La carpa de Conde Olgado

Jorge Antonio Gait (Resistencia)

Señor director:

Todavía recuerdo los versos del poeta latino que, en 1960, nos leía el padre redentorista Juan Firnys para enseñarnos a ser hombres con voluntad firme: “Al hombre justo y tenaz en sus propósitos, aunque el mundo se desplome hecho pedazos, las ruinas lo encontrarán impávido”.

No considero exagerado aplicar estos versos al ciudadano, al trabajador, al padre de familia Miguel Bendito Conde Olgado, quien desde hace casi una década -firme y tenaz en sus propósitos- permanece impávido en la carpa de Secheep, reclamando con total dignidad la reparación de sus derechos laborales y humanos. Podría hablar de muchas cosas; pero, como dijo Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Todo se inició con un acto de injusticia y persecución laboral por parte de funcionarios de Secheep, que creyeron que con el despido terminaba todo. Pero no contaban con la conciencia y la tenacidad de Miguel Conde Olgado, quien transformó su infortunio personal en una carpa de protesta, que es una cátedra de docencia ciudadana, de cómo debemos defender nuestros derechos contra los abusos de los funcionarios. Yo, que he pasado por la dirigencia estudiantil, política y gremial, y por la docencia secundaria, terciaria y universitaria, y concurrí muchas veces a solidarizarme con la Carpa Blanca de los docentes en la Plaza del Congreso, y he sido abogado y asesor de diversos gremios, puedo testimoniar que jamás he visto en todo el territorio nacional un caso como el de Miguel Conde Olgado. Han pasado ya dos administraciones -Rozas y Nikisch- y está en curso la administración Capitanich y la herida sigue abierta, porque la carpa está ahí, porque nadie ha reparado la injusticia. Todos nos podemos hacer esta pregunta: ¿qué sucedería en el Chaco y en todo el país si el 50% de los argentinos reclamara el respeto de la Constitución y de sus derechos, con la misma firmeza y tenacidad de Miguel Conde Olgado? La carpa es el testimonio de un simple trabajador con conciencia de sus derechos, es un acto de docencia, es un reproche a todos y es una herida abierta que nos acusa y cuestiona por nuestra flojera. Pero es algo más: es un acto injusto del Estado y de la sociedad; porque, como dijo Montesquieu: “La injusticia cometida contra un solo hombre es una amenaza contra todos los hombres”.