Respuesta a la compañera Genoveva, militante feminista de Rosario

La compañera Genoveva, en su carta publicada en el número 501 de Prensa Obrera, acusa al Partido Obrero de asumir una posición patriarcal, “mucho más vieja que el capitalismo”, y de colocarnos “un escalón más arriba” que las mujeres del Encuentro, por hacerles llegar nuestras propuestas sobre lo que consideramos sería importante debatir allí.


En primer lugar, la compañera caracteriza que el Partido Obrero (y los demás partidos) son organizaciones de los hombres, y renuncia a un espacio de lucha política en ellos.


Segundo: el patriarcado es más viejo que el capitalismo, en algunas sociedades también hubo matriarcado. Pero lo que es “más viejo que el capitalismo” es la explotación de una clase (poseedora) contra otra (desposeída), como fueron —a grandes rasgos— los esclavistas explotando a los esclavos, los señores feudales a los siervos; y hoy, los capitalistas a la clase trabajadora (en todos los casos hubo hombres y mujeres en ambas clases sociales).


La Iglesia es uno de los más grandes aparatos de opresión, o el aparato de opresión por excelencia. Y no es ajena a los capitalistas, sino su sostén ideológico. Cuando acusamos a la Iglesia de querer silenciar los encuentros, no es porque desconozcamos que también los silenciaron los dueños de los grandes medios de comunicación (como Amalia Fortabat, dueña del diario La Prensa), sino por ser inspiradora principal del oscurantismo y la opresión de las masas.


No hemos “investigado” los diez encuentros de mujeres, pero sí hemos participado en algunos, y por tener compañeras que sí participaron en todos, hemos tenido acceso a las conclusiones y hemos podido constatar que las posiciones anticapitalistas y las consignas de lucha reivindicativas se han ido profundizando cada vez más, junto a las reivindicaciones que vienen levantando los movimientos de mujeres, como la despenalización del aborto, la educación sexual, el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, etc.


Y hemos llegado a la conclusión de que los encuentros de mujeres “no son encuentros feministas” —sólo para reflexionar sobre los problemas de la mujer como género. Sino que son encuentros de mujeres luchadoras sociales, que reflexionan y tratan de impulsar las consignas y las luchas para solucionar la situación de opresión que vivimos, no sólo por ser mujeres, sino fundamentalmente por pertenecer a la clase explotada.


La compañera Genoveva afirma, en uno de sus párrafos, que “las mujeres necesitamos estar en las mismas condiciones que el hombre para emprender la lucha de clase”; ése es el fondo de la cuestión. ¿Quién es el enemigo? ¿El compañero que por vivir en una sociedad opresora tiene posiciones machistas, o el capitalismo, generador de todas las opresiones? Si las mujeres tratamos primero de ajustar cuentas con los hombres, sin hacer diferencia de clases, “moriremos en el intento”, porque nos debilitaremos entre nosotros (los de un mismo sector social). Es en la lucha común contra el capitalismo opresor que lograremos la igualdad. Y sólo en una sociedad igualitaria, solucionada la lucha por la supervivencia,  ajustaremos las diferencias de género.


La igualdad se logra en la lucha común contra la explotación; lo podemos ver en las crónicas de las revoluciones. Sólo en los procesos revolucionarios, las mujeres estuvieron en igualdad de condiciones y de oportunidades, nunca antes.


Una muestra de esto es la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, que todas las participantes de los encuentros reivindicamos. El Día Internacional de la Mujer fue “proclamado” en la Segunda Internacional Socialista, a propuesta de una luchadora socialista, Clara Scat, reivindicando a casi un centenar de mujeres que fueron quemadas vivas en una fábrica textil de los Estados Unidos hace unos 100 años. Estas mujeres, obreras textiles, reclamaban la reducción de la jornada laboral y el descanso dominical.


El problema más grave no es el machismo, sino el capitalismo, que en su voracidad por mantener su tasa de ganancia, ataca las conquistas de las mujeres trabajadoras, reduciendo nuestras licencias, alargando la jornada laboral, precarizando las condiciones de trabajo. Esto se grafica cuando una de nuestras congéneres llega a puestos destacados de poder, y allí vemos que María Julia Alsogaray no es menos oligarca ni menos explotadora que su padre por su condición femenina; que la ministra Susana Decibe no es menos títere del Banco Mundial, ni menos liquidadora de la educación pública, que su antecesor, el ministro Rodríguez; y en el campo sindical, Mary Sánchez y la Ferrabosco no son menos burócratas que Gerardo Martínez o Moyano por ser mujeres.


El primer problema que tenemos las mujeres de la clase trabajadora es sacarnos al capitalismo de encima. Si la cuestión de la expulsión de Menem y Cavallo surgió en casi todos los talleres, no es porque las compañeras de uno u otro partido lo hayan impuesto, sino porque allí donde un grupo de mujeres nos encontramos para hablar de nuestros problemas, surge naturalmente la cuestión socioeconómica. Porque no podemos realizarnos plenamente como mujeres si no tenemos trabajo, o si tenemos jornadas de 12 o 14 horas por ser cabeza de familia, o porque la alegría de un embarazo ansiado fue amargada por un telegrama de despido. Porque no podremos realizarnos plenamente hasta que no solucionemos nuestra cuestión de supervivencia. Las mujeres que vivimos en los barrios más proletarios sufrimos, además de la desocupación y la superexplotación, la falta de vivienda, la extensión de la jornada con dos o más horas en un colectivo repleto. No podemos gozar de nuestra relación de pareja, porque compartimos la vivienda con nuestros padres y la habitación (en muchos casos) con los hijos. No tenemos servicios (gas natural, cloacas, etc.), calefaccionamos nuestras casas con carbón, como en la Edad Media, y muchas no pueden disfrutar de algo elemental como una ducha de agua caliente, porque no tienen red de agua. Indudablemente, nuestra realización personal está ligada a la lucha contra Menem y Cavallo hoy y aquí, y contra el capitalismo hasta que acabemos con él.


La doble opresión que sufrimos las mujeres se la debemos ‘cobrar’ primero al capitalismo, y luego de abolido, en una relación de igualdad social, solucionados nuestros problemas de supervivencia, les pasaremos la cuenta a todas las estructuras que nos oprimen.


Julio 25 de 1996