Xenofobia

¿Quién dice que no estamos en el “primer mundo’? En el “primer mundo”‘, en Estados Unidos han logrado apoyo quie­nes propician la exclusión de las escuelas y de la atención hospi­talaria gratuita a los residentes “ilegales” y a sus hijos; en Ale­mania se incendian las casas donde viven inmigrantes lega­les o no; en Gran Bretaña se busca cómo perseguir a los ex­tranjeros de piel más o menos oscura; en la Argentina, las au­toridades municipales de nues­tra Capital acaban de señalar que “demasiados” “extranje­ros ” están siendo atendidos en nuestros hospitales.


Las autoridades municipa­les han distribuido informaciones donde se señala que los ciudadanos de Buenos Aíres están pagando los servicios médicos de los extranjeros, parece ser que considerable car«’ dad de chilenos, paraguayos bolivianos, peruanos, uruguayos, así lo señala especialmente, “hasta brasileño” “vie­nen a hacerse operar” a nuestro país. En verdad, la cosa no es nueva; durante el gobierno riel inefable Onganía, cuando se indicaba la conveniencia de cerrar el Hospital Rawson, se aducía que en ese estableci­miento, mantenido con los im­puestos que pagamos los habi­tantes de la Capital, se atendían “extranjeros” también ¡proce­dentes de… Avellaneda… que no pagan impuestos municipa­les!


Sospecho que no debe tra­tarse de ninguna maldad, sino de una cosa mucho más grave y peligrosa: la estupidez. Tengo el temor de que no sea una política determinada por otra razón que el propósito ingenuo de parecerse al primer mundo, adoptando las medidas más idiotas, las que se dirigen a in­terpretar los gustos e inclina­ciones de los sectores más im­béciles. En el oeste de los Es­tados Unidos existe una seria cuestión contra el idioma cas­tellano: hace poco supimos del caso de un médico que amo­nestó —o despidió, no se acla­ré— a una muchacha, enfer­mera, porque había hablado en castellano con otra. Se hizo notar que esa enfermera for­maba parte del plantel que ha­bía sido elegido precisamente porque hablaba castellano, en razón de que había de tener facilidad para comunicarse con una parte considerable de los pacientes, que precisamente hablan, a veces exclusivamen­te, el castellano. Más al norte, en el estado de Oregon, una señora hizo juicio contra el dueño de un bar o restaurante, que pretendía impedir que se habíase castellano en su nego­cio…


Las agencias noticiosas no hablan de las cuestiones que deben haberse originado por el “Muro del Río Grande”, que se extiende por millares de kiló­metros de la frontera de EE.UU. con México, aunque hace poco he visto una foto de un mexica­no saltando sobre el alambra­do… Nuestras fronteras, para desgracia de estos enemigos de los “extranjeros”, resultan demasiado extensas, pero pue­de esperarse cualquier cosa.


En los comienzos de la cam­paña antisemita en Polonia, se implantó para los escolares ju­díos el “banco amarillo”; Hitler, con una genial disposición, prohibió a los niños judíos que tuviesen perro… A ver qué se les ocurre a nuestros “naciona­listas”