Una defensa ‘científica’ de la deuda externa

A propósito de un artículo sobre la deuda externa y el Bicentenario de Pablo Rieznik (POonline 1.120), el lector “Sapo”, de Razón y Revolución, afirma que “los argumentos de Pablo hacen agua por todos lados” y “oscurece más de lo que aclara”. Veamos.

Sapo afirma que, como la entrada y salida neta de capital desde el ’60 arroja resultados positivos, “el vaciamiento financiero no existe”. Se trata de una clara justificación del endeudamiento externo desde la izquierda. Desconoce lo elemental: el “ingreso” es de capital y el “egreso” es repatriación de beneficiós; además, la deuda original ha sido pagada ya tres veces, en un caso sin precedentes de capitalización de intereses ¡que figuran como entrada de capital! Lo mismo, el proceso de privatizaciones, donde las empresas estatales fueron entregadas subvalorizando escandalosamente su patrimonio a cambio de títulos de la deuda que se reconocían a un valor superior al de mercado. El “saldo positivo” de la cuenta de capital tiene como contrapartida la acumulación de deuda, que se vio multiplicada descomunalmente en las últimas décadas. Finalmente, el Sapo desconoce que, durante el kirchnerismo, cuando el ciclo de “saldo positivo” de la deuda se revirtió (cancelación de la deuda con el FMI y el pago de vencimientos de capital como ningún otro período), la deuda pública (ligada a la deuda externa) llegó a 200.000 millones de dólares (71% del PBI) financiando una monumental fuga de capitales (expatriación de beneficios, usura, etc). El pago que se quiere hacer ahora con las reservas (salida de capital) ya ha provocado una nueva onda de deudas para la compra de títulos en circulación y otras que se van a emitir. Nada nuevo, al fin y al cabo es lo que Menem hizo con las privatizaciones y el plan Brady.

“La naturaleza de la deuda externa del siglo XIX es diferente de la del Bicentenario”, claro, es menos confiscatoria que la actual. La expansión de la deuda externa de los países ‘subdesarrollados’ por la necesidad de “compensar capitales industriales ineficientes” (sic) no se aplica a la deuda pública del siglo XIX, sino a la inversión en infraestructura con capitales privados financiados en la Bolsa de Londres. La existencia de un flujo de capitales hacia los países del “tercer mundo”, desde la crisis de los ’70, fue una vía de escape a la crisis de la economía mundial y a un gigantesco desarrollo del capital ficticio por la caracterización de los excedentes de los regímenes petroleros parasitarios.

Profundizando la mirada, sólo una parte de la deuda puede considerarse realmente capital (es decir, que se ha transformado en capital productivo); la mayor parte ha sido usuraria (para gastos corrientes) o la estatización de deuda privada.

“Estados Unidos es el país más endeudado del mundo”, dice Sapo -pero además de financiar guerras, también ha financiado la formación de un enorme capital propio fuera de Estados Unidos. En Argentina ha financiado la formación de capital, dinero en las cuentas de monopolios extranjeros. “El problema no es la deuda” (ver el último Aromo). ¡Pero no se puede comparar el endeudamiento de un país semicolonial con el endeudamiento de uno imperialista, que puede recurrir al uso de la fuerza y aprovechar su posición dominante en la economía mundial (por ejemplo, Estados Unidos pudo declarar la inconvertibilidad del dólar en 1971)!

Luego de siete años K, de la salida de 100.000 millones de dólares, con una deuda externa original que ya ha sido pagada tres veces, la que succiona una parte extraordinaria de la actividad económica del país, afirmar que “el problema no es la deuda” y que no hay un problema nacional no es más que una apología de la confiscación del capital y la opresión imperialista. Eso sí, en nombre de la ciencia.