Elsa

Jorge Flores, militante del Frente Amplio

Mire usted la calle. ¿Cómo puede usted ser indiferente a ese gran río de huesos, a ese gran río de sueños, a ese gran río de sangre, a ese gran río?

Nicolás Guillén

 

Para los antiguos griegos había algo peor que la muerte. Y era el extrañamiento, el exilio. Arrancar a una persona del lugar donde nació, se crió, se enamoró, donde queda todo un ayer detrás que ya no es sólo un ayer, sino un nunca más.

Elsa Rodríguez, desde 1984, es una de las uruguayas que -como cientos de miles de uruguayos desde Artigas, el primer exiliado- hasta hoy, padecemos la condena del extrañamiento. Cada día, el paisito se vuelve más añorado, el tiempo se vuelve polen que, al mirar atrás, nos nubla la familia, los compañeros de rayuela, la escondida, los trompos de mil colores.

Poco a poco, se borran nuestros amigos y compañeros. Los que estamos lejos somos un recuerdo que se va apagando como las luciérnagas del campo. Nos fuimos y nos llevamos las luciérnagas que ya no hay en Uruguay. Elsa, al igual que muchos, seguramente sintió como un morir el irse del paisito, pero la vida nos hace desmorir, y al abrir los ojos, como dice el tango nos damos cuenta que el mundo sigue andando.

Hace años ya, cuando sus hijos eran aún peques, se le incendió la humilde casilla donde vivía en Berazategui, provincia de Buenos Aires. Eso fue casi la muerte social. Nadie le tendía una mano, había perdido hasta su identidad en el incendio, sola, cargada de hijos, sin documentos. Sin una organización de los compatriotas que la pudiéramos ayudar, la porfiada desmoridora encontró en el Polo Obrero quienes le tendieran una mano a cambio de nada. Así comenzó una vida de militancia al servicio de los demás.

El 20 de octubre de este 2010, con 56 años, siendo empleada doméstica, con siete hijos y trece nietos, fue a las vías del Ferrocarril Roca a defender el derecho de los trabajadores del ferrocarril que reclamaban por los derechos de dignidad que merece cualquier obrero. Kierkegaard decía que quien no vive poética o religiosamente es un tonto. La vida de la uruguaya se había convertido ya en poesía. Si la no resistencia al mal implica resistencia al bien, nuestra luciérnaga deslumbraba por su lucha a favor del bien. Su fuego, fue uno de esos fuegos que -al decir de Galeano- arden la vida con tantas ganas que no se los puede mirar sin parpadear, y quien se acerca se enciende.

Ninguna bala cobarde puede con una luciérnaga tan encendida y desmoridora.

Luciérnaga oriental, tus compatriotas te saludamos. EMOCIONADOS.