Cultura

31/8/2006|961

A propósito de la película “Bialet Massé, un siglo después”

Las omisiones de una historia

En cines de la Capital se está proyectando un documental sobre la vida del ingeniero Juan Bialet Massé, un hombre que transitó los más diversos oficios y emprendimientos, pero se hizo notar en la historia por la elaboración de “El Estado de las clases obreras argentinas”, un informe que le fuera encomendado en 1904 por el ministro del Interior del segundo gobierno de Roca, Joaquín V. González.


La película se detiene en sus viajes por todo el país para elaborar el informe y en la descripción descarnada de la explotación de la clase obrera, a la que este hombre denuncia desde el ángulo de un capitalismo eficiente. Bialet era simpatizante del Partido Socialista (la película no lo dice) y para él, como para Juan B. Justo, el acento debía estar puesto, más que en las reformas sociales, en el desarrollo de un capitalismo “sano” contra el “espurio”, caracterizado por la oligarquía.


El documental tiene su mayor acierto en comparar la situación de la clase obrera de cien años atrás con la actual, un contrapunto entre las reflexiones de Bialet en 1904 y las imágenes que devuelve la pantalla sobre la Argentina obrera de hoy: las jornadas de sol a sol, el trabajo en negro, el obrero “tercero”, el desocupado convertido en changarín.


Pero se frena en un punto clave: no indaga sobre el final del informe elaborado por el tozudo ingeniero español, lo que podría ser, quizá, la parte más rica de la historia.


1902, hacia la primera huelga general


Durante todo el año 1902, un conjunto de huelgas arrancan victorias y prefiguran un movimiento de lucha de conjunto. Es un año de expansión capitalista. En noviembre los estibadores del puerto de la Capital, un gremio estratégico, se niegan a cargar bolsas de más de 100 kilos y la Federación Nacional de Estibadores (dominada por los anarquistas) lanza la consigna de no cargar pesos mayores a 70. El movimiento de lucha se extiende a Bahía Blanca y Zárate, luego a Rosario. El 17 de noviembre paran cinco mil obreros del Mercado Central de Frutos reclamando la abolición del trabajo 'por tanto' y a destajo, la jornada de nueve horas, un aumento de salarios y el reconocimiento de la sociedad obrera. El 21 de noviembre se lanza la huelga de los conductores de carros, centro del trabajo de los anarquistas en el puerto. Es el punto en el que la Federación Obrera declara la huelga general y el gobierno resuelve el estado de sitio y la expulsión del país de los “agitadores extranjeros” (ley 4.144, recién abolida en 1958). La represión se abate sobre anarquistas y socialistas, básicamente sobre los primeros, que son los únicos expulsados del país. Esto corresponde a dos comportamientos distintos: mientras los anarquistas persisten en la huelga, los socialistas buscan un acuerdo considerando que “las huelgas salvajes” sólo llevan a la derrota.


Aunque la huelga del Mercado Central de Frutos triunfa, el movimiento de conjunto refluye; un paso atrás momentáneo. En 1903 y 1904 se produce un nuevo auge de huelgas aún más profundo, que triplica el número de huelgas habidas durante los años anteriores. El movimiento de lucha se extiende a casi todos los oficios existentes en la Capital y avanza en el interior del país, lo que da características nacionales por primera vez en la historia de la clase obrera argentina. Es el momento en el que la burguesía considera que no se puede enfrentar a las huelgas sólo con la represión y es hora de buscar una “asimilación” de las direcciones obreras. Es el momento en el que Joaquín González, por indicación de Roca, convoca a Bialet Massé para que produzca su informe sobre “el estado de las clases obreras” en el interior del país y, sobre esta base, presentar al Congreso un "Código del Trabajo".


Fracasa el primer intento de estatización


El proyecto de Código fue elaborado, en sus tramos iniciales, por miembros del PS. Presentado el 6 de mayo de 1904, establecía un régimen feroz de represión contra las huelgas y la organización obrera, ofreciendo “a cambio” el reconocimiento de algunos derechos obreros -la jornada de 8 horas y la legalización de los convenios colectivos de trabajo-. Las “conquistas” quedaban en el papel, porque las empresas podían contratar nuevos obreros en caso de huelgas, acudir a rompehuelgas o a la policía para quebrar la resistencia obrera, y todo sindicato podía ser disuelto por “rebelión, sedición, alteración de la paz y el orden”. Un obrero detenido haciendo agitación a favor de la huelga era pasible de multas y prisión de tres meses a un año. Las huelgas en sectores estratégicos —trenes o puertos-, que durasen más de 10 días, habilitaban el destierro de los dirigentes obreros.


En el Cuarto Congreso de la FOA (a mediados de 1904, cuando esa organización adopta el nombre de Fora, Federación Obrera de la Región Argentina) los anarquistas repudian el proyecto de Código de Trabajo y votan la decisión de llegar hasta la huelga general para impedir su aplicación. Los socialistas condenan el Código pero no se suman a la amenaza de huelga. En el Parlamento el proyecto se cae por la actitud de los diputados conservadores, que se resisten a considerar un proyecto que ya los obreros habían rechazado, y la oposición rabiosa de la UIA, que se niega a reconocer cualquier conquista obrera y plantea que el Estado sólo debe legislar sobre represión.


Así fracasa el primer intento de estatización del movimiento obrero, el capítulo inédito de la película sobre Bialet Massé.