Lo que sopla en el viento

Alejandro Szwarcman

“The answer my friend / is blowin’ in the wind…” (Bob Dylan)

El fantasma no murió. Obvio, los fantasmas no mueren, sino no serían fantasmas. Viven eternamente y hasta colean…, como los barriletes. Bueno, la cosa, según parece, es que un fantasma empecinado, no un barrilete, nuevamente recorre el mundo. No es fácil verlo a simple vista, pero este espectro descarriado, según cuentan quienes lo han visto, se regodea agitando los ámbitos donde la timba del capital financiero internacional hasta no hace mucho jugaba al Rasti con los ladrillos del Muro de Berlín, mientras simultáneamente se hacía baños de asiento con la plusvalía de millones de obreros.

Basta con echar una mirada a un puesto de diarios, o poner un ojo en la carátula del servidor, para ver aparecer como en un caleidoscopio, un innumerable catálogo de muecas y contracciones faciales, todas ellas casi coincidentes por su consternación. Las bocas dibujan por lo general una letra “O”. La “O” es una vocal peligrosa. Ya lo dice el refrán: en boca cerrada no entran moscas. Será porque por el aro bien abierto de una “O”, además de una mosca puede entrar el asombro, el terror y peor aún, también puede entrar la muerte. Desencajadas, absortas, las caras de miles de operadores bursátiles, a lo ancho y a lo largo del planeta parecen augurar los abismos del Apocalipsis bíblico. ¡Vaya premonición! Me pregunto si esos espasmos se parecen en algo al gesto de terror de una niña iraquí cuando, a la hora en que la mayoría de los niños sueñan con delfines de cristal o con tigres verdes, ella se despierta aterrada mirando al soldado de carne y hueso que irrumpe en su casa tirando la puerta abajo. Difícil. No creo.

Dicen que los perros terminan por asemejarse definitivamente a su amo y estos caballeros se parecen bastante al dinero. (Poderoso Caballero, Don Dinero). Hoy es la niña iraquí, ayer fueron los niños de Vietnam o Corea. La cuestión (y ya lo dijo alguien) es que el sistema que hoy rige al mundo nació vomitando sangre. No voy a negar mi perversa e íntima sensación. Quien más quien menos la debe tener en este momento. Es hermoso para el ahorcado ver cómo tiembla el verdugo. Sin embargo, muchos se preguntan cómo sigue esa historia.

Están los ingenuos o los malintencionados (para el caso es lo mismo, dicen que un tonto arroja una piedra a un pozo y cien sabios no saben cómo sacarla), que le ponen título a esta epidemia: “Nuevo orden mundial”, “Recesión”, “Panorama sombrío en los mercados”, bla, bla, bla… La verdad de la milanesa, viejo, es que el mundo capitalista se cae a pedazos y no hay nadie que le dé el empujoncito final. No me pongan la etiqueta, por favor. No sé qué viene después, si el socialismo, la anarquía o el amor libre (¡ojalá!). No sé. La cuestión es que esto se cae a pedazos y sus exégetas no lo quieren reconocer.

Hace poco (una década en términos históricos es nada), nos daban un beso en la mejilla, como el maffioso que saluda a la viuda del punto que ellos mismos amasijaron: “Lo lamento, las ideologías han muerto”. “Los acompaño en el sentimiento”. Ja, ja… De acáaaaaaa… Capital-Sangre-Explotación. ¿Cuánto tiempo más va a pasar para que se digan las cosas por su nombre? ¿Cuándo, al fin, veremos el definitivo derrumbe del verdugo? La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento… Malaventurado aquél que no la quiera oír.