Cultura

16/4/2015|1359

Eduardo Galeano (1940-2015)


Cuenta la historia que, tras la guerra, un obrero anarquista en España, recién salido de la cárcel, buscaba trabajo, pero en vano revolvía cielo y tierra. Que por las noches, ante los platos vacíos, soportaba sin decir nada los reproches de su esposa, que iba a misa cada día, mientras su niño le recitaba el catecismo. Dicen que Joseph, el hijo de este obrero, estaba desesperado por salvar a su padre de la ‘condenación eterna’, pero que su papá, el muy ateo, no entraba en razones.


 


-Pero papá -le dijo un día Joseph, llorando-. Si Dios no existe: ¿quién hizo el mundo?


-Tonto -dijo el obrero, cabizbajo, casi en secreto. Al mundo lo hicimos nosotros, los albañiles.


 


Se fue, a los 74 años, Eduardo Galeano, escritor uruguayo clave en la literatura latinoamericana. Atrás quedaron textos como el del obrero anarquista, todo un curso del Estado en tono de relato (publicado en el El libro de los abrazos, 1989). Atrás quedó su obra elemental: “Las venas abiertas de América Latina”, una de las denuncias literarias más potentes contra el coloniaje.


 


Escribirá allí que Potosí, atormentada por la miseria y el frío, es una herida abierta del sistema colonial en América, una acusación histórica. Dirá que Europa incubó el capitalismo moderno valiéndose, en gran parte, de la expropiación de los pueblos primitivos de América: de la rapiña de los tesoros acumulados seguida de la explotación sistemática. Dirá, en ese 1971, que cada minuto muere un niño de enfermedad o hambre. Dirá que son secretas las matanzas de la miseria en América Latina, que cada año estallan, silenciosamente, sin estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes apretados.


 


“Las venas abiertas…” fue una inspiración para la conciencia de toda una generación de jóvenes. El libro, traducido a 20 idiomas, fue proscrito en Argentina, Chile, Brasil y Uruguay durante sus dictaduras. Tras el golpe de 1973, Galeano estuvo preso en su país, y después se exilió en Argentina y España. En 2014 señaló que no volvería a leer el libro al argumentar que “intentó ser una obra de economía política, sólo que yo no tenía la formación necesaria”.


 


Había nacido en 1940. Se inició en el periodismo a los 14 años en el semanario El Sol del Partido Socialista, haciendo caricaturas políticas. Sería jefe de redacción del semanario “Marcha” y director del diario “Época” que “alentaba los sueños revolucionarios de los jóvenes que buscaban por la vía guerrillera un país socialista” (La Nación, 13/4). En Argentina, fundó y dirigió la revista “Crisis”, donde también colaboraban Haroldo Conti, Borges o Gelman. Dijo una vez Galeano: “La revista recogió las voces de los locos del manicomio, los niños de las escuelas, los obreros de las fábricas, los enfermos de los hospitales; queríamos difundir a los que venían de abajo” (Clarín, 13/4). Publicó decenas de libros, entre ellos Memorias del fuego, El fútbol a sol y sombra, Espejos y Patas Arriba. Ganó dos veces el premio Casa de las Américas.


 


Galeano, al igual que otros escritores de izquierda de su generación, fue seducido por los gobiernos ‘populares' y nacionalistas de la América del Sur que terminaban proyectando la misma explotación que estos denunciaban en sus páginas. El escritor uruguayo dio así su apoyo al Frente Amplio en Uruguay -llegó a integrar un puesto simbólico de la lista en 2014- aunque con matices críticos: en 2007 calificó de “traidor” a Tabaré Vázquez por la instalación de la papelera en el río Uruguay. Tuvo gestos muy valiosos, como en 2011, cuando apoyó la lucha del pueblo qom y su marcha con los ‘indignados' en España. Esas contradicciones eran sus límites políticos.


 


Fue un valioso escritor. Su estilo, llano, buscó barrer fronteras entre crónica periodística y literatura. Otra pasión en su vida fue la redonda. Se definió alguna vez como un mendigo del buen fútbol, que iba por el mundo, sombrero en mano, suplicando en los estadios: “Una linda jugadita, por amor de Dios”. Sí, él, que decía que el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Y que juraba que se quedaba “con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido”. Detestaba que lo llamen intelectual. Decía que había que razonar y sentir.


 


“Hay otro mundo posible en la barriga de éste. Este es un mundo más bien infame, pero hay otro mundo esperando”, reflexionó en 2011. Denunció esa vez que este mundo recompensa a sus arruinadores; que “no hay un solo preso en Wall Street de los banqueros que provocaron esta crisis”; que este “mundo al revés es un mundo de mierda, pero que no es el único mundo posible”.