‘Psicoanálisis’ de Sarmiento

Si la importancia de un tema se mide por la repercusión que obtiene, evidentemente con la cuestión de Roca, Sarmiento y los pueblos indígenas hemos clavado una espina en el lugar preciso. Primero una nota desde Tucumán, de Sebastián Portillo, agrega una iluminadora denuncia sobre Roca. Ahora, De Leonardis, en Prensa Obrera Nº 522, nos acerca un cuestionamiento a “ciertas derivaciones y amalgamas” que hacemos entre Sarmiento y Roca.


“1844 no es 1880”, comienza De Leonardis. Pero si hemos citado a Sarmiento no ha sido en referencia exclusiva a su apoyo o no a Roca, sino a su racismo, y ante todo habría que dar una opinión sobre las palabras de Sarmiento. Cualquiera fuera la disputa de Sarmiento con Roca en 1880, y luego veremos qué tenor tuvo, el primer deber de un marxista es definirse en cuanto a la concepción de los aborígenes que tenía toda la clase oligárquica argentina, y que Sarmiento expone con todas las letras, porque nunca se destacó por su discreción: “no son más que unos indios asquerosos”, y hay que pasarlos a cuchillo a todos. En este aspecto, no hay ninguna crítica de Sarmiento a Roca.


También los países imperialistas se fundaron sobre la segregación racial y la matanza de aborígenes. Estados Unidos es el mejor ejemplo, pero no le van en zaga Alemania, Francia, Inglaterra. Las luchas raciales y religiosas conformaron la base de su nacionalidad, pero también la consolidación de un núcleo de clase dirigente, que se mantendrá hasta el día de hoy. El hecho de que hayan logrado constituirse como países avanzados en materia económica no debe intimidarnos a la hora de criticar sus sucios orígenes, su base racista y antidemocrática. ¿O acaso haremos del movimiento constitutivo de la burguesía un mito de inmaculada concepción? No hay que analizar la historia desde el punto de vista sentimental, pero tampoco hay que caer en la disculpa generalizada.


De Leonardis, sin avisarles a los lectores de Prensa Obrera, repite todas y cada una de las tesis que el historiador Milcíades Peña, de influencia marxista y trotskista, elabora sobre Sarmiento, entresacando incluso las citas del libro de Peña, Alberdi, Sarmiento y el 90. En Prensa Obrera hemos publicado ya, en ocasión del centenario de la muerte de Sarmiento, una crítica a la fábula que hace de Sarmiento un visionario y un defensor del capitalismo industrialista.


No queremos repetir todos los argumentos esgrimidos en aquel momento, pero hay que señalar que la obra de Peña sobre Sarmiento no se sostiene de ninguna manera. Por más que acumula citas y citas del sanjuanino, son más las disculpas, las excepciones y las indulgencias que debe hacer el autor, que una demostración firme de sus intereses industrialistas.


Ante todo, el proyecto político de Sarmiento se lo debe encontrar en el Facundo, en Argirópolis y en su obra de gobierno. No en su obra de vejez en El Censor, cuando ya estaba desplazado de la arena política argentina, y se opuso con vigor a un ciclo de especulación financiera y endeudamiento fabuloso, encabezado por Roca y por Juárez Celman. En sus años de madurez sólo esperaba que la Argentina fuera el granero de Europa “la industriosa”. Tenía la misma concepción, en este aspecto, que la de su “archiadversario” José Hernández, expuesta en Instrucción del estanciero.


Si se lee atentamente la obra de Sarmiento, se observará que cuando habla de “industrias” no se está refiriendo a la gran fábrica moderna, se refiere a la “proliferación de los negocios de las ciudades”. Por ejemplo en el Facundo, Sarmiento se llena la boca con la industria … del gusano de seda, el cultivo de la morera y la cría de la cochinilla (tintura para telas).


El mito del industrialismo de Sarmiento se da de bruces con el hecho de que fuera uno de los verdugos del único país industrial de América del Sur: Paraguay, al que hundió de la mano de su amigo Mitre y con la ayuda de Brasil. Incluso se ve mejor en su libro de viajes por Europa y Norteamérica. Para Sarmiento, la gran industria europea significaba hambre, proletarización, prostitución, hacinamiento.


Tampoco es demostrable su “oposición consecuente” al latifundio. Sí es verdad que quiso promover la colonización europea, pero en eso no se destaca de ningún gobierno desde Rivadavia en adelante: todos fomentaron el ingreso de pequeños contingentes de inmigrantes europeos para la explotación de determinadas zonas rurales. Pero en el conjunto de la situación rural argentina, no pasó de ser una pequeña minoría. Al latifundio nadie le tocó un pelo, ni Sarmiento, ni Roca. La crítica de Sarmiento a Roca apuntaba a la corruptela que se generalizó con la toma de tierras en la Patagonia. Se les entregaban enormes tierras a los generales de la campaña, a los familiares de Roca, a Roca, etc. Así como había nepotismo en el poder (la presidencia pasó de un cuñado a otro), había clientelismo en la política de tierras, lo cual ahondó el latifundio. Aún hoy se observa esa lacra en la Patagonia.


De todas maneras, dice De Leonardis, Sarmiento “pertenecía estructuralmente a la oligarquía”, y su gobierno fue tan oligárquico como el de Mitre. Por empezar, las “estructuras” no explican nada en la historia. Pareciera en esa frase plantearse que Sarmiento era un crítico de la oligarquía, del latifundio, del atraso, pero como en la “estructura” pertenecía a la oligarquía, él no pudo nada contra ella y fue vencido. Nada más lejos de la realidad. En su presidencia, Sarmiento consolidó el ejército, estructuró el Estado, terminó con las montoneras, consolidó las fronteras argentinas y el mercado interno, eliminó a su único competidor social y económico que era Paraguay. Pensar que, después de todo esto, Sarmiento fue al psicoanalista a quejarse de las “imposiciones” de su “estructura”, no tiene ningún viso de realidad.


Y si Sarmiento fue en verdad “estructuralmente” oligárquico, ¿a santo de qué criticar nuestras “amalgamas y derivaciones”? Lo denunciamos como un cómplice de la política genocida de la oligarquía argentina. Sobre eso deberían pronunciarse nuestros “sarmientistas”, y no disculparlo por ser víctima de fuerzas ajenas a él mismo.


Segundo punto: según De Leonardis, somos oportunistas porque elogiamos la movilización de sectores aborígenes en contra de Roca. Según De Leonardis, “debemos explicar pacientemente” que la civilización era mejor que la barbarie, no había salvación para ellos y, en realidad, deberían erigir otro monumento a Roca por ser quien permitió que hoy puedan ser convenientemente explotados por el “mercado”, cambiándoles oro por espejitos. Para ello cita a Marx, quien en sus artículos sobre la India destacó el carácter ineluctable de la colonización inglesa, por ser la portadora de un régimen más progresivo que el régimen asiático.


Por comenzar, no somos indigenistas, y menos oportunistas. Destacamos que, en una serie de hechos (no sólo el “ocultamiento” del monumento a Roca), se evidenciaba una toma de conciencia acerca del abismo irreconciliable que se abría entre las masas y la clase dominante. Curas, oligarcas, militares, eran los blancos de esos sectores, y no eran cualquier sector. Son justamente las clases y grupos que mantuvieron en el atraso a este país, que lo explotaron en su beneficio y que nunca tuvieron un papel verdaderamente revolucionario para el desarrollo nacional. Es lógico entonces que ahora “la nación” se tome su venganza y vea en ellos el símbolo del atraso. Esta lucha, el Partido Obrero no sólo la comparte sino que la promueve.


Lógicamente, no nos embanderamos en lo nacional por lo nacional mismo. Si esta lucha “nacional” no es acaudillada por el proletariado, si no se observa que ya no hay lugar en el mundo para los particularismos, indigenismos, nacionalismos, etc., y que la única manera de cumplir con sus reivindicaciones pasa por el poder en manos de los trabajadores, entonces estas pequeñas batallas no tendrán ningún futuro.


Nuestro artículo no fue indigenista ni lo podría ser. Sí intentó rescatar otro aspecto de la lucha contra nuestro enemigo: la desmitificación de una historia “heroica”, llena de próceres de barro, piratas del asfalto y pigmeos espirituales, basada, como todos los mitos históricos del capitalismo, en la explotación, la mentira y la traición de las grandes masas. Cuando se resquebraja esa leyenda, ¿no debemos, los marxistas, ayudar a que la fisura se transforme en fractura expuesta?


Lo progresivo no puede explicar todo, y menos aún perdonar todo. Aunque Marx señaló el rol progresivo del imperialismo inglés en la India, dijo que su función era acelerar la revolución nacional hindú contra el imperialismo inglés. ¿Por qué no tomar en cuenta los escritos de Marx sobre Irlanda, donde apoyaba la lucha de los irlandeses contra la colonización “civilizada” inglesa? ¿Por qué no ver en la prédica de Marx en favor de las revueltas irlandesas una concesión “milenarista-romanticista”?


En un enfrentamiento entre un país atrasado y una potencia imperialista, el marxismo se coloca en el campo del país atrasado, para promover la revolución social por medio de la guerra nacional.


Un dato interesante al respecto es que en Chile y en la Argentina, el ataque definitivo a los pueblos aborígenes del sur se dio en forma coincidente. Las oligarquías se dividieron a fin de siglo por la delimitación de las fronteras patagónicas, pero nada los separaba cuando quisieron enfrentar al aborigen en 1880. Como los chilenos debieron enfrentarse a un araucano más aguerrido, recién completaron la conquista del sur hacia 1890.


Y ya que en el siglo pasado no había aún “marxistas”, podemos trasladar el problema a la colonización de la Amazonia en el día de hoy. ¿Estamos a favor de “absorber, destruir, esclavizar” a los aborígenes de la región, como querría Sarmiento? ¿Oponernos a la esclavización de esas tribus, indudablemente atrasadas, no será caer en el milenarismo-romanticista? ¿O en nombre del progreso debemos promover la penetración norteamericana, la venta de toda la región a las empresas “avanzadas”?


El marxismo no se opone al progreso; denuncia que el “capitalismo” siempre progresa explotando, “destruyendo y esclavizando”. Hoy en día, el progreso ya no es que dos o tres empresas se repartan a precio vil la selva más grande del mundo. Hoy, el único progreso posible es que las masas se organicen detrás de un programa socialista y conquisten el poder para llevarlo adelante.