Cultura

30/7/2015|1374

Alberto Greco, un perturbador

A 50 años de la muerte del iniciador del arte contemporáneo argentino


Hace 50 años, el artista plástico argentino Alberto Greco (1931-1965) exponía su obra Besos brujos, en la que mezclaba literatura (es una novela), dibujo, pintura, collage y música. Se trata de 137 páginas escritas y dibujadas con tinta, sobre pliegos de papel de 25 por 35 centímetros cada uno. Tal como puede vérsela hoy en la galería de la Fundación Klemm (M.T. de Alvear 626, Ciuda Autónoma de Buenos Aires, de lunes a viernes de 11 a 20, hasta el 7 de agosto), quien ingresa en la sala de exposiciones escucha a Libertad Lamarque cantar el tango que da nombre a la obra, en un collage musical con Palito Ortega, Azucena Maizani, Carlos Gardel, Luigi Tenco, Salvatore Adamo y Gigliola Cinquetti, entre otros. Es el empleo de una estética que combina artistas masivos, algunos poco refinados, con textos literarios, además de incluir elementos de consumo cotidiano. En ese punto, y en otros, Greco fue un buscador y un anticipador, con técnicas que luego usarían León Ferrari, Antonio Berni y, en el cine, Pedro Almodóvar. Greco tuvo encuentros en Nueva York con el conceptualista Marcel Duchamp y trabajó con el cineasta español Antonio Saura. 


 


Greco, considerado por algunos el fundador del arte contemporáneo argentino, fue el iniciador en nuestro país del informalismo, esa escuela rebelde a la que pertenecieron artistas como Rómulo Macció, Keneth Kemble, Clorindo Testa o Martha Peluffo. Opuestos al academicismo artístico, usaban (Greco fue el primero en hacerlo) elementos de collage, telas orinadas, dibujos entremezclados con excrementos de aves (como Ferrari haría después) o trapos viejos a modo de bastidores (un recurso que luego sería habitual en Berni)… 


 


Greco, como pocos, hizo que la tragedia de su vida privada formara parte de lo público por medio del arte. La opresión familiar se ve reflejada hasta lo aterrador en esa madre de sombras que se yergue, señaladora y feroz, detrás de la figura del propio artista, que también es una sombra. O la otra opresión, más feroz aún, de su sexualidad frustrada, del amor homosexual turbulento que sintió por el escritor chileno Claudio Badal y que recorre toda la novela Besos brujos. Son artistas que desenvuelven su arte en regímenes represivos o directamente bajo dictaduras militares. Entre ellos, Greco, una personalidad particularmente fuerte, grita desde su obra que se siente atrapado, frustrado, controlado, y que busca casi desesperadamente rebelarse contra ese estado de cosas (en 1961, en una performance callejera, hizo pegar carteles en las paredes que decían “Alberto Greco ¡qué grande sos!” para recrear una parte de la entonces prohibidísima “Marcha Peronista”, aunque el peronismo había encarcelado a Greco en 1950 por exponer poemas y dibujos eróticos). 


 


En la arista más conceptual de su arte, Greco señalaba, sin modificarlos, paisajes urbanos o grupos de personas a los que consideraba una obra de arte y simplemente las marcaba y las firmaba, incluido su propio cuerpo, con lo cual conducía de algún modo a la formulación de un problema más complejo: ¿qué es el arte? 


 


En 1965, a sus 34 años, y meses después de exponer Besos brujos, Greco escribió en una pared de su habitación, en Barcelona, la leyenda “Esta es mi mejor obra”, y sobre la palma de su mano la palabra “Fin”. Y se mató.