Cultura

1/11/2017

Daniel Viglietti, el artista y su práctica


Cuando la juventud de las décadas de 1960 y 1970, la generación de la Revolución Cubana, dio su giro abrupto, masivo, hacia la izquierda —y una parte de ella hacia el guerrillerismo— Daniel Viglietti fue una de las representaciones artísticas de esa época, de ese momento histórico. "El Chueco Maciel", aquel uruguayo de un cantegril de Tacuarembó que asaltó un banco y repartió el botín entre sus compañeros del barrio; o la muchacha del tema "Guerrillera" ("la de la sonrisa ancha, la que no dijo nada"). Esos temas fueron cantados multitudinariamente por aquellos que muchas veces marcharon a la muerte, fusil en mano, mientras gritaban sus canciones que eran, sin duda, una fuente de ánimos, de rebeldías, de lucha. Viglietti simpatizó activamente, cual correspondía, con el movimiento Tupamaros, de Uruguay.


 


Tenía todo lo que necesitaba para ser un ícono. Era un músico exquisito, formado en principio por su padre, el investigador musical y guitarrista Cédar Viglietti; y por su madre, la pianista clásica Lyda Indart. Luego, su música tomó forma, según decía, con los maestros Walter Gieseking y Guillermo Kolischer, y bajo la influencia de Debussy, Ravel, Stravinsky, Beethoven y Manuel de Falla. También, por otro lado, de Carlos Gardel, Agustín Magaldi y Antonio Tormo.


 


Estuvo preso alguna vez y vivió en el exilio durante toda la dictadura uruguaya (1973-1985). Y fue tupamaro hasta el final. Es decir, hasta el momento trágico en que aquellos sueños de gloria revolucionaria se derrumbaron —es decir, hasta el derrumbe del foquismo, de un guerrillerismo sin perspectivas— y sobrevino entonces la peor manifestación de aquella derrota: su respaldo al Frente Amplio (el ex presidente José Mujica había sido tupamaro como él) y a su política de entrega y represión. También se transformó en un propagandista triste de la llamada "ola progresista", y desde sus programas en la radio y la televisión uruguayas desplegó elogios al kirchnerismo, al chavismo, a Evo Morales, a Rafael Correa, a Lula.


 


Vivió hasta que también esa "ola" se convirtió en catástrofe. Vivió persistentemente. Murió este lunes 30 de octubre a sus 78 años y había dado su último recital el viernes 27, en homenaje al Che. Es decir, a una máscara del revolucionario argentino-cubano, de quien Viglietti ya no podía repetir aquella frase definitoria: "Revolución socialista o caricatura de revolución".


 


Muchos preferirán —preferiremos— recordar sus convocatorias poéticas y musicales a desalambrar, su canto rebelde a los "gurisitos" y sus proclamas que recordaban "la tierra es tuya, es mía y de aquel". Seguramente, serán parte de los cantos del día de la victoria.