La oveja Dolly

Un enorme revuelo internacional se produjo a partir de la aparición en público de Dolly, la oveja clonada. En rigor no es el primer animal clonado en un laboratorio: la novedad radicaba en que era el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta. Desde su ‘presentación en sociedad’, fueron desempolvadas todas las pesadillas de la literatura acerca de clonación de hombres, repetición infinita de pequeños Hitler, manipulaciones genéticas para desarrollar razas ‘perfectas’, etc. Los gobiernos, el de Clinton en primer lugar, y la Iglesia corrieron a condenar públicamente la clonación en seres humanos. La biotecnología pasó a ser una cuestión de Estado.


El éxito del laboratorio que clonó a Dolly, en realidad, es uno entre muchos logros que la biotecnología está desarrollando en los últimos años. Una enorme industria se está conformando alrededor de la manipulación genética, buscando su aplicación directa en el ámbito de la salud (medicamentos, sustancias bioquímicas de uso terapéutico) y agropecuario (mejoramiento de especies vegetales y animales). Incluso el Premio Nobel de Química 1996, Robert Curl, llegó a afirmar que “el próximo siglo será el siglo de la biología” (Bussines Week, 10/3).


Las industrias farmacéutica, química y agroquímica pudieron salir del letargo que padecían en los años 70 gracias a la proliferación de investigaciones en biotecnología y manipulación genética. Con un momento de éxitos febriles en Wall Street en el año 91 y 92, su avance en los últimos 5 años y su crecimiento en el año 97 la lleva a una inversión total de 1.000 millones de dólares en investigación.


La industria farmacéutica se reacomoda en función de esta nueva y prometedora rama: se fusionan grandes pulpos, se crean mega-pulpos como Novartis, fruto de la fusión de Ciba Geigy y Sandoz, que ya tiene el 5% del mercado mundial de medicamentos. Todas las grandes compañías destinan una parte importante de sus investigaciones a la biotecnología. Como dato ilustrativo, todos los Premio Nobel de Química de los últimos años tienen alguna relación con el tema de la genética.


La biotecnología es la nueva esperanza de la burguesía mundial. Pero en especial de la norteamericana. A pesar de que el anuncio de la clonación de una oveja partió de un laboratorio escocés, el 90% de la investigación en biotecnología está en manos de los norteamericanos. Por añadidura, han desplegado una acción muy decidida tendiente a que no se escape de sus manos el resultado de la investigación: patentan todo, mantienen el ‘secreto empresarial’ hasta último momento, publican en revistas especializadas sólo después de haber hecho público sus hallazgos, conferencias de prensa, marketing, etc.


A diferencia de lo que pasó con la electrónica y la informática, los norteamericanos están empeñados en que la biotecnología quede mayoritariamente en sus manos. El apuro de Clinton y del Parlamento Europeo en regular, legislar o prohibir los experimentos alrededor de la clonación sólo esconden el apuro por posicionarse frente a la guerra comercial que se desatará también en este terreno entre Estados Unidos y Europa. Aunque el resultado de esta guerra ya está decidido en favor de los yanquis, Europa aún confía en poder generar algunos ‘golpes de efecto’ a través de la prensa y unos pocos hallazgos deslumbrantes, que puedan ayudar a la alicaída inversión biotecnológica del Viejo Mundo.


Si bien las aplicaciones de la biotecnología, en comparación con los otros métodos, son hoy modestas, todos cifran sus esperanzas en un despegue masivo de ventas en los diez próximos años, que permita recuperar las cuantiosas inversiones realizadas. En especial en la medicina, a través de la manipulación genética se podrían destruir los genes cancerosos, producir en serie animales que contengan genéticamente sustancias útiles para la curación de seres humanos, incluso la clonación de órganos para trasplantes.


También la biotecnología trata de hacer pie en la informática, desarrollando una computadora ‘genética’, basada en la enorme capacidad de relación de los genes. Mientras un microchip puede hacer una sola operación por vez (por rápida que sea), el ‘biochip’ puede realizar millones de combinaciones simultáneamente. Todavía está en momento de prueba, pero también se aspira a desarrollar una utilidad comercial en este ámbito.


En el sector agropecuario hay una enorme expectativa en mejorar las razas bovina, ovina, etc., a través de la clonación de sus mejores ejemplares. Por ejemplo, sueña el director del instituto que ‘creó’ a la oveja Dolly, en 20 años la industria lechera británica podría estar basada en vacas clonadas. “Si se llegara a producir el 15% de la leche en forma más barata, la industria láctea británica estaría en condiciones de competir mejor porque, aún en una comunidad con sobreproducción, se sigue compitiendo” (La Nación, 13/3).


Desatada la guerra comercial entre los tres grandes bloques capitalistas, hundidos en la sobreproducción y la recesión, los capitalistas sueñan con encontrar un nuevo nicho de inversiones que les haga recuperar la tasa de ganancia, como fue la informática en los últimos 20 años. Pero corren también el riesgo de encontrarse con un nicho, a secas.


El crecimiento de la biotecnología es evidente. Pero hasta el momento las inversiones son millonarias y la recuperación es mínima. Es más una ‘industria promesa’ que una realidad actual. Se la quiere inflar con un poco de circo: conferencias de prensa, presentación en sociedad y boom editorial, pero es más una operación de marketing que una evidencia de su poderío presente. ¿Llegarán a tiempo los hallazgos científicos y las producciones esperadas como para que las inversiones no se disuelvan en el aire?


La revista Time (10/3) expresa los temores del conjunto de los empresarios al recordar que de las 300 empresas que se dedican a la biotecnología en Estados Unidos (que son más de 1.000 si se agrega a las que venden sólamente servicios y conocimientos), sólo 12 obtuvieron ganancias el último año. “Hay varias razones para alentar a estas compañías… Pero antes de exponerse demasiado, habría que estar listo para desarrollar una resistencia al virus biotecnológico”. Es decir, tomar distancia, esperar resultados y no jugar todas las fichas.


Clonar a Dolly costó la friolera de 750.000 dólares. ¿Cuánto se tardará en clonar vacas a un precio ‘de mercado’? ¿Cuál será ese precio? Cualquier avance en ese sentido sólo fomentará la concentración, tanto de las empresas productoras como de los consumidores privilegiados, además de fomentar la guerra comercial entre las grandes potencias.


La biotecnología se proyecta a sí misma como la continuadora de la informática como tecnología de punta y, consecuentemente, como el salvavidas de la crisis del capitalismo. Pero como nueva rama industrial, no hace otra cosa que aumentar la inversión en capital fijo, reducir los gastos de mano de obra y tiende además a generar productos no de consumo masivo sino especializado. La biotecnología, si logra alguna proyección, no hará otra cosa que profundizar la crisis mundial que se analiza en las páginas de Prensa Obrera desde 1991.


Frente a este panorama, el alarmismo de los periodistas y de la iglesia sobre la clonación humana aparece como una distracción frente al problema mayor del futuro de la biotecnología. Por un lado, parece haber obstáculos insalvables para la clonación de humanos en el mismo proceso de división de las células. Por otro lado, ningún laboratorio en el mundo trabaja en ese tema.


La mayoría de los intelectuales y científicos han señalado que las prohibiciones no impiden las investigaciones aberrantes. Por otra parte, se corre el riesgo de prohibir cosas útiles para la medicina y que no tienen nada de aberrantes, por ejemplo la clonación de células humanas. Una prohibición torpe sólo alentaría la violación de las leyes, la creación en algún lugar del planeta de un ‘paraíso biotecnológico’ (como los paraísos fiscales) y la fuga de cerebros de los países más atrasados.


La izquierda actuó en este terreno con argumentos reaccionarios. Los Verdes y los socialistas europeos, a instancias de los primeros, propusieron una prohibición temporal de toda investigación en clonación, tanto humana como animal, pues ello “afectaría el equilibrio de las distintas especies”. Como si el ser humano no hubiera ya afectado ese equilibrio al desarrollar la ganadería, desde tiempos prehistóricos. Los liberales y democristianos, que saben muy bien lo que se juega en esta pelea, aclararon por boca de Edith Cresson (que no en vano fue primera ministra socialista en Francia, pero votó con la derecha) que prohibir la clonación humana pero desarrollar la animal será “la única forma en la que estaremos en posición de discutir desde una posición de fortaleza con nuestros competidores a nivel mundial, los Estados Unidos y el Japón” (La Nación, 12/3).


Como ya nos tiene acostumbrados, la izquierda se deja llevar por los fuegos de artificio del periodismo y pierde de vista lo fundamental. En Il Manifesto (11/3), diario italiano relacionado ideológicamente con Rifondazione Comunista, se lamentan que la ciencia está “orientada hacia el mercado”, con lo cual “será fatal que nazcan enormes peligros”. No se dan cuenta que en la sociedad capitalista lo que no se orienta hacia el mercado no existe… salvo el marxismo.


Los ‘ecologistas’ del siglo XVIII se habrían opuesto a la máquina a vapor de Watt porque en el futuro llenaría de humo las ciudades. La ciencia, al igual que el capitalismo, al igual que la sociedad entera, avanza modificando la sociedad circundante y destruyendo algunas cosas para construir otras, de mayor trascendencia. Para poder desarrollar la biotecnología sin descuidar la ‘biodiversidad’ actual hará falta construir una sociedad igualitaria (cosa a la que los verdes y los ‘socialistas’ no se dedican), donde las investigaciones científicas estén previamente discutidas y controladas por el conjunto del pueblo, y no por un puñado de piratas miserables que digitan las investigaciones de los laboratorios a su antojo.