Cultura

29/3/2021

El documental de Pelé: la leyenda de un genio necesario

El ídolo, la política brasilera y los negocios en la serie documental de Netflix..

Rugen las tribunas sobre la pantalla en negro. El color la inunda luego con muchas banderas que se raciman y que le sirven de fondo a una banda militar. La experiencia del consumo televisivo permite adelantarse a la confirmación siempre hiperbólica y chauvinista del relator de turno: estamos frente una fiesta inaugural de un mundial de fútbol. “Qué increíble vista del Estadio Azteca de la Ciudad de México. No creo que en ninguna ciudad del mundo se haya vivido un ambiente así”.

El primer plano de una mujer que porta un artefacto que por su tamaño cuesta reconocer como lo que es, una radio portátil, es la imagen sobre la cual el poder legitima un comienzo: “hoy declaro inaugurado el 9no campeonato Mundial de Fútbol, Copa Jules Rimet”. Globos al cielo y una voz en off que confiesa: “mi padre siempre me dijo: el fútbol es para los que tienen garra”. Pelé en la cancha a todo color. Pelé en blanco y negro pagando el alto precio de la fama. “Fue una presión realmente grande para mí”, confiesa.

Entretanto, las imágenes del que fuera por entonces el mejor jugador de fútbol del mundo se mezclan con las de su país colmado de movilizaciones callejeras y las de su feroz represión. Sin embargo, no es ese presente convulso el que le produce malestar a O Rei: “la copa del mundo fue importante para el país”, enfatiza para luego confesar el real motivo de su incomodidad: “yo no quería ser Pelé, no me gustaba, no quería”.

Así comienza Pelé, el documental producido por Netflix y dirigido por David Tryhorn y Ben Nicholas. En ese comienzo se condensan todas las cuestiones que la película va a contar: el recorrido por la gloria deportiva de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, el ascenso y la construcción de una personalidad planetaria, la biografía personal del ídolo y además, poniendo también allí el foco, las peripecias económicas y políticas de Brasil en todo ese proceso. Pero lo más interesante es que junto a lo que la película cuenta está lo que deja entrever: la siempre íntima relación entre fútbol y política, la construcción y el lugar de los ídolos deportivos en esa relación y la necesidad de desmitificar todos esos procesos.

Pelé llega a una enorme sala vacía empujando un andador. Logra sentarse y quita el andador del plano. En esa escena se deja claro el presente de la enunciación del documental y también la modalidad de su decir a través del remanido uso del testimonio a cámara. Recurso ya utilizado por Netflix en El último Baile, antecedente mainstrem de este Pelé, la serie dedicada a Michael Jordan. Pero Pelé no es Jordan y una de las principales diferencias está en lo chato de sus testimonios. Es lógico, el del poder es siempre un discurso de poco vuelo. De allí que sea un coro compuesto por una larga lista de periodistas especializados, personajes de la cultura como Gilberto Gil o dirigentes políticos como Benedita da Silva (PT) y Fernando Henrique Cardoso (presidente de Brasil entre 1995 y 2002) el que en su decir vaya enhebrando la trama de la película.

La utilidad del ídolo

Andrea- ¡Pobre del país que no tiene héroes!
Galileo- No. Pobre del país que necesita héroes. (Bertolt Brecht, Vida de Galileo)

“Brasil es mi país, significa todo para mí” sostiene Pelé reafirmando ese maridaje entre la nación y su héroe. Relación que comenzó cuando Brasil en la década del cuarenta no le ofrecía mucho como promesa de progreso a las clases populares pero sí un lugar para ejercer la pobreza honrada, tan necesaria en las narrativas de los ídolos: “Éramos pobres, pero siempre pudimos trabajar”. Nación, trabajo, Dios y la infaltable familia forman el cuarteto de instituciones que asoman permanentemente en el discurso institucional de Pelé. “Mi familia siempre me puso los pies sobre la tierra”, dice para explicar qué fue lo que le permitió soportar el hecho de ser una figura de alcance mundial.

El trabajo también será parte de ese relato de origen del ídolo que no dudó, con sólo 7 años, en salir a lustrar zapatos para ayudar a su familia cuando una lesión de Dondinho, su padre también futbolista, lo hizo necesario. Pero sobre todo es asumir un rol o un papel que Brasil necesitaba: el del héroe que terminara con el complejo de inferioridad. Por supuesto que no existía tal complejo. En todo caso, Brasil tenía un lugar determinado en la división mundial del trabajo como país agroexportador. Ese fue el gran cambio.

En el documental, y no por casualidad, es Fernando Henrique Cardoso, hombre del establishment y de la burguesía brasileña, el que mejor describe esa transformación y esa relación: “Pelé surge en el mismo momento en que Brasil surge como país moderno. No era sólo un país agroexportador sino que era también un país que tenía industria, eficiencia y cultura. Un Brasil que creía en sí mismo y que podía triunfar”. En el ámbito del fútbol Pelé vino a concluir con las narrativas que le daban a Brasil el lugar de “no estar a la altura”. Estas narrativas tuvieron en el mundial de 1950 y en la final perdida con Uruguay su consolidación. Narrativas del fracaso, del “complejo de vira lata” (perro callejero) en el que un país enorme está condenado a perder, y que sólo podían terminar con un gran éxito deportivo, el mundial de Suecia en 1958, y un abanderado, Pelé.

Sobre el héroe y las tumbas

Ese es el comienzo de la era más gloriosa de Brasil en el fútbol dado que logra ganar tres mundiales de cuatro. Y también el de la consolidación del reinado de Pelé y el de su construcción como héroe planetario. Para ello la importancia de la industria cultural fue crucial, en particular la de la televisión, y esto queda claro en el documental. Pelé pasó a ser el hombre del momento y un producto de exportación así como un sinónimo de Brasil. Su nombre se transformó en marca y él empezó a ser la imagen de innumerables productos comerciales.

“Las chicas querían tener a Pelé como novio; los chicos como hermano; los padres como hijo; todos de vecino”, señala un testimonio que describe las consecuencias de ese proceso de producción de una personalidad enancado en la evasión de cualquier conflicto posible por parte de Pelé: “yo siempre tuve las puertas abiertas. Incluso en épocas en las que estaba todo muy mal”. Del otro lado, la identificación popular con el ídolo se cerraba con un principio básico que bien repone Benedita da Silva, actual diputada del PT, aunque ella lo haga en términos elogiosos: “Pelé tenía una enorme capacidad de interpelación porque era la imagen prometedora de un chico negro pobre”. Promesa confirmada de movilidad social de un chico negro y pobre que además se porta bien lo vuelven un modelo a seguir. Gilberto Gil va aún más allá al sostener que Pelé “era un monarca. Para los negros, los blancos, los mestizos: para todo el mundo. Se convirtió en un símbolo de toda la emancipación brasilera”.

El mundial de 1962 encuentra a Pelé en su máximo esplendor. Sin embargo una lesión lo sacará de la competencia en el segundo partido. De todos modos Brasil ganará su segunda copa de manera consecutiva y Pelé afianzará su lugar de abanderado.

En 1964 se da una ruptura que está bien marcada en la película. En ella se elige destacar a través de la figura de “el fin de la alegría y el comienzo de la tristeza” la llegada de una dictadura militar al poder. Imágenes en blanco y negro de tropas y tanques en la calle marcan un cambio de época.

La película lo hace lamentando que la democracia no haya durado y que el nuevo Brasil, oscuro, toma forma. Esa enunciación claramente liberal comienza a mostrar fisuras en la imagen de Pelé. “¿Cuando llegó la dictadura cambió algo para usted?” interroga el entrevistador y esa pregunta forma parte de unas pocas que aparecen en el documental reforzando que quien pregunta es la película. La respuesta muestra un Pelé auténtico: “No. El fútbol continuó igual. Al menos para mí no hubo diferencia alguna…”
En el documental se remarca que la excusa usada por los militares para la toma del poder era un inventado peligro del comunismo. Mientras tanto Pelé se casó y siguió su camino al estrellato. Así será hasta el mundial de Inglaterra en 1966 que terminó en un gran fracaso futbolístico para Brasil y Pelé, víctima de la violencia de las defensas rivales, volverá a sufrir una lesión que lo dejará afuera del mundial.

Para 1968, y como consecuencia del ascenso revolucionario a nivel mundial, la dictadura en Brasil cambia de ritmo. Asume la presidencia Emílio Garrastazu Médici, que quedará en la historia como el dictador más cruento de Brasil. Los testimonios en la película destacan a fuego esa época de torturas y represión. Por entonces Pelé brilla en el Santos pero anuncia, abatido, que no jugará para la selección de su país. El motivo no tiene que ver con la dictadura sino con que “en la selección yo no tengo suerte”. Sin embargo, la dictadura que necesitaba del fútbol, mantenía y aceitaba sus relaciones con Pelé. Médici sabía del poder del fútbol por lo que construyó su imagen como fanático yendo al Maracaná y dejándose fotografiar mientras escuchaba la radio en el palco como un hincha más.

El 19 de noviembre sucederá un evento nacional que sellará la relación de Pelé con la dictadura. Ese día convertirá su gol número 1000 frente al Vasco da Gama, en el mismísimo Maracaná. El hecho se convirtió en una cuestión de primer orden y Pelé fue recibido por Médici en Brasilia. Mientras tanto la represión avanzaba hasta límites extraordinarios. “¿Qué se sabía de eso?”, le preguntan a Pelé y él confiesa: “Si yo dijera que no sabía nada estaría mintiendo. Nos enteramos de muchas cosas pero de otras no teníamos certezas…” La justificación de su modo de proceder fuera de las canchas por la “ausencia de certezas” se cae por su propio peso pero es coherente con esa “política de puertas abiertas” que siempre tuvo Pelé con el poder de turno. Es frente a esta etapa que el documental se permite una posición crítica.

El testimonio de su compañero en el Santos, Paulo César Lima, lo deja claro: “Amo a Pelé pero nunca voy a dejar de criticarlo. Su comportamiento era el de un negro sumiso que acepta cualquier cosa, que no critica, que no juzga. Una opinión de él hubiera sido muy importante”. Juca Kfuori, periodista y amigo personal de Pelé, lo justifica marcando cuestiones de personalidad “Pelé no es Muhammad Alí” (que sí se posicionó políticamente contra el poder) y remarcando las particularidades de ese contexto: “dictaduras son dictaduras”. Pero es el propio Pelé el que aleja la posibilidad del miedo al poder en sus testimonios: “nunca me forzaron a hacer nada, nunca, nunca” para luego remarcar la existencia de bandos y por lo tanto el porqué de su supuesta prescindencia: “no hubiera podido hacer otra cosa porque ¿para qué fue esa dictadura? ¿De qué lado había que estar? Uno se siente un poco perdido. Yo sólo soy un ciudadano brasilero. Quiero lo mejor para mi gente. Una persona normal a la que Dios le dio el don de jugar bien al fútbol”.

La dictadura de Médici hizo de la vuelta de Pelé al seleccionado un tema de Estado. Pero Pelé también aprovechó para hacer de su vuelta un hecho comercial. La campaña lanzada por la presencia de Pelé y por la importancia de que a Brasil le vaya bien en el mundial de 1970 no escatimó en chauvinismos ni en la utilización de eslóganes fascistas. Casi como marcando el libreto que la dictadura Argentina usará en 1978 cuando organice su mundial.

Una vez confirmada la presencia de Pelé en la selección de Brasil y dos meses antes del comienzo del mundial, el astro debió enfrentar los planteos públicos del entrenador del seleccionado Joao Saldanha. Este hecho determinó la salida del entrenador, según la película. Hay otras versiones sobre el caso. A Saldanha lo nombra el entonces presidente de la Confederación Brasilera, Joao Havelange, como un modo de limitar los ataques del periodismo tras el fracaso en el mundial de 1996.

Havelange pensó que poniendo a un periodista con fama de tener una personalidad fuerte podría frenar las críticas del periodismo y, a la vez, instalar la disciplina entre los jugadores, cosa que iba muy bien con el espíritu de la dictadura. Pero había un detalle importante escamoteado en la película: Saldanha era (y fue hasta su muerte en 1990) militante del Partido Comunista. La dictadura aprovechó el affaire Saldanha y arremetió contra el DT y éste fue apoyado por todos los jugadores menos uno, Pelé. La solución fue nombrar a Mario Zagallo, compañero de Pelé en los mundiales de 1958 y 1962, como entrenador. El equipo de Brasil alcanzó con holgura ese torneo a punto de ser considerado un exponente del fútbol arte y tuvo en Pelé a su estrella más brillante.

La película cierra con lo mismo que abre: la gloria de Pelé en 1970. En 1974 O Rei seguirá su periplo en el Cosmos de EE.UU. La idea era instalar el fútbol (soccer) en el gigante del norte. A ese equipo lo armaron una larga lista de empresas multinacionales como Pepsi, Mastercard, Warner, entre otras, y Henry Kissinger, secretario de Estado e ideólogo de la política del imperio en toda la región. Pero eso es otra historia, aunque no tanto.