La Bonaerense y el nuevo cine argentino

En el preestreno de El Bonaerense, su director, Pablo Trapero (director de la celebrada Mundo Grúa), se ocupó de aclarar personalmente a los asistentes que se trataba de una historia de ficción.


La sola aclaración ya da cuerpo al propio fantasma de la Bonaerense, porque el film es un compendio de todo tipo de fechorías, corruptelas y bestialidades policiales.


La nota aclaratoria de Trapero puede entenderse en el sentido de que no se trata de una denuncia propiamente dicha sino de una película. Lo cual es bastante.


El Bonaerense trata la historia del Zapa, un aprendiz de cerrajero del interior, que queda pegado después de reventar una caja fuerte y ser traicionado por sus cómplices.


Por intermedio de un tío, principal de la fuerza, zafa de las rejas a cambio… de incorporarse a la Bonaerense.


Desde su irregular incorporación, el director asume el punto de vista del Zapa, que se va foguendo en las humillaciones del curso de entrenamiento, en los atrasos salariales, en el gatillo fácil, en el cobro de coimas, en la compra de armas por izquierda dentro de las dependencias policiales, en el “espíritu de cuerpo” de la fuerza (dos agentes tienen la delicadeza de manguear un pan dulce más para él, por ejemplo) y su propio límite (el Zapa termina como empezó, esta vez garcado por su superior).


Es decir que la película plantea la actividad cotidiana de una comisaría de San Justo, partido de La Matanza. Esto a pesar de que en los diálogos (aparece en pantalla brevemente una movilización piquetera) está soslayado el problema de la represión social (sea por una limitación autoimpuesta por el propio Trapero o una exigencia de la co-productora Pol-Ka, del negrero Adrián Suar).


Entre los críticos de la película, están los que por derecha ven la exposición de las manzanas podridas y los que por izquierda bufan porque no sigue todas las pistas hasta el final (es decir, no denuncia a las cúpulas del Estado y sus partidos en todo el proceso).


Pero para denunciar el conjunto del régimen político están el partido y su prensa.


Dentro de los límites de lo que se cuenta (que también son los límites del punto de vista del personaje, con la salvedad hecha más arriba) se trata de una buena historia, verosímil y sentida, que se adentra en un terreno poco y nada visitado por el cine industrial local, y que logra la inmediata identificación de sus espectadores (son frecuentes las exclamaciones antipoliciales en las salas).


Eventualmente otras películas se irán abriendo paso en la medida en que podamos abrir la creación artística a las masas y, en particular, a la juventud.


Lo significativo es que un puñado de películas oficiales, como así también el movimiento de agrupaciones de documentalistas (que incluye al Ojo Obrero), toman, ya sea como telón de fondo o como línea principal, como objeto artístico o de militancia, las consecuencias y transformaciones (en la realidad y en la conciencia) de la rebelión del 19 y 20.