Sobre el debate en torno a la cumbia villera

Guachín nos advierte (PO N° 839) sobre los riesgos de la demonización a la hora de evaluar a la denominada “cumbia villera”. Creo que convendría también estar advertidos frente a los riesgos del populismo, sobre todo si, como el debate instalado propone, de los planteos se delinea una política cultural. En tal sentido, disiento con algunos de sus argumentos.


En primer lugar, no creo que las condiciones de producción de la CV sean evidentes. Radios, programas ómnibus, bailantas en Capital y Gran Buenos Aires, sellos discográficos, conforman no sólo un circuito sino un mercado concentradísimo que genera altísimos beneficios, a costa, entre otras cosas, de un sistema de explotación feroz por medio del cual los grupos bailanteros desarrollan durante los fines de semana jornadas extenuantes de trabajo. Lo evidente, por otra parte, no nos exime de llevar a cabo un análisis. Con ese argumento, también “salta a la vista” la explotación del capital; sin embargo, las notas de Prensa Obrera, semana a semana, se esfuerzan por denunciar a la barbarie capitalista, explicar su lógica, señalar a sus responsables, mostrar una salida.


En segundo lugar, la crítica a la industria de la cumbia villera no supone acusar a los trabajadores, desde los músicos flexibilizados hasta su público. A las posturas aristocráticas que desprecian lo popular por su origen, no debería contraponérsele una perpectiva populista que lo reivindica sin examinarlo críticamente. Se trata, también en el campo de la cultura, de esclarecer su lógica, las diferentes posiciones que asumen sus productores, etc. No demonizar sino desmitificar, es decir, mostrar su verdad en una sociedad de clases. Esto vale para la cumbia, para los grupos de rock o para los líricos del Colón. ¿O no podríamos juzgar el silencio de los Redondos frente al asesinato impune del pibe Bulacio, sin que esto suponga desconocer la potencia de sus versos más logrados o la comunión que traman los jóvenes en sus recitales?


Finalmente, el autor de la nota deja de lado lo musical (entre paréntesis, la cuestión central, ya que la cumbia se baila) para centrarse en los contenidos de sus letras. Los valora, pero no queda claro hasta dónde los asume. En las letras hay un contenido potencialmente revolucionario: la yuta es uno de sus blancos preferidos. Pero también son machistas. Denunciar contenidos machistas, por tanto reaccionarios, ¿es exagerar? Concedamos que trazan una visión descarnada del mundo de la villa (¿qué letras está recordando Guachín?). Pero también reivindican un callejón sin salida: la cultura del “reviente” (no del “aguante”). El alcohol y la droga se llevan puestos a pibes y pibas de las villas y los barrios, y esto también deberíamos recusarlo.


Se me podrá decir que en otros ritmos y en otros consumos podemos reconocer estas cuestiones. Sí. Vayamos también por ellos. Por el campo de la cultura en su totalidad. Los marxistas tenemos mucho para decir sobre estos fenómenos, no para desenterrar demonios sino para develar cómo el capitalismo coloniza nuestros gustos y nuestro tiempo libre. Y empezar a discutir cómo luchamos también en nuestra vida cotidiana para desembarazarnos de su pesado lastre.