Cultura

28/9/2000|682

¿Educ.ar o el analfabetismo tecnológico?

La inauguración del portal del sistema educativo en Internet, bautizado con el nombre de Educ.ar, ocupó un lugar destacado en los medios de comunicación. En la ceremonia inaugural, se lo presentó como una herramienta decisiva “para democratizar la educación” y, aún más, como el comienzo de una ‘revolución educativa’.


Educ.ar permitiría, según las autoridades, que “investigadores, docentes y estudiantes de todos los niveles ingresen a Internet y accedan a la información que necesitan”. El proyecto también “prevé un plan de capacitación informática para docentes y la conexión a la red de todas las escuelas del país” (Clarín, 19/9).


El cumplimiento de semejante objetivo supone algo más que computadoras. Significa infraestructura básica para que las máquinas se enciendan y la comunicación se establezca –redes telefónicas, electricidad– y supone el mantenimiento de la instalación original y los gastos que demande su uso. A esto obedece la desconfianza generalizada que despertó el lanzamiento entre docentes y estudiantes, que ven que no hay recursos para arreglar una ventana o para comprar o reponer los materiales didácticos más elementales.


Lejos de ser un vehículo para la democratización e igualación de oportunidades, la educación ‘interactiva’ profundizará la disparidad en la calidad del servicio entre los diferentes establecimientos educativos. Habrá una prestación de primera en escuelas privadas o afincadas en zonas y barrios de mayor poder adquisitivo, y de segunda o tercera en los restantes establecimientos, si es que directamente no se interrumpe del todo el servicio.


El hecho de que el gobierno se proponga un ‘ajuste’ presupuestario, y que recorte las jubilaciones y el presupuesto del Pami y de la propia educación, no ha sido un obstáculo para que De la Rúa disponga una inversión de 237 millones de dólares en Educ.ar, que se financia con un crédito del BID, es decir, aumentando la deuda externa.


Educ.ar, entonces, no obedece a imperativos pedagógicos o educativos sino a poderosas razones económicas. Educ.ar es la punta de un meganegocio con múltiples ramificaciones. Supone la provisión e instalación de la infraestructura (hardware, software y tecnologías de redes), el soporte técnico y la mesa de ayuda “que requerirá cada establecimiento” y telecomunicaciones que permitan la ampliación del consumo telefónico. No por casualidad los pulpos de la telefonía son ‘padrinos’ de la iniciativa.


Está previsto también que el capital privado pueda desarrollar la explotación comercial del portal, empezando por la publicidad en la red. Por último, el proyecto es un instrumento también para impulsar la privatización de la enseñanza.


Educ.ar será una sociedad mixta entre el Estado y capitales privados. Por el portal se centralizarán y difundirán todos los contenidos de las materias, convirtiéndose en un campo fértil para la implementacion de programas (software) educativos que serán elaborados y proporcionados por empresas privadas (editoriales, compañías de computación o combinaciones entre ellas). Ni qué hablar de las posibilidades que abre la red para el desembarco de las grandes instituciones de las metrópolis extranjeras con sus propios contenidos, programas y procedimientos pedagógicos. Contra lo que se dice sobre el libre acceso y democratización de la información, Educ.ar amenaza convertirse en un aparato totalitario que, a través de productos enlatados en Los Angeles, Nueva York o Atlanta, monopolice el proceso estratégico de formación.


La conexión a la red obligará a los establecimientos a buscar fuentes alternativas de financiamiento, en especial el apadrinamiento de empresas.


El objetivo final de Educ.ar es promover la llamada educación a distancia. “En cuanto a su utilidad –declaró Varsavsky, el empresario que fogonea el proyecto–, espero que cada vez más personas estudien en la red y menos en clase, escuchando a los pro fesores”. La educación a distancia está ligada a la transformación comercial de la educación. Una educación sin docentes, donde el estudiante está aislado de sus pares, es en realidad una no-educación, que imita el mensaje que le envía el video, sin posibilidad de una formación crítica ni de confrontar posiciones divergentes.


No estamos en presencia, por lo tanto, de una ‘revolución’ sino de una ‘contrarrevolución’ educativa, o sea, del uso de un medio revolucionario para un fin contrarrevolucionario. Educ.ar, con todas sus implicancias, es una expresión inconfundible de que el desarrollo de la técnica por parte del capitalismo impulsa necesariamente la barbarie social y cultural. Para que la humanidad domine al medio y no sea dominada por él, es necesario que se apropie de las condiciones sociales de existencia, o sea que gobiernen los trabajadores.