Cultura

26/8/2018

Alfredo Casero y el Sr Ojete

Alfredo Casero se convirtió en la nueva estrella mediática del gobierno macrista. Debido a la incapacidad de los funcionarios oficialistas de abrir la boca sin decir alguna brutalidad que se haga viral en las redes y los obligue a mandarse a guardar por algunos meses, la presencia del nuevo vocero ad honorem le viene al gobierno como anillo al dedo. Pero con su metáfora del flan, sin saberlo, Casero se volvió una parodia, no de los trabajadores que reclaman una vida digna, sino de su propia obra artística. Cuando, hace más de dos décadas, encabezó el programa Cha Cha Cha junto con otros capocómicos, llevó a cabo una crítica mordaz a los políticos y empresarios que justificaban la austeridad y la penuria de los trabajadores con el argumento de que sus reclamos elementales eran excesivos frente a una supuesta situación financiera adversa para el capitalista. Jamás habría imaginado Casero que llegaría el día en que él mismo se convirtiera en el grotesco objeto de burla de su propia sátira.


En el año 1995, en pleno menemismo, durante la temporada llamada Dancing en el Titanic, el programa de televisión Cha Cha Cha emitido por canal 2 sacó al aire una serie de sketchs sin título pero que suelen ser conocidos como “Textil Giménez” o “Sr Ojete y Antunez”. El programa explotaba el humor absurdo, creando situaciones hilarantes y diálogos inverosímiles al extremo. En este caso, el Sr Ojete, caracterizado por un joven Alfredo Casero, era un empresario ambicioso, dueño de una empresa textil, que abría la escena sentado en su oficina vestido de traje. Antúnez, representado por Diego Capusotto, era el delegado de los trabajadores que entraba a la oficina del Sr Ojete, con mameluco azul, casco de seguridad y un grueso bigote falso, para presentar algún tipo de demanda laboral elemental. El vodevil era sencillamente eso y en esa pequeña escena se concentraba toda la genialidad de sus creadores. Algunos de los reclamos de Capusotto-Antúnez eran, por ejemplo, trabajar media hora menos los domingos, tener 15 minutos para comer en vez de sólo 3, o, directamente, el pago de los sueldos. “Le vengo a hacer un reclamo por el tema de los sueldos porque, por ejemplo, el obrero Marcelo Marcote estuvo a punto de suicidarse porque hace tres meses que no se le paga”, decía en uno de los episodios Antúnez. La respuesta del empresario siempre era la misma: se indignaba, se victimizaba, alegaba que la empresa estaba en quiebra y trataba a los obreros de parásitos. En uno de los espisodios Casero comenzó a sacarse la ropa y les dijo a los obreros “¿Quieren mi saco también? Llévenselo. Llévense todo”. El capocómico terminó en calzones gritando “Mirá cómo me dejaron ¡Les di cascos para que no se murieran!”.


El sketch no tenía nada de casual. El debate sobre la flexibilidad laboral estuvo durante todo el menemismo en boca de empresarios, políticos, medios de comunicación y burócratas sindicales instalando una campaña mediática feroz contra los trabajadores. Durante la segunda mitad de la década menemista se agudizaron las políticas de flexibilización laboral que venían avanzando desde la dictadura. En medio de esa gigantesca operación comunicacional, el sketch de Cha Cha Cha emitido en un canal de aire era un oasis en el desierto. En el mismo año del sketch, por ejemplo, se sancionó la Ley nacional de Riesgos de Trabajo que limitó la cobertura que los trabajadores tenían por accidentes laborales y enfermedades profesionales. Dos años después fue establecida la obligatoriedad de los exámenes preocupacionales a los trabajadores, que eximía de responsabilidad a las empresas de las enfermedades preexistentes, pero establecía como optativo el examen médico al finalizar el contrato laboral. De esta forma, las empresas se convertían en una picadora de carne de trabajadores, qué sólo podían entrar en óptimas condiciones físicas pero nadie sabe cómo salían.


Volviendo a Ojete y Antúnez, los argumentos del empresario para no ceder ante el reclamo sindical eran muy similares a los que hoy sostiene el propio Casero. Llevando las cosas al absurdo, el Sr Ojete se acercaba a un grabador y ponía un casette con música melancólica que servía como sonido de fondo de su relato. Tranquilamente podría haber comenzado a contar el cuento de la casa quemada. Pero luego, en ausencia del delegado gremial, el empresario daba muestras de tener una vida llena de lujos y prosperidad. La escena toma toda su mordacidad con la vuelta de tuerca final, con el Sr Ojete levantando el teléfono y pidiendo pizza con champagne. Si el sketch se hiciera hoy, el empresario pediría un flan con crema y dulce. Casero, que supo crear un oasis en el desierto, decidió sumarse al sector que con su arte enfrentó hace dos décadas. Queda claro para los trabajadores que para lograr una vida digna no queda otra opción que sacarse de encima a todos los Sres Ojete que viven parasitando al obrero, que son a los que hoy defiende a capa y espada Alfredo Casero.