Cultura

18/5/2019

El día en que las mujeres trabajadoras se pusieron al frente de la lucha socialista

El libro de Olga Viglieca sobre las obreras que derrocaron al zar

En febrero de 1917 se producía la revolución que derrocaría al zar en Rusia y daría lugar al camino que culminaría con la toma del poder por parte de los soviets de obreros, soldados y campesinos, bajo la dirección de los bolcheviques, en octubre de ese año. En Las obreras que voltearon al zar (edición digital de IndieLibros para su colección #MiráCómoNosLeemos), Olga Viglieca desentraña el papel que jugaron las obreras de San Petersburgo que el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora –según había establecido el Congreso de Mujeres Socialistas de Copenhague a instancias de Clara Zetkin– se lanzaron a la huelga, recorrieron las barriadas laboriosas, como el mítico distrito de Viborg, y obligaron a las grandes fábricas metalúrgicas, como Putilov, a sumarse a la medida de acción directa, jornada que daría inicio a la Revolución de Febrero.


La rigurosa investigación basada en una amplia bibliografía poco conocida por fuera de los estudios académicos especializados en el tema (y a través de un texto breve –que lo bueno, si breve, dos veces bueno–) se introduce en los acontecimientos y pinta un fresco vívido de los días en los que las mujeres trabajadoras se pusieron al frente de la lucha socialista. El reclutamiento para la guerra había logrado mermar significativamente la población masculina en San Petersburgo y en toda la nación rusa, hecho que devino en la incorporación de grandes contingentes de mujeres a fábricas y hasta el transporte público y la conformación de esposas e hijas de los soldados en el frente, que recibían una pensión miserable y que peleaban por obtener no sólo mejoras en esa suma, sino por alcanzar la paz inmediata y el detenimiento de la sangría de sus hijos y familiares en una conflagración que sólo servía a intereses de las potencias imperialistas.


El Comité Regional de Petrogrado del Partido Bolchevique había desestimado la posibilidad de que se realizara la huelga ese día por considerarlo una medida prematura, pero las obreras textiles y las militantes bolcheviques tomaron en sus manos la decisión de lanzarse a la lucha de manera vigorosa, punto de inflexión que determinaría la caída del zar Nicolás II. 


La lucha y organización de las mujeres no era un rayo en cielo sereno. Al ser derrotada la revolución de 1905, en la que se habían constituido por primera vez las organizaciones soviéticas de obreros, las socialistas organizaron clubes de mujeres donde se discutía y formaba políticamente a sus miembros. Uno de los puntos de mayor énfasis era la delimitación “tajante” de las feministas sufragistas ya que “las feministas buscan la igualdad en el marco de la sociedad de clases existente”. Las feministas se oponían, incluso, a levantar la reivindicación de la jornada de 8 horas para las mujeres y ante las intervenciones de las socialistas se esmeraban en abucheos y amenazas. Llegada la Gran Guerra en 1914, las sufragistas apoyaron a los ejércitos de sus naciones, política que contaba con la tenaz oposición del Partido Bolchevique. Si bien las mujeres constituían el sector más atrasado y temeroso del movimiento social ruso, pronto el marco de la oposición a la guerra se convertiría en una formidable escuela política que llevaría a que las reivindicaciones por pan y trabajo se potenciaran en el planteo político de la caída de la autocracia. Las bolcheviques y las militantes del Comité Interdistrital, que integraría León Trotski, estaban empeñadas en reclutar a las trabajadoras para la causa socialista, a pesar de que, por ejemplo, el metalúrgico bolchevique Vasily Kaiurov señalara que las mujeres eran “emocionales e impulsivas”, además de despolitizadas. Kaiurov desalentó la huelga del Día de la Mujer, pero las mujeres la llevaron adelante encendiendo la chispa que culminaría con el incendio del viejo régimen en octubre de ese año. 


Las enseñanzas del periodo revolucionario en Rusia tienen la mayor actualidad. Viglieca dedica el texto a las mujeres del Polo Obrero que, según la autora, “ratificaron que ese libro hablaba de nuestro presente”, y a Jorge Altamira, dirigente del Partido Obrero.