Un Grupo de Tareas en la TV

“Difundieron mentiras indignantes. Hubo momentos en que los secuestradores se ponían locos por las cosas que ustedes mentían”, declaró don Antonio (padre del actor Pablo Echarri), el día después de su liberación. Reanudando la rutina del mate amargo, fue aún más explícito: “Mauro Viale torturó a mi familia”. Nunca mejor utilizado el verbo torturar para referir los dichos y el desempeño frente a cámara, del conductor estrella de Canal 9/Azul TV.


Hasta que el consorcio HFS Media (presidido por Daniel Haddad en sociedad con Fernando Sokolowicz, Benjamín Vijnovsky y Claudio Belocopitt) se hizo cargo de Azul Televisión (a mediados de agosto de 2002), la ecuación mediática “en economía de derecha, en política de centro y en cultura de izquierda” (que la leyenda atribuye a Héctor Timmerman), podía aplicarse a cualquier canal de televisión abierta.


Sin embargo, el arribo del “delfín de Bernardo Neustadt” (interesado promotor del “fenómeno de la inseguridad”, la estrategia canalla que le permitiría introducir su propia agencia de seguridad en los countries y barrios privados de la Zona Norte, como así también el negocio de blindaje de automóviles), sinceró una verdad a voces: los medios —sin excepción— están en manos de la derecha, son máquinas fenomenales de operación política y, llegado el caso, le darán una ayudita a los amigos para fingir delitos de todo calibre. Hoy por hoy, la perspectiva “progre” no les es funcional ni siquiera en el terreno de la cultura. Claro que aún la derecha tiene sus matices y, en escala de 0 a 9, Haddad califica con un “Muy bien 10”.


Si alguien tenía dudas al respecto, las mismas se disiparon en las últimas semanas con la ofensiva lanzada por el Grupo de Tareas de Azul TV (léase: Antonio Laje, Eduardo Feinman, Mariano Grondona y Cía., Mauro Viale, Oscar González Oro, Chiche Gelblung y los inefables Baby Etchecopar y Lito Pintos) contra colegas de otros canales, contra sus “enemigos políticos” (cualquiera que no sea menemista) y, sobre todo, contra la propia audiencia.


Pocos días después de ocultar al sacerdote Grassi, la cobertura del secuestro de Antonio Echarri, fue poco menos que siniestra. Con Viale a la cabeza, movileros, conductores y periodistas se sumaron a la consagración de una muerte anunciada (¿cuántos puntos de rating les hubiera sumado el cadáver de Echarri?), inventando informaciones, entorpeciendo la investigación y, lo que es peor, poniendo en riesgo una vida humana. “La presión de los medios es muy grande”, aseguraba Viale, acudiendo a la tercera persona como si él mismo no hubiese sido protagonista del circo montado alrededor del caso. Circo en el que no estuvieron ausentes payasos tales como el ex comisario Mario Naldi, el torturador Luis Patti, el acomodaticio Luis Moreno Ocampo y el imbécil de Lucho Avilés.


A propósito, Canal 2 América (que le disputa al 9 el tercer puesto en el ranking de canales) salió a redoblar la apuesta y, en espejo con el canal competidor, cometió todo tipo de tropelías y excesos que salpicaron a los ciclos de mayor credibilidad (tras la liberación de Echarri, Periodistas, por ejemplo, puso al aire escuchas telefónicas, suministradas por la SIDE y la maldita policía, sin previa autorización de la familia).


En esos días, Jorge Pizarro (cronista de La información, separado del plantel tras las críticas recibidas de parte de Jorge Lanata) al igual que sus colegas Diego Suárez (Implacables) y Pablo Fernández (Telenueve) podrían haber ingresado al libro Guiness por el récord de mentiras e infamias proferidas al aire. Tres aprendices de villanos, que tienen por biblia el aforismo de Chiche Gelblung que aconseja “que la realidad no te arruine una buena nota”.


No caben dudas de que Canal 9 es el brazo televisivo de un proyecto autoritario de país que espera su reelección. Sin embargo, los casos Grassi y Echarri desataron la polémica acerca de las fronteras éticas que el periodismo debería imponerse a sí mismo. Polémica que sólo dará sus frutos en el marco de un cambio político y social de conjunto, un gobierno de los trabajadores. De otro modo, ¿qué ética reclamarle a una televisión que es portavoz de la derecha y el falso progresismo? ¿Para qué queremos más de esa ética?