Roca era tucumano

En el PO 517, Hernán Díaz relata en el artículo “La Patagonia revisa la historia oficial”, que miembros de una comunidad mapuche taparon (sim­bólicamente negaron, borraron…) un monu­mento a Roca. Sería una expresión, no tan ‘académica’ ni ‘teórica’, de la emergencia de la conciencia nacional y popular, es decir, la de los explotados y oprimidos, que en virtud de esos recovecos profundos que no son otra cosa que el carácter permanente, dialéctico, de la lucha de clases, hila esa trama de memoria histórica cuyo conductor es la percepción del sistema capitalista como la razón de las calamidades y la des­composición de la vida social e individual de los hombres. Roca = Menem, Roca es el presente, pareciera el significado de esa actitud.


Así como el Santiagueñazo (salvando las distancias y la diferente escala), es una rebelión con algo de desesperación, pero con esa certeza de sentido en tanto atina al núcleo simbólico de la ideología y el fetichis­mo capitalistas. A Roca se lo hizo significar la civilización y la integración nacional. Al parlamento, los tribunales y la casa de go­bierno se equiparó la ‘democracia’. Ambos fueron repudiados por el pueblo y no por lo coyuntural, por representar una política determinada, sino en su esencia, por repre­sentar el sistema.


En el NOA, en ocasión del ‘Día de la Raza’, diversas organizaciones expresaron el repudio por la agresión sufrida por las culturas indígenas. Aunque tal vez la cues­tión indígena sea acá más compleja que en la Patagonia, en tanto abarcó más espacio, población y más tiempo, no conozco episo­dios tan explícitos como el relatado por Her­nán Díaz. En general, hay una marcada tendencia a identificar la barbarie y la expo­liación a que fueron sometidos los pueblos nativos con la conquista y la colonización {‘la cruz y la espada’). En tiempos poste­riores ocurrieron ‘abusos’ y ‘excesos’ por parte de la oligarquía rentista y ‘atrasa­da’, que cuando atacó a los pueblos indios era sólo para robarles las tierras e instalar formas extensivas de explotación (latifun­dios). Hasta he escuchado en una exposición radial ‘alternativa’, que si se hubieran desarrollado las Pymes, la Argentina sería hoy una potencia, como si no fuera una lógica inexorable del capitalismo la tenden­cia a la concentración empresaria y al mono­polio. Roca y otros políticos no habrían com­prendido ‘cabalmente’ esta cuestión…


Esta visión es tanto más acentuada cuanto más participan en la ‘reivindica­ción de la memoria histórica’ la ‘inteli­gencia’ los medios académicos y el am­biente culturoso centroizquierdista, tan adictos a lo ‘popular’ y lo ‘alternativo’. Después de todo, si hoy son reformistas del sistema, no tienen por qué ser revoluciona­rios respecto al pasado…


Pero interesa el personaje de Roca, y para esa memoria histórica de los oprimi­dos vaya un episodio que, si bien no es desconocido, es poco difundido y pleno de significado:


A Sarmiento, portavoz y ejecutor de la oligarquía, se lo recuerda como el sanjuanino. Roca era tucumano (lo mismo que Avellaneda, Marcos Paz, Posse y otros po­líticos y altos funcionarios de la época), por supuesto que miembro y representante conspicuo de lo que historiadores mentan como ‘elites ilustradas’ del interior. Uno de los fenómenos tal vez más interesantes del desarrollo nacional en esos años era el ‘despegue azucarero’ de Tucumán. Una rama industrial con una concentración de capitales mayor que la de la industria fri­gorífica, harinera y cualquier otra. Y ade­más, una ‘industria nacional’, orienta­da al mercado interno y con la mayor parte de los capitales de propiedad de la oligarquía provinciana asociada con la pampeana.


Roca tenía intereses con el azúcar, incluso se asoció con Tomquist, Portalis y otros (una suerte de Macri, Fortabat de la época). A pesar de que la historiografía ‘opositora’ pinta a esta clase social como una oligarquía terrateniente rentista a secas, lo cierto es que era como los actuales ‘capitanes de la industria’ o ‘grupos de poder’ como se los llama en algunos medios. Estos Tomquist, Portalis, Bemberg, etc., eran latifundistas, industriales, financistas, importadores, ex­portadores y productores para el merca­do interno. Claro que enquistados en el Estado, lo utilizaban para prebendas, crédi­tos, leyes ‘proteccionistas’ (cuando les con­venía como con el azúcar), eran tenedores de bonos y manipulaban y se peleaban, en oca­siones, por la Aduana… De los escándalos y corrupción ni qué hablar, como sucedió con Juárez Celman, cuñado de… Roca (también estaban al día las relaciones familiares). Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia…


El punto es que, en Tucumán, el ‘boom’ azucarero era tan grande que el ritmo de disolución de las economías artesanales y campesinas locales no bastaba para proveer de brazos a la industria. Tenían que resol­ver el problema de la proletarización de vastos sectores de la población, es decir, el sometimiento y disciplinamiento a formas de trabajo industrial. Ni las leyes de va­gancia, de conchabo, etc., todas apuntando a la proletarización forzosa, alcanzaban.


Siendo ministro de Guerra, en 1877, a Roca se le ocurre solucionar el problema para sus socios y amigos y hace enviar a Tucumán unos centenares de tobas y ma­tacos del Chaco. Para el año habían des­aparecido por los accidentes de trabajo, el paludismo y otras enfermedades. Al año siguiente, el ‘ilustrado’ Roca había saca­do la conclusión de que el problema de esa mortandad y el bajo rendimiento eran pro­pios de los indios chaqueños y, mediante un decreto, envió a Tucumán más de 500 indios del sur, porque “sustituyendo es­tos indios holgazanes y estúpidos (los matacos del Chaco) con los pampas y ranqueles (había también araucanos), que si bien están por debajo del nivel moral y de civilización relativa del gaucho, no les ceden en inteligencia y fortaleza…” (carta de Roca al gobernador de Tucumán, 4/11/1878).


Llegaron hacinados en tren y custodia­dos por tropas. Testigos de la época retra­tan a esos “infelices” que amontonados “sin despegarse entre ellos no levan­tan la vista del suelo” y que “prove­nientes de climas fríos y sin saber de la agricultura”, recibían machetes para pelar caña en el subtrópico. Lógicamente, desaparecieron al cabo de dos o tres años.


Que se anote esta perla en el collar de Roca y se advierta su visión “capitalista y empresaria”. En la Patagonia se trata­ba de robar tierras para el latifundio, en el norte de bajar los “costos de producción” mediante mano de obra barata, casi esclava, para la industria más “moderna y nacional” de la época. Años después, las oligarquías de Salta y Jujuy apelaron al expediente del trabajo semiforzoso de grandes contingentes de indios chaque­ños, lo mismo que en los algodonales y bosques del Chaco. Aunque no es materia de esta nota, el trabajo de estos hombres era usado por grandes empresas y por ‘pymes’. De todas maneras le cabe a Roca el ser un pionero en la explotación ‘capita­lista avanzada’ del trabajo indígena.


Para terminar, en opinión de un médico de la época, tal vez esos indios quebrados y desmoralizados por la violencia y el des­arraigo se rebelaron con esa apatía y esa dejadez que los llevó a la muerte rápida. Los Roca actuales piensan de la misma manera que en aquel entonces y quieren hacer lo mismo ahora con la ‘flexibilización laboral’ y la desocupación plena.


Tucumán 4/11/96