“El abuso sexual de las religiosas”

Nada nuevo

La revista católica estadounidense “National Catholic Reporter”, difundida también por Internet, ha hecho estallar la pólvora mojada (con una demora de 6 años), publicando las denuncias que desde 1995 realizan congregaciones religiosas de 23 países, 12 de ellos africanos: monjas, novicias, adolescentes y esposas de feligreses, son sistemáticamente violadas por misioneros, curas y obispos. El Vaticano no lo niega, solo relativiza el fenómeno circunscribiéndolo a ese continente. Pero el título de uno de los cuatro documentos en poder del Vaticano, que publica completo la agencia ADISTA, se titula: “El problema del abuso sexual de las religiosas africanas en África y en Roma”. Su autora es la Superiora General de las Misioneras de Nuestra Señora del África, sor Marie MacDonald (Clarín, 21/3/01).


El teólogo Manuel de Unciti, de las Obras Misionales Pontificias, admite que “runrún siempre ha habido”. Otro teólogo, Enrique Miret Magdalena, es aún más tajante: “En EE.UU., solo el 2% de los sacerdotes cumple el celibato. El 50% solo relativamente y, de esta mitad, un tercio es homosexual” (El País, 22/3/01).


No hace mucho un obispo autorizó a las monjas misioneras a tomar anticonceptivos para defenderse de las violaciones. Pero según el informe desde los años ochenta “las monjas se niegan a viajar solas en coche con religiosos varones” (y no con los pobladores). La prostitución masiva a causa de la feroz desocupación, la prohibición religiosa contra preservativos y anticonceptivos y la pandemia del SIDA (1 de cada tres habitantes), la ausencia de salud pública y gratuita en economías devastadas, hacen de las monjas un “grupo seguro”. (La Nación, 21/3/01)


Violaciones, abuso, acoso, chantaje económico con el control de los fondos misionales, solicitud de favores, imposición de anticonceptivos y abortos y expulsión y abandono de embarazadas e hijos se sintetizan en algunos ejemplos: la misa de responso de una monja que muere por aborto estuvo a cargo del violador que la obligó a abortar. Una superiora fue destituida por denunciar al obispo que 29 de sus monjas y novicias estaban embarazadas por sacerdotes y altos prelados de la congregación. El estupro a una novicia mereció castigo al violador de sotana: dos semanas de retiro espiritual. Esposos de mujeres abusadas por clérigos organizaron una pueblada y destruyeron la parroquia. Todo esto en medio de “gestiones contables incorrectas” y la más cerrada conspiración de silencio: la del Vaticano, que rige la vida de las misiones con 200.000 curas y 1.000.000 de monjas (El País, 22/3/01).


El celibato se impuso para heredar a los hijos e hijas de las familias pudientes acumulando propiedades y territorios de media Europa medieval y sus colonias. El cisma católico de Lutero y Calvino sobrevino para poder pasar de la confesión religiosa que se adaptaba al orden de la sociedad feudal, a la confesión individualista protestante que necesitaba el nuevo orden capitalista industrializador. No es necesario revisar la historia de los Papas-padres, ni la Santa Inquisición ni la complicidad con las dictaduras genocidas modernas. La curia se adaptó al capitalismo financiero, parasitario e improductivo, a través de la logia mafiosa P-2, con sonados asesinatos-suicidios sin esclarecer, sobornos y lavado de dinero, a través de su Banco Ambrosiano en los años ´80.


La iglesia católica apostólica y romana, con vara de talibanes y fundamentalismo musulmán, insiste en disciplinar a “la gran aldea global” en la protección de la vida desde la concepción, puesto que el útero de una mujer pobre es un envase privado del sistema de la propiedad privada de los medios de producción que está obligada a producir nuevos trabajadores y “fieles” que reemplazarán a los viejos.


El mundo del nuevo milenio ve caer los pilares del sistema que ya no alimenta a sus esclavos. Las castas del ejército, burocracias y cleros y los partidos patronales tradicionales.


Primero cayó la burocracia estalinista que sojuzgó la revolución obrera y su economía socialista endeudando a los ex estados obreros en una impagable deuda externa, mientras agitaba las banderas del socialismo en un solo país, del socialismo real y, por último, de “la superioridad del capitalismo”. Después les inventaron “guerras étnicas”. Vimos caer a los tigres asiáticos, esas naciones atrasadas cuyos capitalistas iban a copar el mercado mundial a costa del abaratamiento total de su mano de obra esclavizada, y a los países “en vías de desarrollo” de América y Asia bajo el colapso de la cesación de pagos, la dolarización o la devaluación de sus economías, la contracción de la producción y la generalización de la desocupación y el hambre, bajo dictaduras patronales militares o civiles.


En la recesión sostenida de Japón quiebra uno de los grandes bancos, tambalea el “euro” con los antagonismos de sus clases poderosas. La sobreproducción mundial de mercancías no tiene mercado donde realizar sus ganancias. El déficit fiscal de los Estados Unidos se sostiene con la trasfusión de recursos de los países pobres, la superexplotación de sus trabajadores y la destrucción de sus competidores. La aldea global no existe. Existe la lucha de clases. Existe monopolización y destrucción de las fuerzas productivas. La Iglesia que sobrevivió dos mil años en diferentes sistemas de explotación, no puede sobrevivir a las leyes de la economía mundial. Por eso las sotanas ahora no pueden tapar sus pecados de siempre y se quiebran los pactos de silencio.


Los trabajadores y las masas explotadas necesitamos reorganizar la sociedad sobre nuevas bases políticas, económicas y sociales. Organizarnos como clase, en defensa de los intereses de las mayorías trabajadoras. No necesitamos confesiones arcaicas ni leyes patronales, sino la elaboración colectiva y puesta en práctica de un programa propio de los trabajadores. En esta lucha permanente se forjará la conciencia y la moral revolucionaria que reemplazará los viejos dogmas hipócritas, anticientíficos y antinaturales y las leyes de la esclavitud.