales si bien pueden presentar alguna ventaja a la hora de explicar ciertos fenómenos, limitan una comprensión más profunda y por lo tanto nuestra intervención en ellos. En la nota del correo de lectores de Prensa Obrera “La lengua, ¿es machista?” se presenta, luego de exponer muchos de los argumentos desarrollado en el excelente artículo “La lengua degenerada” que estuvo circulando por las redes sociales en los últimos días (y que invito a leer), una cita que contradice todos estos argumentos en favor del lenguaje inclusivo, con lo que la nota termina diciéndonos poco y nada. La cita es de Olga Viglieca y dice lo siguiente: 


“el feminismo es una teoría de la conciliación de clases y el denominado lenguaje “inclusivo” es “una práctica política que pretende eliminar la oposición entre clases, sustituyéndola por la presión entre los sexos”.


Nótese el uso del término “SEXOS”. El no hablar siquiera de género es una muestra del esquematismo reduccionista llevado a su máxima expresión, al precio de anular no sólo ríos de tinta sobre el tema sino décadas de lucha política por parte de corrientes feministas, personas trans, comunidades LGTBIQ, entre otros. Tener que recordar en estos tiempos que el género es una construcción social que no tiene nada que ver con el sexo es sintomático de la existencia de posiciones retrógradas a las que somos capaces de caer guiándonos por estos esquematismos que intentaré exponer a continuación. 


En primer lugar, hablemos de feminismo. El feminismo no tiene un signo igual a “feminismo burgués”, de hecho este último término es el que se presenta en la actualidad como una contradicción en sí misma, un oxímoron. El hecho de que dicho concepto haya servido hace cien años a las militantes socialistas para diferenciarse de las sufragistas no implica que esto aplique para la situación actual.


Recordemos que las sufragistas de principios del siglo XX, era un movimiento mucho más homogéneo que nuestra marea verde y era liderado por mujeres de la burguesía como Emmeline Pankhurst; la impronta de clase que le otorgaron estas líderes al movimiento sufragista es claro al ver cómo éste cerró filas con las burguesías nacionales (masculinas) en la Primera Guerra Mundial, postergando las reivindicaciones de las mujeres y haciéndole el caldo gordo a los intereses del imperialismo con consecuencias fatales para los pueblos del mundo. En ese contexto, la “delimitación tajante” era una tarea de primer orden en la lucha política por ganar a las mujeres a la comprensión de que la única manera de avanzar en sus derechos civiles y salir de la hambruna era luchar contra la guerra y contra el capitalismo que se extendía como forma de organización social erigido sobre la opresión de aquellas para una mayor y eficaz extracción de plusvalía del conjunto del proletariado. La revolución de octubre fue una enorme lección en ese sentido, avanzando en materia de derechos e igualdades políticas para las mujeres más que ningún otro país del mundo. 


Hoy no hay un movimiento como el de las sufragistas. La marea verde es más bien heterogénea, polisémica y va definiendo su programa en la acción,  es en ese rumbo en el que tenemos que dar una pelea. El feminismo -como concepto pero más que nada como sentido de pertenencia y de identidad ligado a un conjunto de reivindicaciones- se define también en la acción y es por lo tanto un terreno de disputas del orden práctico ¿a dónde vamos? ¿cómo vamos?, claro que el hecho de que logremos una claridad sobre este punto como organización política no implica que inmediatamente vaya a imperar nuestra orientación, pero es por lo menos la base desde la cual intervenir en el debate. 


El feminismo consiste en enfrentar la opresión de género que recae sobre las mujeres y las disidencias sexuales desde tiempos remotos que exceden la historia del capitalismo. Esa opresión, sedimentada por siglos de desigualdad y sometimiento, se proyecta en todos los aspectos de la vida cotidiana, desde lo más macro a lo más “micro” (pongo las comillas porque es relativo y depende del caso lo que pueda ser experimentado como micro, podríamos pensar por ejemplo que las relaciones interpersonales son micro al lado de los salarios diferenciados y toda una estructura económica de dominación patriarcal, sin embargo para una mujer golpeada o para unx niñx trans que sufre las burlas de sus compañerxs de escuela al punto de generarle trastornos psicológicos, la experiencia de lo “micro” pasa a un primer plano y deja de ser tan micro). 


La “deconstrucción” (aprovechando otra polémica abierta por el correo de lectores) tiene que ver con hacernos conscientes sobre cómo el machismo nos atraviesa y transformarlo. Este cambio no es para nada individual si pensamos que es justamente un enorme movimiento de mujeres en las calles y en la escena pública en general el que está haciendo visible el machismo y pujando para subvertirlo. Oponer lo individual a lo colectivo es un esquematismo simplista que no aporta nada productivo. ¿Acaso quienes sostienen esta división piensan que la marea verde o una gran parte de ella que se considera feminista lucha por deconstruir las relaciones interpersonales “individuales” en contraposición a cambios “colectivos”? Esta forma de pensar hace oídos sordos incluso al propio movimiento que se pronuncia hasta en sus cánticos por voltear al patriarcado que caerá “junto con el capital”. 


El patriarcado es hoy el patriarcado del capitalismo imperialista que ha alcanzado un grado de concentración sin precedentes en la historia mundial, donde el 1% de los habitantes del planeta concentra más riquezas que el 99% restante. En ese sentido, ya no alcanza con hablar de desigualdad, como en los años setenta. Nos encontramos ante una especie de mundo re-feudalizado, donde un pequeño grupo de propietarixs son dueñxs de la vida y de la muerte en el planeta, con un poder de magnitud anteriormente desconocida que lxs hace inmunes a cualquier tentativa de control institucional, volviendo ficcional todos los ideales de la democracia y de la república. En un mundo de dueñxs, que conlleva como contrapartida vidas cada vez más precarizadas para las mayorías, los hombres, preparados socialmente para ser pensados a sí mismos como sujetos potentes, son precarizados -emasculados de su potencia- principalmente, por las condiciones económicas que le imponen una incapacidad de acceder al empleo, a la educación y a las diferentes formas en las que los individuos nos mostramos potentes. Esa frustración e impotencia (y no el avance de las mujeres en posiciones y libertades como muchas veces se piensa) es lo que los lleva a la búsqueda de control desesperada, haciendo que se lancen contra los cuerpos de las mujeres para manifestar ahí una partícula de control al que los hombres están obligados por el mandato de masculinidad, sustentados por toda una pedagogía de la crueldad  asociada al lente mediático y a la constante búsqueda del poder de disciplinar a las mujeres y a  todo lo que parece conspirar y desafiar su control y sus jerarquías, como una necesidad permanente del régimen de dominación de autolegitimarse y reproducir el orden social (sobre estos temas ver Rita Segato). 


Esto ha dado lugar en los últimos años a un brote de violencia contra la mujer que es inédito para la Argentina: una mujer muere cada 26 horas y una de cada cinco mujeres es abusada en su infancia,  donde el 80% de las veces el atacante proviene del entorno familiar; ni hablar de los abusos cotidianos públicos y muchas otras formas de violencia que sufrimos las mujeres y aún peor las personas trans y cuerpos disidentes. A todo esto se suma la  desigualdad salarial y de derechos en general, el mandato de ser madres y las tareas domésticas, los estereotipos, las relaciones heteronormativas y una educación sentimental que nos clasifica entre seres “sensibles” y no “sensibles”, entre tantas otras cosas.


Es decir, quienes nos decimos feministas estamos diciendo: somos conscientes de todo ese sistema patriarcal que nos oprime y nos rebelamos. Por supuesto que este sistema va mucho más allá de las relaciones interpersonales y el lenguaje pero también se expresa allí y por eso lo combatimos. Está claro que hay y va a haber oportunismo creando confusión, adjudicándose, por ejemplo, el feminismo como “transversal” a las clases sociales; nuestra tarea será recordar que al status quo o se lo conserva o se lo combate y en ese punto se está de un lado o se está del otro. 


Combinar la decisión de lucha por parte de todo un sector de la sociedad que dijo basta, con la experiencia organizativa y los métodos revolucionarios que llevaron a la revolución obrera triunfante del octubre rojo es el gran desafío actual. Marchamos hacia grandes cambios a nivel global, nos vamos haciendo paso transformando todo lo que se nos pone en el camino y en esa marcha nos vamos haciendo más libres. El “empoderamiento” tiene que ver con esa libertad y es lo siguiente: no aceptamos más el rol que socialmente nos han asignado a las mujeres y todos los seres que devenimos “otrxs" del hombre blanco occidental y heterosexual. Oponerse a esos cambios por más insignificantes que pueden parecerle al ojo observador que no los experimenta sería como oponerse al sufragio femenino en su momento o a cualquier conquista de derechos y reivindicaciones. 


La “doble opresión” (de género y de clase) contra la que luchamos, mutuamente arraigadas y combinadas para la reproducción social del régimen capitalista y patriarcal, nos pone ante la necesidad de dar una doble batalla, igualmente imbricadas: todo avance ante una u otra forma de opresión empuja hacia delante la otra. Consciente de ello, la izquierda organizada arenga a la clase obrera para que siga los métodos del movimiento de mujeres en su lucha por el aborto legal. La cuestión consiste en si se considera que el “empoderamiento” y la “deconstrucción” que hacen a un conjunto de cambios en las formas de relacionarnos es una conquista (que, es necesario decir, es producto únicamente de la lucha), o no. Será apenas un avance parcial y no atraviesa de igual manera a todos los sectores sociales, hay una fuerte marca de la juventud, del estudiantado, de lo urbano. Pero por más parcial que sea es evidentemente un avance y está de este lado de la balanza; del otro lado está la iglesia, el estado clerical y ajustador, las patronales flexibilizadoras y la burocracia sindical, y por supuesto, los partidos políticos que le votaron las 100 leyes a Macri sin distinción de género, es decir: el régimen y sus instituciones. 


Considerar a estas transformaciones en materia de género como “insignificantes” o contrapuestas a las luchas por cambios estructurales es un esquematismo que sólo nos lleva a retrasar nuestro accionar en la marea verde que, estoy convencida, tiene el poder de ejercer un peso significativo en la balanza. Aquí radica la clave “dialéctica” y revolucionaria que nos compete: nuestra capacidad de comprender la realidad dinámica y su movimiento, dilucidar los momentos para generar transformaciones profundas y crear un canal para ello.


Seguramente el lenguaje inclusivo o la deconstrucción de los machismos en las relaciones interpersonales no contengan per se la solución para destruir el capitalismo ni el patriarcado, lo sabemos, no es eso lo que está en discusión sino en última instancia una cuestión de método y sí una toma de posición  (y por supuesto actuar en consecuencia) sobre esta liberación que los géneros oprimidos nos estamos forjando -y que como militantes nos condiciona más allá de las decisiones políticas partidarias. No es casual el hecho de que haya sido la lucha por el aborto, por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, el que haya explosionado todo esto (hay aquí un dato «objetivo» que sería interesante analizar). Bienvenido sea el feminismo, compañerxs. Nos pongamos a discutir cómo profundizar este enorme movimiento y unificarlo en un programa contra este régimen mundial de explotación, subordinación y guerra que ya está en jaque en términos económicos y que no va a dudar en utilizar a sus diferentes agentes para desvirtuarlo. 


Feministas piqueteras… tiembla Macri en la Rosada.