La droga y el narcotráfico, engranaje esencial del funcionamiento del gran capital

“La crisis familiar lleva a las drogas”, dice Eduardo Amadeo, secretario para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (La Nación, 18/11/98), y con ello “lava” la responsabilidad del gobierno y del gran capital. Por otra parte, quién es responsable de la ‘crisis familiar’.


Muy lejos de un problema de orden ‘doméstico’, las drogas y el narcotráfico constituyen uno de los pilares que sostiene al capitalismo en descomposición. La pujanza de este ‘mercado’ es tal que “los habitantes de la Tierra gastan más dinero en drogas ilegales que alimentación, vestimenta, educación, salud o en cualquier otro servicio, dato que sirve para poner de relieve cómo la industria del narcotráfico es actualmente una de las de mayor crecimiento en el mundo” (Suplemento de La Nación, dedicado a la cuestión de las drogas, 18/11/98).


Cifras aportadas por el FMI afirman que el lavado de dinero proveniente de la droga alcanza en la actualidad los 650.000 millones de dólares anuales, lo que es equivalente al 2 por ciento del producto bruto mundial, o al 13 por ciento del comercio internacional, el doble de la facturación de toda la industria petrolera “o siete veces más que los aportes realizados por los países que destinan recursos para el desarrollo y la asistencia de las naciones llamadas emergentes” (ídem). Pero esas cifras se quedan cortas cuando los organismos internacionales de seguridad señalan que está llegando a los 900.000 millones de dólares, es decir, a un 3 por ciento del producto bruto mundial.


La hipocresía burguesa presenta al narcotráfico como un “flagelo” para elevar el precio de la ‘mercancia’, que por la acción de la represión volcada esencialmente sobre los consumidores se encarece.


La importancia de esta ‘industria’ ha especializado a sus ‘ejecutivos’ que, según el Departamento de Estado yanqui, poco difieren “de los gerentes financieros corporativos. Son especialistas en finanzas, abogados, contadores y empresarios” (ídem).


No sólo difieren poco; antes bien, se entrelazan constantemente. Las utilidades, mayoritariamente, alimentan la economía mundial, porque “cerca de un tercio del dinero ilícito se coloca en el sistema financiero, otro tercio en negocios diversos” y sólo el restante “en nuevas actividades ilegales”. Ese es el motivo por el cual “los especialistas consideran que, aunque muchas veces se ha afirmado que el lavado de dinero amenaza al sistema financiero mundial, la realidad es que resulta de gran utilidad” (ídem).


La burguesía finge horrorizarse ante el fenómeno ‘narco’. Julio Saguier, presidente del directorio de La Nación, publica en su diario un excepcional pensamiento de su autoría: “El narcotráfico no respeta ninguna ley… Sólo acata la ley de la oferta y la demanda”. ¿Pero no es ésta la ley suprema del régimen social que defiende Saguier?


Dándole la razón a Saguier, para mejor transferir los fondos, el capitalismo mundial ha engendrado, de un lado a otro del mundo y sin complicaciones, “paraísos fiscales, que conceden grandes ventajas impositivas e imponen un estricto secreto bancario y financiero” (ídem).


En completa consonancia con la ‘demanda’, en este caso del narcotráfico, “menos de una cuarta parte de los centros financieros del mundo han adoptado legislaciones de prevención” (ídem).


Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex presidente de México, actualmente preso, actuó como intermediario entre narcotraficantes colombianos y el Estado mexicano, transfiriendo “gran parte de esos fondos de México a Suiza a través de una cuenta en el Citibank” (Wall Street Journal Americas, 13/3/98).


Las drogas y el narcotráfico son la faceta ‘ilegal’ —y por lo tanto más rentable— del negocio mundial de intoxicación de la población. En el circuito ‘legal’ sólo el mercado de los antidepresivos, al estilo “Prozac”, el más famoso entre los consumidores norteamericanos, cuenta con una demanda potencial de 16 millones de consumidores estadounidenses; en Uruguay, mucho más pequeño, “después del alcohol y el tabaco, es la droga legal más consumida en el país” (Brecha, 23/2/96). El negocio de los capitalistas farmacéuticos (laboratorios) ha impuesto la ‘oferta’ de fármacos de todo calibre desde las farmacias hasta los supermercados y los trenes. En los Estados Unidos, ello ha inducido a la ingestión de “dos mil toneladas de opiáceos semisintéticos, sedantes, barbitúricos, tranquilizantes que multiplican por doce el consumo que los chinos tuvieron con su opio en las postrimerías de la famosa guerra con los ingleses” (Clarín, 18/7/96).


De acuerdo con esta faceta legal, Estados Unidos es el mayor productor de marihuana, “luego de haber multiplicado por cinco las cosechas anuales de cáñamo con los métodos hidropónicos” (ídem).


El implacable acatamiento capitalista a la ‘ley de la oferta y la demanda’ no sólo ha barrido la fronteras de la legalidad y la ilegalidad sino que ha involucrado a todo el universo de negocios. En el plano del comercio internacional y sólo a modo de ejemplo, General Electric ha sido denunciada por operaciones ilícitas en la exportación de electrodomésticos: “Las autoridades norteamericanas han comenzado a advertir a fabricantes y representantes su vulnerabilidad a esta táctica. Según ellas, este mecanismo permitiría lavar 5.000 millones de dólares al año sólo en Colombia” (Wall Street Journal Americas, 21/12/98).


Arma y negocio al servicio del imperialismo


El negocio multimillonario del narcotráfico, por el cual ingresan sólo en México entre 15.000 y 30.000 millones de dólares por año para ‘lavarse’, tiene al imperialismo yanqui a la cabeza de ‘todas las acciones’. Una revista especializada estadounidense, citada por Clarín, publicó las declaraciones “del subsecretario del Tesoro (norteamericano), Raymond Kelly, según el cual en ese país (EE.UU.) se lavan 300.000 millones de dólares anuales” (Clarín, 28/8/97). La misma revista realizó una investigación que demuestra que “si detuviera el flujo de esos recursos la economía mexicana podría experimentar una grave desestabilización” (ídem).


Comparando esas cifras con las de Estados Unidos se entiende el ‘celo’ de la DEA (la dirección antidroga norteamericana) por terminar con ese negocio en los países que compiten con EE.UU.


La ‘actividad económica’ del narcotráfico tiene conexiones íntimas con otra en la cual las fronteras de la legalidad/ilegalidad también son frágiles: el tráfico de armas. El gobierno contrabandista de Menem incorpora un ejemplo ‘nacional’.


Una porción enorme del dinero ‘sucio’ se invierte anualmente para la producción y comercialización de armas, cuyo destino final es el de equipar hasta los dientes a ejércitos mercenarios al servicio del imperialismo. Una muestra de la magnitud del tráfico son la armas contrabandeadas por Argentina a Croacia, con el aval yanqui, ¡que fue el equivalente a las armas necesarias para el aprovisionamiento del Ejército Argentino para los próximos 40 años!


Asimismo, la promoción del consumo masivo de droga no sólo es un aspecto clave para la degradación física, moral y psicológica de los explotados y la juventud —como se ha explicado ya en estas páginas— sino también un argumento para el reforzamiento de los aparatos represivos y de espionaje contra las masas y para el alineamiento de los ejércitos de los países atrasados detrás del Pentágono en pos de la lucha “contra el narcotráfico” (el ejército de Balza o la “bonaerense” de Duhalde).


La cantidad de recursos volcados contra el ‘crimen organizado’ aceita el negocio de las armas. Estados Unidos gasta 500.000 millones de dólares anuales contra el ‘crimen’, al margen de los 20.000 millones exclusivamente destinados a la represión del narcotráfico. La CIA, involucrada en delitos brutales relacionados con la droga y el tráfico de armas, en 1998 tuvo un presupuesto de “26.700 millones de dólares” (La Nación, 23/12/98).


La droga, el narcotráfico y el tráfico de armas fueron y son utilizados por el imperialismo como una forma de guerra contra las barriadas pobres de negros y latinos en Estados Unidos y de financiamiento de la contrarrevolución.


Una investigación realizada por el Mercury News —señala Clarín—, revela que durante casi diez años, una red de narcotráfico en el área de la Bahía de San Francisco abasteció de toneladas de cocaína a las patotas callejeras de Crips y Bloods en Los Angeles y canalizó millones de dólares de sus ganancias a un sector de los contras (en Nicaragua), un ejército guerrillero dirigido por la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA), lo que abrió por primera vez “la vía entre los cárteles de cocaína de Colombia y los barrios negros de Los Angeles, ciudad conocida como la capital mundial del crack” (29/9/96). Las operaciones se realizaban con la colaboración de oficiales salvadoreños de alto rango, que volaban aviones de la fuerza aérea de ese país a Colombia y luego se dirigían a Estados Unidos, a una base de la fuerza aérea en Texas.


Sólo algunas de las consecuencias de esta operación de la CIA implicaron que miles de jóvenes negros cumplan “largas condenas en la cárcel por vender cocaína —una droga que era prácticamente imposible de conseguir en los barrios negros antes de que los integrantes del ejército de la CIA empezaran a venderla a precio de liquidación en el centro sur en la década del ‘80” (ídem), o que el financiamiento de “los combatientes de la libertad de Reagan” hayan desenvuelto “una forma de guerra química que costó más vidas y destruyó más familias que una guerra convencional”, al imponer el consumo de cocaína en forma de crack (ídem, 25/9/96).


Curar a los adictos, otro negocio


Al amparo del tráfico y del consumo, ha nacido “un negocio legal que está montado sobre los efectos nocivos de los estimulantes: los centros de atención a los adictos” (La Maga, 6/3/96). Un ejemplo ‘nacional’ es el Programa Andrés, del pastor Carlos Novelli, que “recaudaba más de seis millones de dólares por sus presentaciones en salud y por la concesión de puestos de venta de panchos en la Capital Federal” (ídem).


A partir de esta realidad, comienzan a aparecer organizaciones y centros de rehabilitación en todo el mundo, cuyos resultados han sido cuestionados por científicos de la Universidad de Pensilvania que en sus estudios dicen haber demostrado “que la adicción a las drogas es un desorden que dura toda la vida. La investigación estimó que el 97 por ciento de los pacientes desintoxicados en la clínicas de rehabilitación vuelve a caer en el consumo” (ídem).


“Para terminar con la droga hay que terminar con el capitalismo” (Prensa Obrera Nº 615). Algo tan cierto como que para terminar con el capitalismo es imprescindible la lucha revolucionaria para erradicar el consumo de la juventud y de los explotados.


El argumento de la pequeñaburguesía ‘progre’ que levanta el derecho de “cada uno (a consumir lo que) le venga en gana, sea cerveza, hostias, chorizos o mocos” (Fabián Rodríguez Simón, citado por Prensa Obrera) no sólo es una reverenda estupidez. Es un blanqueo ‘democrático’ de uno de los engranajes más nefastos del capitalismo.