María Soledad

“Te hice caso una vez. Ya no”. Esta determinación de Mava, que protagoniza a la amiga de María Soledad en la vida real, permite descubrir al espectador que tiempo atrás la joven había sido obligada a callar la muerte de una compañera ante el embate de una patota de “niños bien” de Catamarca.


Olivera instala así el nudo dramático de su obra: a través de la confrontación entre padres amoldados al feudo saadista, e hijos que responden a otra realidad histórica, hace estallar el conflicto entre el pueblo y el régimen opresor y criminal.


El film describe con rapidez, a partir de aquí, cómo la monja Pelloni se convierte en árbitro: ante las amenazas de muerte a los jóvenes llama a los padres a constituirse en “Comisión” para dirigir el movimiento. Las iniciativas de los “hijos” son así “encuadradas” por los mayores.


Olivera decribe con precisión las trabas a la investigación y el ocultamiento de pruebas, pero por sobre todo cómo va creciendo la posición específicamente política de la monja y de los padres (“acompañados” ya por conspicuos dirigentes devenidos en “ex”-saadistas), a favor de una intervención a la provincia y de “elecciones limpias”. Este proceso, en el cual los jóvenes no intervienen ni deliberan, termina con el triunfo del Frente Cívico, liderado por el ex funcionario de la dictadura, el radical Castillo y varios “ex”-saadistas.


La convocatoria a elecciones aparece como el gran “reencuentro” de padres e hijos, bajo la mirada atenta de la hermana Pelloni. Todos festejan contentos, la “caída” de los Saadi.


“Reencuentro” a medias, porque luego del triunfo electoral, la hermana Pelloni plantea abiertamente que hay que suspender las marchas y el padre de Mava, le dice sin vueltas a su hija que se acabó. “¿Qué es lo que querés saber?”, grita, desesperado. “Vos sabés lo que queremos, lo mismo por lo que salimos a luchar”, contesta Mava. La película deja ver que el Frente Cívico bloquea la investigación y deja en libertad a Luque, principal acusado del crimen.


Mientras el padre vuelve a enfrentarse nuevamente con su hija, como en el terrible episodio inicial, Olivera describe en una escena muy lograda, cómo la monja Pelloni huye —literalmente— de Catamarca, mientras Mava, símbolo de todos los jóvenes, corre atrás del ómnibus reclamando con la mirada contra ese abandono.


La conclusión de la película es que los jvoenes prosiguen la lucha contra un crimen que se perpetúa bajo la forma de otro gobierno “democrático”, para usar las palabras del padre de Mava. Mava retruca que a ella no le importa esa democracia, sino que el crimen sigue impune. La película termina —final abierto— con el telón de fondo de un coro de manifestantes que clama por justicia.


El gran mérito de Olivera es que retrata una ruptura política valiéndose del recurso generacional. Esos jóvenes que salieron a la lucha, han sufrido, como las decenas de miles que se movilizaron, una derrota a manos del Frente Cívico, es decir de la burguesía democratizante. Ahora, como señala Mava, hay que ir a un nuevo enfrentamiento. Pero para ello hace falta algo de lo que carecieron desde el principio: un programa político propio de su lucha. Esta tarea, aún incumplida sigue planteada. Este debate no ha logrado entrar aún en las filas de esta juventud heroica de Catamarca. Sería la única forma de evitar una segunda muerte de María Soledad.