Marlon Brando (1924/2004)

A los ochenta años, murió Marlon Brando. Para muchos críticos fue el mayor actor de la historia del cine.


Las necrológicas lo recuerdan por su papel en El Padrino y por sus excentricidades, las desgracias de su vida familiar o los rumores sobre su muerte en la pobreza. Un periódico obrero y socialista como Prensa Obrera hace un lugar para recordarlo, pero no por eso.


Brando fue el vehículo para la introducción en Estados Unidos y en Hollywood del método actoral desarrollado por el ruso Stanislavsky. Lo mostró con una intensidad inusitada en Un Tranvía llamado deseo y, luego, en su extraordinaria actuación en Nido de ratas, una extraordinaria denuncia de los métodos mafiosos de la burocracia sindical de los puertos norteamericanos. Este fue el mejor Brando, el de la década del ‘50, el que anticipó a James Dean, el que mostró en la pantalla a una juventud norteamericana que nada tenía que ver con los moldes de Hollywood. Con esas actuaciones, Brando anticipó en una década el estallido juvenil y la explosión cultural de la década del ‘60.


Brando puso el cuerpo para interpretar al diplomático británico de ¡Queimada!, la impresionante denuncia de Gillo Pontecorvo sobre el papel de los británicos en el proceso de la “independencia” latinoamericana.


Sus posiciones políticas fueron contradictorias. Un ejemplo: criticó al director Elia Kazan por sus delaciones de actores y directores, entre ellos Chaplin, a la Comisión de Actividades Antinorteamericanas (la tristemente famosa Comisión encabezada por el anticomunista MacCarthy), pero trabajó asiduamente para él.


Políticamente contradictorio, Brando revolucionó la actuación y el cine. Los hizo más cercanos a la vida real.