Lapacho y mujeres. Un viaje al Encuentro

Marga Chiaro. Magdalenas-Segunda Generación, Estación Junín

Hacía mucho que no me tomaba un fin de semana largo para salir de mi ciudad. Aún algunos dolores no me decidían a descansar el cuerpo.

Se realiza el XXV Encuentro Nacional de Mujeres. Una amiga me invita. Yo me enteré de su existencia en años anteriores. Así que, más o menos, sabía de qué se trataba. Mujeres de distintas organizaciones, grupos y personalidades vinculadas con el movimiento de mujeres, organismos de derechos humanos, del ámbito académico y científico, trabajadoras de salud, sindicatos, etcétera, todas juntas debatiendo temas en los que el Estado históricamente ha maltratado y dejado endémico.

Así que partí a la madrugada con las compañeras del Plenario de Trabajadoras. La espera en la terminal de ómnibus, siempre atrasado, resaltaba la ansiedad en nuestros ojos con sueños.

Salimos a la ruta y una pampa chata por delante dejó nuestra dormidera a su voluntad bajo el solcito del amanecer.

Después de traspasar el río por el túnel subfluvial, pincelazos púrpura, amarillos y blancos dieron el marco a Paraná.

“Lapachos”, dijo mi amiga Sonia, que sabe mucho de plantas. Y eran tan bellos que invitaban a la bienvenida y cuando recorrimos esa larga avenida con el taxista contándonos intimidades de su ciudad, nada importaba porque yo iba mirando tantos lapachos en flor.

Con el sol vertical llegamos a la escuela donde pernoctaríamos. Un gran patio colmado de mujeres comiendo su ración, cocinada por hombres. ¿Cuántos pollos asaron? -Seiscientos -me dice un compañero.

Había muchos talleres para asistir, distribuidos en 25 escuelas. Quería estar en todos y no me decidía. Si elegía uno, tenía que seguir en esa comisión para el último día hacer las conclusiones. Trata… Trata de personas. Ese. Y allí partimos y otras compañeras a otros y a otros… El taller estaba tímido y yo sabía que quería ir a escuchar… después festival, después salir… pero el cansancio retomó la caminata a nuestra escuela y la cena, y charlar la experiencia. Las mujeres… éramos tantas que no teníamos lugar donde estirar nuestro cuerpo. Lo dejamos descansar sin ninguna resistencia en los asientos del colectivo, lo apoyamos, como olvidado. Hacíamos larga fila en el baño para refrescar la cara y lavar la boca y los dientes blancos para que se escuchen nuestras palabras.

Descubrí la palabra ‘ablandamiento’ y su significado cruento. Testimonios de cuerpo entero me hicieron reafirmar las intenciones de los chacales televisivos haciendo apología del delito.

El tema principal de este Encuentro fue la proclamación de la despenalización del aborto. Aborto legal, seguro y gratuito.

El entusiasmo se contradecía con mi cansancio, las veredas se convertían en un sinfín donde nunca llegabas a las esquinas, las piernas eran plomo encayado, pero con la decisión de avanzar. A palabra viva en los talleres para que se escuchen nuestros derechos, entonces entró la intolerancia con sus venias, sus cruces y sus mandatos a lastimar a las compañeras.

Y sigue la obcecación y siguen las antiparras para no ver la realidad de las miles de mujeres que mueren año a año por abortos clandestinos. O sea, el aborto existe.

Y llega el día de la asamblea y la plaza se llena de mujeres de colores que se mezclaban con los paños bañados de artesanías típicas.

Nos arremolinamos bajo el sol que parecía no perdonarnos la impudicia de organizar nuestros derechos que, a viva voz, iban creciendo desde los árboles.

Las calles se ensanchan de mujeres que caminamos, cantamos, nos miramos… reforzamos fuerzas, entusiasmo, cuando vemos en una esquina, tras una valla, a un grupo de hombres de camisa blanca con las manos en rezo, balbuceando un ave maría que sus ojos buscaban en el cielo por no atreverse a mirarnos y como fondo las paredes enormes, imponentes de la Iglesia. Postal surrealista me dije. Pero no, la fila de ‘uniformados’ que los cuidaba me sacudió en realidad.

Cincuenta cuadras de Paraná se abrieron despanzurradas a nuestro paso y alguna que otra cabeza tímida se asomaba de la ventana de algún edificio alto, pero más alto trepaba nuestros pedidos, nuestros cánticos hasta recibir la noche y sentar nuestro cansancio en un abanico sobre el asfalto. Más aplausos a las voces que estuvieron militando.

Hoy, antes de escribir estas palabras, busqué en internet el significado de ‘lapacho’ y lo primero que leí fue: ‘planta curadora…,’ entonces, no leí más.

14/10